En estos días que corren, de desabastecimiento de alimentos y medicinas y, altos precios, me cité con una amiga a quien hacía tiempo que no veía. Convinimos en encontrarnos en uno de tantos café que hay en la ciudad, para conversar y compartir un rato, o al menos eso fue lo que le dije como coartada cuando la llamé luego de una afanosa búsqueda de su celular.
La recordaba como la última vez que la vi varios días antes de las elecciones del 2013, cuando Maduro fue elegido Presidente de todos los venezolanos (incluidos Ramos Allup y alias Maricori). Una criatura bastante apetitosa en carnes, de buen porte, bien alimentada, mas o menos como la gran mayoría de los venezolanos de aquellos felices días en que el bachaqueo y los altos precios no se habían abatido con la furia neoliberal de hoy. Aparte de sus dones intelectuales siempre me atrajeron mucho sus tobillos y otros detalles de los que no haré minucioso recuento ya que soy un tipo serio que no habla de esas cosas. Bien plantada, pues, buenota y con carne, así es la Teresa de mis recuerdos. Por cierto, yo también me encontraba en ese tiempo en plenitud de encantos; alto, buenmozo y cachetoncito, y supongo que mas o menos así pienso yo que ella me recuerda (si es que no ha conseguido un buen caballo como Diana D’Agostino), y no como ahora que tengo meses que no desayuno, medio almuerzo y medio ceno como la gran mayoría de los venezolanos. Voy rumbo a mi extinción masiva; ahorita mismo, soy lo que ha ido quedando de mí.
Llegué puntualmente a la cita y me senté a esperar en una mesita apartada que vi en un rincón a media luz, premeditando un poco de intimidad, por si acaso. En una mesita cercana estaba una señora muy flaca y que al parecer también como que esperaba a alguien, a juzgar por la forma ansiosa que miraba hacia la entrada del café cada vez que alguien entraba. Ella también me vio y por breves instantes me pareció que detallaba mi arrasada anatomía mientras pensaría cosas como "Pobre hombre ¡como lo tiene la dieta de Maduro!, deber ser maestro". No me sentí a gusto por aquel examen y yo también me puse a mirarla y a contar sus huesos bastante visibles a simple vista. Realmente, la flacuchenta parecía una espátula, y ya me estaba dando cosa verla con tanta impertinencia.
Así, y en silencio, mientras consultábamos nuestros relojes y esperábamos a nuestras respectivas citas, pasamos como una hora mientras nos mirábamos a veces furtivamente y a veces con descaro, casi como desafiándonos y reclamando nuestro derecho a sentar nuestros destartaladas humanidades en ese lugar.
Decidí llamar a mi presunta cita para saber qué había pasado, si se le había presentado un inconveniente, o algo que explicara aquella demora. Justo cuando la llamaba pude observar de reojo que el teléfono de la flacuchenta también repicaba; seguramente se trataba del cretino que la había dejado plantada, sin considerar el riesgo que corría esa mujer al salir a la calle en puro hueso pudiendo llevársela el viento.
─ ¡Aló Ropa Sola! ¡Perdón, Teresa! ¿Qué pasó? Te estoy esperando… ─alcancé a saludar, confundiendo a mi amada con la señora de la otra mesa, que se me había incrustado en el cerebro y me tenía nervioso con su miradera.
─ ¡Ropa Sola será tu abuela! ─fue lo único que pude escuchar de Teresa antes de que cortara la comunicación, tal vez para siempre.
Luego de eso, por más que lo intenté ansiosamente, Teresa no contestó mis llamadas; terminé mi café y regresé a mi casa a meditar y a revisar la nevera a ver si me habían dejado algo, y a sacar cuentas para ver cómo sobreviviría unos días mas a la vida esta que nunca se había visto.
Intenté relajarme y no pensar en Teresa y en lo torpe que había sido. Tampoco podía olvidar a la mujer del café. Ahora que lo pienso, cuando la vi allí, antes de ponerme a detallar su triste figura, tuve la sensación como de algo familiar en aquel conjunto de huesos. Como si la hubiera visto en alguna parte, como si la conociera de antes. Es posible que la vergüenza que siento en la calle por lo mal alimentado que estoy, por lo feo que me veo con la ropa tan ancha que parece que no fuera mía, me haya puesto a la defensiva y me haya hecho creer que la flaca me miraba con lástima. ¿Será que también le parecí conocido y que fue la media luz del café la que no nos permitió reconocernos por lo flaco que estábamos?
Es muy curioso también que mientras intentara comunicarme con Teresa, la flaca también estuviera recibiendo una llamada. Teresa me corta la comunicación y la flaca también termina de hablar y además parecía muy molesta.
¡Coño! ¡Ahora si entiendo!… ¡Cómo no me di cuenta en ese momento! ¡Teresa y Ropa Sola son la misma persona! Y yo la ofendí cruelmente sin quererlo.
Espero que algún día me perdone, si es que la crisis ha pasado y esté más repuesta, como los diputados de la AN del oficialismo que no hacen cola, ni pasan hambre y compran regulado. Con el tiempo quizá entienda que fue la crisis lo que nos separó porque nos impidió reconocernos por lo flacos que estábamos.
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