Entre la guerra bachaquera y la blandenguería gubernamental, estamos fritos

Con mi arroz caro no te metas, así chilló el escuálido de años atrás: Tampoco te metas con mi matrícula ni con mis lujosas clínicas, ni con mis empresas de diversión privada para niños.

En consecuencia, ahora, en esta perversa guerra del hambre, con salarios que no alcanzan ni para una comida/día ni mucho menos para la cobertura de los demás bienes necesarios mal llamados no básicos [1] , al escuálido no le sale chillar. Para el trabajador chavista, esta crisis de salarios distanciados de la inflación y la blandenguería del gobierno pudieran ser el costo personal de esta revolución.

El escuálido hasta inconscientemente siempre ha querido marcar diferencias sociales hasta dentro de la empresa donde se ve obligado a tratar con trabadores de la mal llamada faena sucia, con auxiliares de Contabilidad, con mensajeros, cosas así.

Sin duda alguna, la desigualdad de rentas que caracteriza a las sociedades burguesas se mueve desde los salarios precarios hasta las inmensas fortunas que logran alcanzar la alta burguesía parasitaria y la realmente productiva. Súmese los altos desempleos de mano de obra, como norma, y los cuadros de indigentes o de extrema pobreza.

La clase media o escuálida recoge también buena parte de esa mala distribución y se compone de trabajadores con ingresos modestos y con los de rentas relativamente altas; toda una diferenciación económica que ha terminado privando sobre cualquier conato de democratización de las oportunidades, de la educación y de las remuneraciones que se han erigido como factores divisionistas muy convenientes a la empresa privada y anticomunista[2].

En mi obra, PRAXIS de EL CAPITAL, dedico una artículo a la igualación de las remuneraciones para todos los trabajadores que hagan equipo y reservaríase algunas desigualdades entre equipos con evidentes costes de formación científica y tecnológica. Eso contribuiría a reducir las desigualdades en materia de rentas laborales con tendencia a la eliminación de las ridículas diferenciaciones entre los trabajadores de una misma empresa donde, sin duda alguna, todos son trabajadores complementarios, en razón de lo cual ninguno de ellos puede justificar salarios desiguales.

Sin embargo, queda la posibilidad de que, ante el apoyo inconsciente de los propios trabajadores escuálidos, para enfrentar los abusos del poder económico está la voluntad, la decisión firme y libre del gobierno.

Mientras este siga apegado al fulano "debido proceso" hecho para favorecer a la burguesía y sus abusos que son perfectamente asimilados a mercancías, y se toleren flaquezas en el ejercicio de la justicia en tiempo y espacio, se trataría de un gobierno que sabe mucho de leyes y de justicia social, pero no sabe ejecutarlas. En este caso, resulta ser un gobierno blandengue u opuesto a la dictadura donde tampoco saben aplicarla, pero tampoco es lo más deseado.


[1] La burguesía logró sembrar en el imaginario laboral y gubernamental la dañina idea de que el trabajador podría recibir salarios excesivos, con lo cual estos se han reducido a una cesta básica de hambre. Así, por ejemplo, tener una casa propia y con determinadas comodidades y muebles de uso general jamás ha entrado en dicha cesta con lo cual el salario carga con alquileres y onerosa cuotas amortiguadoras de leoninos créditos hipotecarios.

[2] Detrás de la diferenciación salarial , supuestamente basada en la capacidad productiva de cada trabajador, se esconde el supremo interés del patrono en mantener viva una permanente división social entre los trabajadores de cada empresa y de la sociedad en general.

 

 



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Manuel C. Martínez


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