Leía en estos días un estudio sobre la gente que se siente sola en EEUU, 300 millones de personas con todos los medios de comunicación posibles a su alcance. Calculan que un 25% sufre de aislamiento, soledad, no tienen un solo amigo con quien compartir, en quien confiar.
No se porqué eso me llevo al siglo XVIII cuando Juan Jacobo Rousseau alucinaba la pureza en los indígenas, mientras sentía que la civilización era su corruptora. Otros proyectaban la pureza sobre los niños hasta que apareció Freud con la sexualidad infantil a arruinarles su sueño. Hoy que la atmósfera está tan contaminada ya resulta difícil hasta ubicarla en el cielo.
Pareciera que es un fenómeno creciente en los últimos siglos el sentirse solo y separado. Sentir el mundo sucio, agresivo, corrupto, inhóspito, insensible, y andar buscando donde localizar entonces la pureza perdida. Es un fenómeno sicológico extraño este, porque si la andamos buscando es porque de algún modo la sentimos. ¿Pero dónde?
Ahora se me ocurre que también Marx y Engels, andaban en búsqueda de algo parecido, querían descubrir en que parte de la historia eso se había perdido, corrompido y como. Y así de esa sensación de pérdida, extrañeza, desorientación, surgieron muchas búsquedas y cosas interesantes como el contrato social, el sicoanálisis, el socialismo.
Si uno no se sintiera de algún modo fuera de lugar, excluido, incómodo, desidentificado con la época que le toca vivir, ninguna de estas cosas hubiese venido a ser. Incluyendo las religiones que tienen todas por base esa misma sensación, que nos lleva a elevar la mirada hacia los cielos. La patria, el hogar, el paraíso perdidos, lejanamente recordados y añorados.
De allí también provienen todas las innovaciones tecnológicas y sociales. Porque, ¿quien desearía cambiar algo con lo que se siente totalmente identificado y cree que está perfecto? Del mismo modo a esas sensaciones corresponde nuestra concepción y modo de sentir que nos movemos en el tiempo, una especie de flujo ininterrumpido aunque bastante elástico, porque a veces se acorta y otras se hace interminable. Y en oportunidades muy especiales hasta sentimos que el tiempo se detiene y el mundo se silencia.
Pareciera entonces que todos los adelantos surgen de circunstancias, sensaciones y personas un poco “raras”, no comunes, no habituales. Una rareza que es solo particular al ser humano. Y como vivimos tiempos en que gran parte de la humanidad se siente desorientada, extraña, excluida, desconforme con su mundo y sociedad, es de esperarse que de tanta rareza surjan muchas cosas interesantes.
Sin embargo hay que volver a afirmar a riesgo de resultar reiterativo, que en la humanidad reina la libertad de elección. Concientes o no todas nuestras acciones son intencionales, y aún no eligiendo elegimos.
Porque vivimos en una organización social histórica que tiene una tendencia, una dirección a futuro factible de corrección, en la que estamos incluidos inevitablemente. ¿Y qué es esa historia, cual es su motor, sino la libertad de elegir que nos diferencia de la naturaleza?
Ejerciendo esta libertad de elección nuestro presidente Hugo Chávez, declaró en nombre de todos los venezolanos que no seremos cómplices del genocidio israelí en Gaza y el Líbano, retirando nuestro embajador.
Porque estamos concientes de que no podemos declararnos soberanos y amigos de todos los pueblos, callar cómplicemente sin hacer todo lo que esté a nuestro alcance, y seguir creyendo ingenuamente que seguimos caminando hacia la libertad. Nuestro destino es global, o avanzamos en cada paso hacia la libertad, o retrogradamos hacia la barbarie.
Si no ejercemos en los hechos cotidianos nuestra libertad de elegir como queremos vivir, nos tocará enfrentar cada día una violencia mayor. Leía justamente en estos días en Internet una ingeniosa idea, en que dado que los gobernantes estaban paralizados y mudos, los pueblos se ponían de acuerdo para boicotear en todos los campos a EEUU e Israel hasta paralizarlos.
Yo comparto y coincido totalmente con tal idea. Estoy convencido que si el mundo sigue girando como lo hace es porque nosotros seguimos trabajando, produciendo y pagando por todo. Para mi no hay poderosos sino porque somos ignorantes de nuestro poder. Creo que de reconocernos los verdaderos actores de la historia, no necesitaríamos de ningún intermediario.
