Alquimia Política

Soy venezolano

La generación a la cual pertenezco se autodenominó, en el mundo escritural, generación de los ´90. Sobre todo, porque quienes nacimos en la década de los ´60 del siglo XX, teníamos ya en ese tiempo una madurez profesional y vivivencial para comenzar a marcar nuestra huella propia. En el caso de Venezuela, se tuvo muchos tropiezos, sobre todo por los calificativos que la generación de los `80 recibió de buena parte de la tradición intelectual y académica venezolana. "Generación boba", "Alienados del Imperio", "Sifrinos de poca monta", entre otros; se llegó a decir que las nuevas generaciones añoraban otras nacionalidades y despreciaban la propia.

Recuerdo, hoy con tristeza, que mis compañeritos de Colegio (de clase media alta, yo estaba allí como estudiante porque mi padre era maestro de ese Colegio privado y le exoneraban los gastos), viajaban en sus vacaciones y venían tarareando idiomas al comenzar las clases en septiembre; todos expresaban a viva voz su argumento de felicidad de visitar países europeos o ir al mismísimo Imperio norteamericano. De los souvenirs que me llegaron a obsequiar, tengo aún una pequeña moneda con la imagen del Papa amigo, Juan Pablo II. Y lo que expresaban aquellos amigos míos, hoy señores productivos de mi país y algunos en otros escenarios del mundo, es que "ojalá fueran italiano, español, francés o norteamericano, para vivir bien…". Es decir, en una Venezuela abierta al mundo, manejada por los intereses foráneos, algunos de sus connacionales querían más alienación, más transculturización, no era suficiente lo nativo para satisfacer sus anhelos en los proyectos de vida de aquellos infantes que correteaban de esquina a esquina por aquel Colegio tan multicolor y heterogéneo.

Y desde entonces comencé a preguntarme: ¿qué quería ser? Desde un principio, y pienso que no he cambiado un ápice al respecto, quise ser maestro. Enseñar, impulsar el conocimiento y compartirlo, jamás sentí el valor de lo humano lejos de la experiencia de un aula de clases. Pero también comencé a tener consciencia de que vivía en Venezuela y más aún, que vivía en un pueblo-ciudad anclado en los Llanos Occidentales, llamado Guanare y que pertenecía a la idiosincrasia de una región noble, trabajadora, enigmática, como lo es el estado Portuguesa. Comencé a valorar lo local, lo cercano. A mirar en el paisaje mundano lo hermoso de una región que en verano carcome la piel y en invierno humedece el alma. Pero temía expresarlo, porque mi único souvenir a obsequiar era la imagen de la Virgen de la Coromoto que tenía que venir explicada, en aquellos días, para no ser confundida con otra imagen mariana. Había ausencia de lo que llama el filósofo Jünger Habermas "comunicación de la razón", es decir, se estaba en una época en la cual la filosofía de la consciencia del sujeto estaba manejada por agentes externos, hoy día esa filosofía ya no es del sujeto, sino de "los sujetos" a través de la dialógica racional comunicativa.

En concreto, ha cambiado el modelo de comunicación en los hombres y se han implementado nuevas formas de entender las relaciones humanas en un contexto cada vez más local e interactivo. Si esta revolución de la informática y la telemática, hubiera tenido los `80 como boom, indudablemente mi relación con mis coterráneos hubiese sido más directa y fructífera, sobre todo porque hubiera podido expresar mis críticas hacia esos anhelos absurdos por querer transformar nuestra idiosincrasia en otra cosa que no fuera la esencia humana que nos dio la vida.

A todas estas, la Venezuela del siglo XXI, producto de sus aciertos y desaciertos, desde los acontecimientos de 1958 del siglo XX, hoy tiene mayor cercanía con la idealización que cuando niño me hice de mi país. Veía cada palmo del territorio como un gran parque temático de culturas; fascinaba observar los valores religiosos, culinarios, exóticos de una tierra llena de gracia que se debatía entre una modernidad occidental globalizante y un nacionalismo patriótico fulgurante. Aquella representaba el progreso y el desarrollo para las nuevas generaciones; ésta asomaba el comienzo de un proceso de deconstrucción de la estructura social alienada impuesta por los agentes externos. Hoy día, esos dos frentes se mantienen activos y buscan, obsesionadamente, llegar o conservar el poder.

Pero el poder, tal cual lo define Habermas, como la capacidad de determinar y realizar fines colectivos, así como de darse los medios idóneos para alcanzarlos, es sujeto a críticas. La vieja consigna de que quienes cuentan la historia son los triunfadores, no debe ser las banderas del nuevo tiempo por venir; hay la necesidad de construir un diálogo nacional en el marco de una "razón comunicativa", es decir, no partiendo de folletos ideológicos pre-establecidos ni convenios de "dudosa" incidencia colateral, sino de un "argumento democrático", que incite a la participación real y a un protagonismo local, no nacional ni continental. Ya no es posible crear las bases de un socialismo bolivariano aislado de la globalidad occidental, es necesario vincular el Estado con el mundo, fortalecer los vínculos comerciales y tecnológicos, haciendo factible la inversión extranjera sin mayores agentes externos que el diálogo de negocios, porque el respeto a la autodeterminación de los pueblos es sagrado para una verdadera democracia.

Es, a todas estas, que hoy cuando la selección de futbol nacional, "nuestra vinotinto", deja el nombre de Venezuela en las alturas del mundo, y se dan éxodos, totalmente válidos, de compatriotas al exterior buscando mejores condiciones de vida, y se teje alrededor de los movimientos políticos y sociales un interés real por revisar las políticas públicas y manifestar, con respeto, dignidad y lealtad, los puntos en contradicción, es que surge la necesidad de preguntarnos si queremos ser "venezolanos" o aspiramos otra nacionalidad que represente ese ideal de Estado y Sociedad que, de algún modo, ha alimentado nuestra psique desde la influencia externa de los Imperios. Mi respuesta personal, absoluta y cristalina como el agua que recorre nuestros ríos en los Llanos Occidentales de Venezuela, es que "soy venezolano", con orgullo, con optimismo, con pasión; y que soy guanareño, hijo del manto sagrado de la Virgen de la Coromoto, extensión viva de cada granito de tierra de mi estado Portuguesa. ¡Qué dignidad pertenecer a esta Tierra!

Algunos de mis estudiantes me han consultado si me iría a probar suerte a otras latitudes, la respuesta también ha sido contundente: "Sócrates vivió siempre en Atenas, esporádicamente saldría, pero siempre estuvo en Atenas. Guanare, la Atenas de los Llanos, será para mí la Atenas de Sócrates…" Y a los que están en otros escenarios del mundo, les doy mi abrazo y reconocimiento como gente que sufre estar lejos de su tierra, acá permanecemos los que decidimos sufrir, llorar y alegrarnos, sea cual sea la circunstancia que nos imponga la vida, pero eso sí, fieles a nuestra idiosincrasia y a nuestro anhelo por llevar hacia el "infinito y más allá", el nombre del mejor país del mundo: ¡Venezuela!



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Ramón Eduardo Azócar Añez

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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