Según los entendidos en materia religiosa hay un conjunto de pecados capitales en el catolicismo, entre tales aparece la ira, que según referencias conceptuales disponibles en la Web se le describe: "como un sentimiento no ordenado, ni controlado, de odio y enfado." Agregando además que: dicho pecado o sentimiento "puede manifestarse como una negación vehemente de la verdad, tanto hacia los demás y hacia uno mismo, impaciencia con los procedimientos de la ley y el deseo de venganza fuera del trabajo del sistema judicial (llevando a hacer justicia por sus propias manos)"; por otra parte la Ira conduce al "fanatismo en creencias políticas y religiosas, generalmente deseando hacer mal a otros." Concluye la reseña expresando que la "definición moderna también incluiría odio e intolerancia hacia otros por razones como raza o religión, (…). Las transgresiones derivadas de la ira están entre las más serias, incluyendo homicidio, asalto, discriminación y en casos extremos, genocidio."
Entonces tenemos que la ira es para un religioso un pecado capital, algo muy serio dirían nuestros abuelos; otros casi lo califican como pecado imperdonable, aunque por otro lado algunos aseguran que con una manifestación de arrepentimiento se puede perdonar hasta el genocidio de Hitler y con tal acción ya el mundano pasa a transformarse en un siervo con boleto ganado hacia la vida eterna en el huerto del Edén, que según dicen es muy acogedor. Sin embargo, como en las agrupaciones religiosas existe la jerarquía tenemos por entendido que los dirigentes de mayor grado, experiencia y conocimiento están llamados a ser ejemplo para los cófrades principiantes, novicios o más bisoños dentro la respectiva hermandad.
En el caso de la hermandad católica de Venezuela hace ya bastante tiempo que parte de su jerarquía parecieran estar poseídos por la ira y en consecuencia su comportamiento se ha traducido en el concepto que Dante decía sobre tal conducta: «amor por la justicia pervertido a venganza y resentimiento». Eso precisamente es lo que denotamos en las declaraciones del director del Departamento de Medios de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal de Venezuela, el clérigo Pedro Pablo Aguilar, quien en un tono casi que anhelante señaló la posibilidad de una guerra civil en Venezuela si la mesa de diálogo no avanza.
En particular no veríamos ningún problema en que cualquier venezolano, sea creyente o escéptico, advierta sobre la posibilidad de una confrontación fratricida en nuestra sociedad, eso lo hemos dicho en muchas oportunidades y no constituye pecado para los religiosos, ni delito para los incrédulos, pero resulta que si bien la palabra expresada compromete a quien la pronuncia, la situación se torna más compleja con se "aliña" con tonos y contextos valorativos que se materializan en opiniones acusatorias, inquisidoras y tendenciosas, tal y como lo señaló el abate de marras. Se denotaba en él que estaba muy molesto, iracundo y casi que con la palabra aquella que termina en "…chera", con la cual Capriles Radonsky llamó a la gente a la calle hace cierto tiempo, generando consecuencias mortales.
Esta situación obviamente crea preocupación en quienes andamos en la senda de promover la Paz y la concordia entre los venezolanos, pues estamos conscientes que aquí hay espacios para todos y que ninguno de nosotros puede presuponer que los demás terrícolas deben pensar y actuar exactamente igual a nuestras ideas y conductas; eso es absolutamente ridículo y solo aceptable para los obtusos y pánfilos. Así como tampoco creemos que los católicos ante la actual situación del país pretendan interpretar literalmente el Deuteronomio 20.16–17: "en las ciudades de los pueblos que el Señor tu Dios te da como herencia, no dejarás nada con vida. 17 Exterminarás del todo a hititas, amorreos, cananeos, ferezeos, heveos y jebuseos, tal como el Señor tu Dios te lo ha mandado." y como consecuencia llevarían tal mandato bíblico a la realidad del inmediato futuro contra los "chaveseos, revolucionaseos, comunisteos" o más genéricamente "compatrioteos".
Es por tanto entonces que, con el respeto y aprecio que tenemos hacia quienes tienen sus creencias católicas, sean practicantes o no, recomendamos que se hagan una lectura de la encíclica papal "Pacem in terris (Paz en la Tierra) que es la última de las Ocho redactadas por Juan XXIII, publicada el 11 de abril de1963," la cual "era una especie de llamamiento del sumo pontífice a todos los seres humanos y todas las naciones para luchar juntos en la consecución de la paz en medio del clima hostil generado por la Guerra Fría." Su contenido de unas 30 páginas resulta muy interesante para el debate de las ideas en la realidad actual nuestro venezolana, quizá la comentaré completa en otro trabajo, pero insisto en la recomendación de su lectura por parte de los católicos, salvaguardando –claro está- los contextos de tiempo y espacio, pues aunque no soy seguidor de religión alguna, asumo hoy las palabras que Nikita Kruschev, primer ministro de la Unión Soviética de aquel momento histórico, quien declaró en una entrevista sobre la publicación de esa Encíclica: "Nosotros los comunistas no aceptamos ninguna concepción religiosa. Pero al mismo tiempo somos de los que creen que es necesario que se unan todas las fuerzas para salvaguardar la paz."
Entonces espero, junto con muchos más que expresan igual posición, que los más y los menos inquietos en materia de discusiones vinculantes entre el tema de la jerarquía eclesiástica con aspectos del poder político en Venezuela, se sumen al intercambio tolerante de las ideas partiendo de las palabras del Papa Juan XXIII en ese texto de 1963: "…como todos los hombres son entre sí iguales en dignidad natural, ninguno de ellos, en consecuencia, puede obligar a los demás a tomar una decisión en la intimidad de su conciencia."