Hay mil ideas creativas como esa que nos permitirían pasar de exclamaciones de impotencia y desesperación, a los hechos concretos que realmente afectan la economía mundial, que es lo único que entienden los que se creen poderosos. Los que alimentan con nuestra sensación de impotencia su artificial poder.
Y no hay prioridad mayor que la de detener esta tendencia creciente a la violencia, si es que pretendemos un mundo mejor y de paz. Les recomiendo a los que deseen dejar de sentirse impotentes y ver cuantas posibilidades de acción disponibles tenemos, leer el artículo “El día que Israel y EEUU fueron derrotados por Internet”.
www.iarnoticias.com/secciones_2006/medio_oriente/0056_libano_ciencia_ficcion_07ag06.html
En el ámbito de Venezuela, el domingo pasado el Aló Presidente fue presentado desde el “Hato la Vergareña”. Una extensión de 187.000 has. de tierra recuperada del latifundio, casi el doble de superficie que la isla de Margarita. El Sr. Hugo Chávez anunció que allí se construiría “la Ciudad de la Madera”, una “Empresa de Producción Social” que se encargaría de la siembra de árboles y su proceso de transformación en todo tipo de bienes.
Es un proyecto muy interesante y pleno de posibilidades a explorar. En principio porque allí ya viven comunidades indígenas originarias pemonas, que entonaron el himno nacional venezolano en su lengua nativa, cantaron y danzaron según sus rituales tradicionales. También hay un destacamento militar. Y sobre esa base se comenzará a planificar este polo de desarrollo endógeno.
Ahora necesariamente han de comenzar a llegar campesinos y técnicos de todas las actividades que se planifican desarrollar en torno a la madera. Entonces por una parte hay la posibilidad de construir ciudades totalmente organizadas desde su misma concepción.
Y por otra la de aplicar todas la nuevas formas de educación, relación y producción social que se deseen experimentar, rescatando lo más exitoso de los ensayos anteriores y agregando nuevas posibilidades que se hayan concebido entre tanto, siempre en dirección socialista.
El presidente Chávez comentaba que allí aún se vivía en la época medieval, con relaciones sociales y de producción feudales, con caciques que se creían los dueños de todo e imponían su ley en la comarca. Lo cual era una de las razones más que evidentes de que nuestros países no se desarrollaran, continuando tanta gente en la pobreza y la ignorancia.
A mi modo de ver esto posibilita comenzar desde los conocimientos y técnicas más avanzadas que incluyen nuevas normas de respeto por el ecosistema, sin el peso de una infraestructura caótica como es la de las grandes ciudades que crecieron sin la menor planificación.
Posibilita prevenir y evitar la formación de cordones de miseria e ignorancia que se configuran en torno a las ciudades, por la afluencia masiva de personas no capacitadas a desempeñarse en las nuevas tecnologías que requieren cierto estudio y capacitación indispensable.
Esto en cuanto a infraestructura física y educativa, que debe ser resuelta simultáneamente. Pero luego tenemos que contar con la inercia sicológica de las personas, que no varía porque se cambie de lugar ni de organización social. Después de haber vivido varios años en la frontera entre Venezuela y Brasil, justamente en el mismo Estado Bolívar donde se construirá tal ciudad, y habiendo convivido con indígenas incluso, puedo decírselos con certeza.
Fui a esa zona ya con la intención de vivir y aprender algo diferente a lo experimentado en las ciudades. No fui a hacer negocios, ni a continuar con la dinámica y los hábitos del pasado. Sino abierto a ver otras formas posibles de convivencia y dispuesto adaptarme a ellas, a explorarlas.
Fue entonces que pude darme cuenta que la programación mental de todas las experiencias acumuladas, no se modifica ni se deja atrás porque uno cambie de lugar o formas de organización social. También me di cuenta que las instituciones sociales no están afuera, en el mundo, sino en nuestros hábitos y creencias. Por ejemplo la organización social de la familia.
¿Pensaron alguna vez que en cada cultura, acorde a las geografías y climas, al excedente de producción y distribución de la riqueza o bienes, a la disponibilidad de elementos de uno y otro sexo, varían completamente estos hábitos que nos parecen tan naturales y hasta espontáneos, como si siempre hubieran sido así, cuando no los contrastamos con otros diferentes?
Sin embargo, pese a que toda esta organización es mental, económica, cultural, histórica y no natural, tenemos intensas grabaciones emocionales al respecto y la misma carga en rechazo de lo diferente. ¿Cómo se hará pues para convivir en toda esta actual y novedosa propuesta de integración cultural de clases, pueblos y razas?
