Me dispuse a salir de mi casa a media mañana de un sábado nublado, y en mi recorrido me topé con el crudo cotidiano escenario que marca estruendosamente la vida del país: la marcha chavista por un lado, con sus vítores y consignas anti-imperialistas, la marcha de la oposición con sus proclamas y panfletos a favor del revocatorio por otro. En los alrededores de ambas concentraciones las extensas y fatigantes colas atiborradas más que nunca de gente; de lo que un día en la historia de la Revolución Bolivariana se denominó a mandíbula batiente "el soberano" "el sujeto histórico y protagónico", términos, por cierto, ya casi desaparecidos del discurso oficial.
Un triangulo situacional extraño y desquiciante con un solo perdedor: el pueblo a la deriva, el que configura una mayoría silente, victima del fuego cruzado de los factores políticos, de los atropellos diarios de los dueños de los establecimientos comerciales y de las mafias de rufianes y malhechores que se arropan con el manto de la impunidad-complicidad de las autoridades.
Un paisaje urbano con pinceladas esquizoides. Una radiografía sabatina de nuestro insólito cotidiano que bien puede convertirse en una foto fija de nuestra agitada existencia. Una cartografía urbana para ubicar en escena el espacio en que cada uno de los actores ubica como estrategia o necesidad su lucha por la supervivencia: los dos primeros factores Chavismo-Oposición, simbólica y obedientemente en avenidas que no se cruzan, apretando aún más las tuercas del delirio polarizado y la guerra a cuchillo por la supervivencia política. Mientras que un importante sector del pueblo, madrugando a la buena de Dios, en las angostas aceras del supermercado, se cruza con los impulsos naturales de la tensión y la violencia. Esquiva pacientemente y aguanta en silencio. Una autentica lección de paz, de equilibrio y madurez ciudadana sin vanguardia y sin orientación alguna. Un acto de fe y de contención política entre lluvias y rayos solares que agrietan la piel. Una estoica resistencia que intenta ganar un palmo de terreno al hambre y a la desesperanza y evitar a toda costa eventos y circunstancias contraproducentes para el país.
Es la cola entonces, un espacio clave y desafiante, un campo de batalla y reflexión paralela para hacer una lectura más humana, solidaria y objetiva de lo que se esta viviendo; un termómetro para pulsar la temperatura del país y descubrir las cosas que no se dicen y no se miran a simple vista.El fondo de las apariencias. Representa también, una opción para oxigenar la política, para mirar y repensar los entretelones de esta comedia del absurdo en que se ha convertido Venezuela. En ese contexto se produce el relato preciso, el guión perfecto para mostrar a los que esconden la cabeza como el avestruz, a los que no quieren ver la realidad. Una oportunidad para visibilizar y sacar olvido circunstancial a los héroes anónimos de esta tragedia y reivindicar el protagonismo como letra viva consagrada en la Constitución.
Un camino lateral, un atajo certero que hay que recorrer como ejercicio útil para acompañar los procesos y las necesidades de la gente, en estos tiempos de tormenta, incertidumbre y desilusión. En la cola se templan las fibras de un pueblo bañado en resistencia pacífica y sabiduría, de una ciudadanía emergente, pero el tiempo, el inexorable, conspira y socava los límites de la paciencia y empuja el desenlace de la trama ¿Cálculo político? ¿Inercia y derrumbe institucional? ¿Incapacidad y miopía de la dirigencia política? En el vaivén de los días y de las colas las dudas pronto se van a despejar, cuando el destino inexorablemente nos atrape.