Nos han tirado a sacarnos del juego. La presente crisis confrontada por el trabajador y el jubilado, el asalariado de bajo salario y el funcionario público fijo, es una crisis que sufre a solas porque sus vecinos y compañeros de trabajo la comparten sin tener segundas instancias.
Por ejemplo, antes le iba mal con los adecos y saltaba para los copeyanos, y viceversa. Hoy, ¿para dónde coger, si se trata de un malestar económico envolvente, ni siquiera está bien repartido entre tirios y troyanos. Se salvarán quienes hayan tenido muchos ahorros.
Es la peor penuria que ni siquiera habría sufrido el marginado de ayer porque, si vamos a ver, la condición de extrema pobreza perturba los sentidos, nos bloquea la capacidad de protesta y nos embarga el conformismo. La vida indigna rompe las almas y pase lo que pase ella se da como una manera der ser, propia de los pobres.
Pero, teníamos un sueño, una ilusión, la idea de una Bonita patria; ella se está cayendo a pedazos de nuestro imaginario. No vemos la salida, y no por falta de voluntad, sino porque el enemigo luce impune ante una gobernanza que, al parecer, sigue respetándolo como amo. No vemos sanciones ejemplares, no vemos un ataque frontal a las acciones de la derecha, más allá de la retórica mediática, del dimes y diretes.
Por más que guapeemos, el hambre nos aqueja y pasa factura. La derecha sabe lo que ha hecho y lo seguirá haciendo, máxime cuando ha tropezado con un tipo de gobierno tan tolerante que ha rayado en la pendejada.