Irán era un país que estaba en la lista de espera para la invasión por las potencias europeas, comandadas por los EE.UU. No se dejó. Confrontó. Resistió. Escogió el camino que las mismas potencias que lo acuciaban satanizan como antiprogresista y contracivilizado: la fuerza, "la violencia", el poder militar, específicamente nuclear, así sea para la defensa vital propia. Se convirtió , pues, en una "amenaza" para el mundo.
El esfuerzo frustrado de los países imperialistas del presente, cada vez menos fuertes y efectivos para controlar la asimetría bárbara del planeta, por enésima vez dejó en evidencia el alma desolada que los anima: esa "violencia", esa fuerza, esa condición de amenaza hasta para la especie humana, es patrimonio sólo ejercible para ellos. Si los "buenos" son los que matan y se hacen fuertes e impositivos, y se arman hasta el infinito, son eso precisamente: buenos.
Los países, como las personas, tienen la obligación, el mandato permitido, la realidad instintual, de velar por sus vidas. Irán se defendió. Se armó. Planto cara. Se alió con Rusia y hoy día es una potencia disuasiva que echó al lodo el proyecto estadounidense de ocupar el Medio Oriente. Se lo exigía su integridad, su existencia, sus ingentes reservas de petróleo y posición geoestratégica, razón única de tanto vuelo carroñero en su entorno.
Nadie puede esperar, confiado en el sentido común de los buitres, que su humanidad sea respetada, precisamente si aquellos se alimentan de ella. Es estúpido esperar, tratándose de un país, que alguno confié en las buenas intenciones o el reglamento internacional para que le respeten su soberanía y riquezas internas. Ética a un lado, lamentablemente la lengua del mundo es la fuerza y, aunque las mismas potencias de la fuerza con su poder cultural desdibujen la idea, el mundo es, y ha sido, perennemente, darviniano. La fuerza es el lenguaje; la disuasión, el efecto.
Venezuela es un país entrampado en una dicotomía. Apunta al socialismo y malentiende que una de sus doctrinas es la misma que llevó al pájaro dodo a la extinción: la confianza en la bondad ajena. Esto es, un humanismo de manuales basado en las líneas de dominación que el mismo enemigo dispara para el sometimiento. No te puedes armar ni siquiera para tu defensa porque te conviertes en un violento, en un terrorista para más precipitación, y eso es contrario al estamento idealizado del progreso cultural. Por otro lado, está la necesidad de defensa del país, cuyas reservas descomunales de hidrocarburos y metales no piden otra cosa más que la sinceración de la comprensión humana: si el mismo país no las defiende, no lo hará otro por él, menos las ideas y gestos confiados y bondadosos.
No existe en el planeta ningún país que establezca la defensa de la soberanía en esos términos, atornillados en las letras de una página ortodoxa, no refiriendo al socialismo como salvador y justo, sino a algunos de sus detalles inapropiadamente digeridos. Los pocos que han sido, se los llevaron los "amigos" cargados en los brazos, como hicieron con el dodo. Y como no los hay porque es muy probable que hayan desaparecido antes del parto mismo, resta en consecuencia ejemplificar con mitos e ideales humanos, que también dan ejemplo de lo que no pudo ser, y hablar, por ejemplo, de la extinta Atlántida, ingenua civilización manipulada y devorada por otra, o de ideas como la república gobernada por filósofos, soñada por Platón. Y si existen países de tal corte, como por ejemplo esos paraísos fiscales que nadie toca y que prescinden "sabiamente" de ejércitos para defender sus fronteras es porque los países poderosos así lo han convenido. Nadie impediría que, cuando acuerden lo contrario, tales paisuchos sean tomados.
Urge, ergo, la comprensión descarnada de que sólo con la disuasión militar y de fuerza podrá conservarse la patria. Es lo que en el mundo hay, más cuanto es un hecho patente que Colombia ha rodeado a Venezuela con sus gringos camuflados en el Plan Colombia y se ha convertido en un país satélite del poder mundial e imperialista con integración a la OTAN. Es decir, el país "hermano" ya no es tal, ya no es Colombia, sino una entidad con bandera de saqueo y ocupación internacional incapaz de decisiones propias. ¿Confiará Venezuela en su bondad, o en la bondad de quienes encarnan a Colombia como miembro de una organización para defender sus fronteras y riquezas patrias? ¿No era que estaba mal armarse hasta los dientes porque te convertirías en el malo del mundo y de la película? ¡Pues, Colombia ya lo hizo, y es de maravillarse! Respóndase entonces entonces por acá, a contrapelo, qué alianzas ha concretado el país natal de Simón Bolivar más allá de los discursos para defender su soberanía.
Para hacerlo, para practicar una adecuada defensa que dé la talla en el contexto de la eterna fuerza que comanda a la historia humana, hay que echar mano tanto de la ciencia como de los discursos (política) y de las alianzas (eventuales acciones de fuerza). El discurso perfila el ser o lo desdibuja, y es en sí un arma de confusión enemiga o acierto; la ciencia propone que es tonto desestimar el aprovechamiento nuclear para la defensa, como lo ha hecho Venezuela; el arte militar obliga a la utilización de los espacios para la cobertura de las alianzas. Venezuela ha insistido hasta en lo práctico con el discurso humanista exterminador de aves dodo: los asesinos políticos y comunes poseen férreos derechos humanos y se ha llegado hasta desarmar a los policías para enfrentar paramilitares en protestas; la consideración prohibitiva ambientalista hasta en sus términos más sustentables ha privado sobre el uso de las posibilidades defensivas nucleares; la prohibición constitucional de asentamientos militares foráneos sobre tierra nacional ha impedido la configuración de alianzas concretas con uso y ocupación de territorios con efecto disuasivo sobre el halcón imperial mundial. Esto último da a entender que el país sería auxiliado por aliados militares, chinos o rusos eventualmente, desde una perspectiva lejana, discursiva, sin presencia del vil metal o de la fuerza física, a través de una acción aproximadamente etérea.
Blog del autor: Animal político