Réplica a la nota "El penthouse de Jorge Rodríguez que profanó el Palacio Municipal de Caracas "

Las profesiones servilmente politizadas borran con los "pies" lo que las "manos" correspondientes pudieran haber hecho.

Dato complementario que no debió ser silenciado es la demolición del Teatro Municipal a eso de las 2 am en la Plaza Bolívar de Valencia durante el Puntofijismo medio.

Se trata del derrumbe en menos de 3 horas seguidas del Palacio Colonial Municipal, sede del Concejo Municipal del mismo municipio valenciano, parroquia El Socorro. Su terreno, ya bastante removido, en búsqueda de algún entierro español, y durante décadas, el Puntofijismo lo asimiló a un pestilente basurero frente a la Iglesia Catedral, frente a la escultura pedestre de El Libertador Simón Bolívar sobre monolito grancolombiano, y luego a terreno semihabilitado como puesto policial y oficinita para vender tiques de transporte, cosas así.

Para esa demolición apresurada e inconsulta demolición estuvo yacente y en juego el alquiler de edificaciones privadas para la prestación de otras edificaciones como sede del ayuntamiento correspondiente. El hecho ocurrió durante el mediano Puntofijismo.

Por cierto, si las mejoras arquitectónicas son tales, resulta impertinente semejantes denuncias y alarmas con fines palmariamente contrarrevolucionarias que suelen desdecir muchísimo de la profesionalidad de quienes sin razón técnica alguna se podrían estar sumando hasta ingenuamente a esta suerte de chapucerías mercachifleras y vulgaridades politiqueras. La acreditado edificación del Museo del Louvre, París, Francia, por ejemplo, ha sido remodelado varias veces, ensanchado etc. sin que ningún observador haya dicho ni esta boca con caries es mía.

No somos especialistas; creemos que no tenemos suficiente cualidad en materia arquitectónica, pero una elemental racionalidad nos indica que las reformas de ese tipo, si fuere el caso, cuando no alteran la visión estética por ninguna de las paredes externas de la edificación correspondiente; no se alteraría para nada la simetría ni la forma de su originalidad que se le haya dado y así siga respetándosela como reliquia de esa índole.

En esta Valencia, mantuanísima aún, tenemos un caso emblemático del más escalofriante silencio guardado por especialistas respecto al derrumbe de la excelente y reconocida acústica de uno de los mejores teatros del mundo, en tal sentido. Allí llevó a cabo uno de sus últimos ensayos del tenor Pavarotti. Este artista fue introducido rápida y convenientemente por la puerta trasera del teatro por donde suelen entrar todos los artistas y tramoyistas del Teatro ya dañado de por vida, hoy convertido en una suerte de galpón para teatro de segunda y barata farándula.

El daño lo causó la contrata de empíricos baratones para algunos retoques y reparaciones menores de las paredes de esa obra. Los albañiles observaron algunos desprendimientos del revoque y procedieron a cortar lo que calificaron de reparable; así ganaban en metros facturables y lograron acumular toda la fina sílice que estaba guardada debajo de las placas del encalado y que precisamente eran el material acústico en cuestión.

Desde la acera de la parte posterior del teatro no se veía nada anormal, pero a unos 50 metros sí. Se trataba de un tinglado de zinc y tablas toscas que, para resguardo y depósito de algunos deshechos a manera tal vez como desván le encamaron al bello teatro. El tenor no vio semejante espectáculo antiestético porque, posiblemente, se habría dado cuenta de que lo llevaban a ensayar en un rancho para tenores mediocres.

¿Con qué moral, pues, se le hacen ciertas críticas a terceros de su oposición?



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Manuel C. Martínez


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