El problema de vivir en un país como la Venezuela post-1998, es tener que explicar a los amigos que viven en el extranjero, en esas ciudades post-capitalistas industrializadas, que acá hay una confrontación despiadada entre los ostentadores del poder político y el movimiento opositor. En dicha confrontación ambos sectores han perdido el rumbo del diálogo para solucionar un problema político que trae consigo una crisis económica asfixiante y un deterioro de la calidad de vida del venezolano a márgenes inimaginables.
En pocas palabras, la crisis, llámese "guerra económica" o "corrupción", o en el peor de los casos, "ataque del imperialismo", es una centrífuga que va acabando con las expectativas de desarrollo y de futuro de toda una generación. Hoy día se escucha, de voces de militantes del chavismo y de la oposición, posturas de padres que expresan que para no coartarles el futuro a sus hijos, los están preparando para que emigren a otras experiencias de sociedad donde, ni las banderas ideológicas ni los partidos mandan, sino que se impone en esas sociedades un modelo competitivo, de lucha de clases y de experiencia neoliberal que garantiza mercados con criterios de progreso y crecimiento. Y eso hace inminente una pregunta: ¿Por qué desde el epicentro de nuestro Gobierno Bolivariano no se busca una salida que unifique este modelo progresista con el modelo socialista de Estado protector e intervencionista? ¿A qué tememos los revolucionarios si la sociedad crece y se diversifica? ¿En qué dejamos de ser independientes o soberanos si tenemos una vida prospera y con expectativas de futuro promisor? Siento, y esto es posible que sea tomado como una inflexión de mi parte, que tenemos un inmenso miedo de perder las prerrogativas del poder y eso nos hace más daño que la propia oposición.
En tal sentido, al chavismo y al Gobierno Bolivariano, como monopolizadores de la voluntad política en Venezuela, le toca renovarse, revisarse, reintegrarse y reimpulsarse; no basta con llevar las banderas de Hugo Chávez y pensar que el Plan de la Patria es infranqueable e inmodificable, debemos crear condiciones de un diálogo pero no con la oposición, esa no tiene interlocutor válido ni legítimo, sino con las propias comunidades. Empoderar realmente al pueblo, hacerlo partícipe de su destino y no utilizarlo para mítines y actividades de reafirmación de un liderazgo que ha sobrevivido por la consciencia del pueblo no por el discurso conciliador o carismático de quienes se visten de líderes del proceso revolucionario.
En toda etapa de la vida, en este aspecto, la postura de las "incondicionalidades" es negativa; debe prevalecer la experticia, la concreción de hechos y no la contradicción. La tendencia es a buscar mantener en el Circo de la política un escenario de batallas ganadas y no se mira en lo profundo de los acontecimientos: la sociedad se está desmembrando, estamos perdiendo interés para las nuevas generaciones.
Sin embargo, no todo es negativo en la experiencia política bolivariana; se alcanzó niveles importantes de inclusión y visibilización de clases sociales que estaban destinadas a mermar en el ecosistema capitalista salvaje. Para propios y extraños, hubo una reducción de la pobreza; los índices de pobreza han sucumbido su margen de deterioro ante la aplicación de una política basada en el acceso a los alimentos a la población, la gratuidad de la salud y la educación, el fomento de las fuentes de empleo y la ampliación de la seguridad social.
Así mismo, las misiones educativas, como Robinson, alfabetización y primaria, Ribas, bachillerato y Sucre, universitaria, se activaron con la asignación de más del seis por ciento del Producto Interno Bruto (PIB); en el aspecto cultural, se masificó la publicación de textos a través de la Fundación El Perro y la Rana, y se generalizaron actividades artísticas, con la Compañía Nacional de Danza, el Centro Nacional del Disco, la Red Nacional de Salas de Cine Comunitario, la Red de Salas Regionales de la Cinemateca Nacional, la Distribuidora Nacional de Cine Amazonia Films, entre otras instituciones.
En cuanto a la vivienda, se ha materializado todo un trabajo cooperativo que persigue alcanzar los dos millones de soluciones habitacionales dignas, la tarea e inversión ha sido cuantiosa y aún se está batallando con ello. Pero no se puede negar el esfuerzo, la tarea emprendida, los cambios positivos que han dado fruto, pero eso no es suficiente y no será suficiente. Se necesita profundizar la revolución pero creando un nuevo esquema de intermediación, complementar lo social con lo económico-financiero, permitir que la creatividad domine el escenario del mercado, que la inversión foránea vea atractivo el espacio económico nacional, que las amenazas y ataques den lugar a un ambiente de cordialidad y cooperación; no se trata de destruir el país para luego repartirnos las sobras, se trata de llevar a un plano de idealización el compromiso por hacer atractivo al país para su gente y no esperar que los hijos crezcan y se materialice su búsqueda de futuro en otras latitudes e idiosincrasia societal.
