Esa virtud casi teologal del egoísmo

"Seamos un tilín mejores"…

Silvio Rodríguez / Cita con ángeles

En estos días leí un "chiste" en el que se preguntaba cuál sería el estadio de perfección de una computadora. La respuesta era: "cuando sea capaz de comportarse como un ser humano. Es decir cuando culpe a otra computadora de sus errores". Yo añadiría comillas a "ser humano" y sólo se las quitaría si queda claramente establecido que nos estamos refiriendo a uno de los tantos seres humanos alienados por el capitalismo y que no pueden evitar reproducir con total acriticismo la cosmovisión, las ideas y los valores de la clase dominante.

El egoísmo no es una "virtud teologal" y, en cualquier plano donde se le coloque, siempre estará en el orden de los antivalores. Aún quienes lo cultivan van a señalar la carga negativa del mismo, porque siempre existe y existirá la mínima esperanza y apuesta por la solidaridad en los individuos, aunque sea en mínimas dosis. Es, prácticamente, la nostalgia por lo que se presupone como génesis de la condición humana.

Quienes me conocen, saben que no soy amigo de andar dando consejos. Creo que toda verdad se construye entre las partes que participan de la misma ya que, cada quien la asumirá desde su subjetividad y, por tanto, nadie es absolutamente dueño de la misma. En definitiva. Nadie conseguirá objetivar la verdad.

Cuando me ha correspondido o me corresponde observar en alguien la falta a una "norma" de las tantas que –explícita o implícitamente- están contempladas para reglamentar relaciones de convivencia entre individuos que participan de cualquier grupo organizado, siempre evito partir del a priori de que el "acusado" es, simplemente, un "culpable" sin derecho a pataleo.

Todo "culpable" lo es de una "verdad" de la que, quien le acusa, es igual y subjetivamente partícipe, incluso en un nivel de culpabilidad directamente proporcional a la de quien –con prepotencia- es acusado. Por ejemplo. Entre dos individuos sometidos al aislamiento físico donde se produce una determinada "verdad", el que uno de ellos acuse al otro de "delator" –seguimos con un ejemplo que es hipotético-, lo único que da credibilidad a la palabra (de acusador) es que quien la pronuncia, tenga una "autoridad" conferida por la pertenencia a un aparato que le avala.

Un jefe, un director, un comandante, un reyezuelo, un impoluto con capa y cetro, estará siempre libre de sospechas ante un súbdito, un asalariado, pobre, negro e ignorante. Para el entorno de reconocimiento social, el que grita, voz en cuello y en la plaza pública, que su par de cautiverio (en el ejemplo al que nos referimos antes) es el culpable, va a conseguir inmediatas "solidaridades" que repetirán su sentencia como absolutamente verdadera e incuestionable. Lo más grave es que quieran llegar a "suicidar" al acusado, tal como lo ordena el poseedor de la "virtud teologal" del egoísmo.

Como en la hegeliana "Dialéctica del amo y el esclavo" el amo termina siendo el esclavo del esclavo… que lleva por nombre propio el de Egoísmo. Y, quien en revolución pierde la humildad para refugiarse en la prepotencia de sus aparentes virtudes, apuntaladas por un aparato al que sólo le interesa el poder, el único destino que le espera es el de las derrotas históricas y la contrarrevolución. No es un presagio sino una constatación. Sin embargo, se está a tiempo de escuchar a Silvio y ser "un tilín mejores", para poder emprender los liderazgos.



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Iván Padilla Bravo

Director del semanario cultural "Todos Adentro", medio adscrito al Ministerio del Poder Popular para la Cultura. http://www.mincultura.gob.ve/

 ivanpadillabravo@gmail.com      @IvanPadillaB

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