Recuperar la autoestima nacionalista, a todas estas, pasa por un sacrificio de intereses y pretensiones políticas ajustadas a un ideario radical que se pensaba en desuso pero que hoy toma partido en el mundo global ante un Presidente norteamericano (Donald Trump) que viene con una agenda cargada de radicalismo y exageraciones raciales, mostrando un panorama nada alentador para la experiencia hegemónica imperialista en los próximos años.
Ahora bien: ¿nuestro temor es ser reconquistados? Eso no será posible, y pienso que en eso está claro el capitalismo global imperialista, de que el país está con un nivel de estímulo nacionalista ideal, consolidándose, remarcado en su condición patriótica, pero ese pueblo necesita nuestra madurez política y comenzar a darle síntomas de progreso y bienestar que eviten la tan "esperada violencia" que, según dicen generará Juan Bimba un día de estos que se levante con el pie izquierdo y en la cola para buscar su comidita a precio subsidiado vea a un encopetado revolucionario, de esos que tiene cargo fijo y prebendas, coleársele con la sola consigna de su carnet de funcionario, y casi al mismo tiempo le pise una señora entaconado y un niño le manche su única camisa dominguera con el lápiz de tinta que un atareado padre le dio para calmarlo; todo esto desatará las frustraciones de ese hombre de pueblo y reaccionará con la más cruente de las "arrecheras" y se dará el chispazo que pondría a un Gobierno y a su dirigencia a definir posturas radicales o en su defecto, llamar a elecciones anticipadas. ¿Eso es lo que queremos los revolucionarios? ¿Eso es el deseo de un movimiento social y político que surgió con banderas de amor, paz y reivindicaciones sociales? ¿Somos incapaces de entender que la transformación no es demolición de los beneficios sino incremento de los beneficios existentes? ¿No entendemos aún que igualdad no es ser todos pobres para buscar una estandarización de las clases sociales venezolanas? ¿Qué nos impide plantear una salida a la crisis que no tenga como camino la violencia?
Un viejo amigo, de esos que ya llega a los noventa años de edad me dijo: "Acá estoy poeta, esperando la violencia". Le increpé y le dije que cómo una persona de su edad, de su experiencia aún lúcida podría invocar tan mal augurio para nuestro pueblo, y él me respondió: "Cada día las cosas se van apretando tanto que terminará por colmar la poca paciencia que se tenga…" Sí, le contesté, las cosas están dilatando la paciencia, pero somos un pueblo fuerte y la debilidad es solamente una escaramuza del destino, no es el destino mismo. Este pueblo no debería flexionarse hacia la violencia, pero de ser así estamos a tiempo para evitarlo, para lograr sentarnos e redefinir las estrategias. El viejo me replica: "…es que no es lo mismo hoy día, en esa democracia puntofijista el deterioro del nivel de calidad de vida, no de vida, de calidad, se dio en un periodo largo (1958-1980), hoy esa pérdida de calidad de vida, sea por las razones endógenas o exógenas que sean, se ha dado en un corto, muy corto período que no llega, hoy 2017, a cuatro años… ¿qué país aguanta eso mi querido poeta?".
La postura anterior es necesario oírla y tomarla en cuenta, porque no desdice del proceso revolucionario, sino que lo alerta y de alguna manera, hace más reiterativo el llamado a un proceso de revisión, rectificación y reimpulso; debemos estar preparados para todo cuanto pueda suceder, pero no podemos colocar la terquedad como herramienta, y menos la sumisión a grupos o tribus políticas que abanderan falsos liderazgos y que no representan al chavismo auténtico y genuino que, por su naturaleza dialéctica, va lacerándose e integrándose a las nuevas generaciones de nuestra sociedad. ¿La derrota? Es posible, pero que no sea porque no se hizo el esfuerzo y el trabajo conciliador; el movimiento revolucionario debe adaptarse a los tiempos y a la gente, y a nuestras nuevas generaciones hay que estimularlas, alimentarlas de un patriotismo progresista y transformador, lejos de banalidades y oscuros contrastes.