Así en un mismo espacio geográfico, como “la Ciudad de la Madera”, pueden convivir muchas diferentes acumulaciones temporales, muchos diferentes grados de conocimiento y experiencia, y en consecuencia muchas diferentes especializaciones de funciones sociales.
Para poner un ejemplo más claro digamos que pueden convivir indígenas, que viven en relación con la naturaleza y en una organización grupal, colectiva. Junto con campesinos y diferentes oficios artesanales, manuales, sin estudios ni tecnología, como en la época medieval. Compartiendo también con profesionales formados en las más modernas técnicas, así como en planificación y proyección a futuros mediatos y de largo plazo.
Ninguno de ellos ha convivido realmente ni tiene conciencia de tales diferencias por tanto. Ni mucho menos saben que todo eso es configuración mental, hábitos y creencias profundamente grabados por tradiciones y rituales, con gran carga anímica, con fuerza de realidad.
Por tanto, pese a que comparten un mismo espacio, sus acumulaciones o tiempos mentales son totalmente diferentes, y existen enormes distancias entre sus formaciones o configuraciones mentales, enormes abismos de incomunicación. Y todo ello ha de desarrollarse y resolverse simultáneamente dentro de un mismo plan.
Creo que compartir una experiencia puede resultar más ilustrador de estas circunstancias que miles de palabras. Sucedió en el tiempo que conviví con los indígenas. (Para mayor información pueden leer mi anterior artículo “Misión Guaicaipuro”). Uno de tantos días pasó uno de ellos con una bolsa en la que se movía algo. Le pregunté al que estaba más cerca de mí que era aquello que se movía. Me dijo que eran serpientes.
No pude evitar unos retorcijones en el estómago y unas muecas de asco. Al día siguiente aquél a quien había preguntado vino por mí y me llevó hasta un anciano de la tribu diciendo que quería verme. El anciano estaba sentado en forma de loto. Me hizo señas que me sentara a su lado. El que me había acompañado me dijo que no hablaba español y se marchó.
El anciano estaba en silencio y miraba fijo al frente. Yo lo observaba atentamente sintiéndome un poco ridículo y fuera de lugar. De repente movió rápidamente la mano y pareció atrapar algo en su puño. La abrió ante mí y me mostró una mosca. Me hizo señas de que ahora lo hiciera yo. No tenía sentido ponerme a discutir, porque no hablaba español y porque ya sabía por experiencia que no cedería en su intento.
Lo intenté tres veces y nada. Le hice señas para decirle que yo era un caso perdido. Pero siguió mostrándome como hacerlo hasta que luego de nada menos que tres horas logré atrapar mi primera mosca. Todos los días durante una semana me hacía llamar y se pasaba horas conmigo enseñándome y corrigiéndome. Yo ya no sabía si reír o llorar.
Pero más sorprendido me sentí al día siguiente cuando me dijeron que me esperaba en otro lugar. Cuando llegamos estaba agachado con la mirada fija entre la maleza. Me hizo señas de que me agachara junto a él. Luego de un momento movió la mano y sacó una serpiente de entre las malezas tomándola de la cabeza. Entonces me hizo señas de que era mi turno.
Dije que yo no lo haría. No se inmutó, solo me hizo señas de que me calmara y observara atentamente. Me hizo entender que no tenía que hacer nada, que en el momento oportuno mi mano se movería por si sola. No sé cuanto tiempo pasó, yo estaba nervioso y sudaba. Pero poco a poco extrañamente me comencé a tranquilizar.
De repente se hizo silencio total y todo pareció detenerse. No sentía mi cuerpo, ni siquiera mi respiración. Y al siguiente instante mi mano se movió como por si misma y ya tenía la serpiente tomada por la cabeza. El anciano aplaudía, tomó la serpiente y la lanzó lejos. Luego me abrazó y me llevó de vuelta hasta la aldea, sin que yo pudiera aún salir de la incredulidad.
Dos días después a la noche vino un grupo a buscarme y me pidió que fuera con ellos, iban a cazar cachicamos o mulitas. Delante iban los perros oliendo el terreno. Pronto nos metimos en medio de una densa maleza. Uno de ellos iba atrás mío y me empujaba cada vez que me rezagaba. Era noche oscura y no se veía prácticamente nada.
En un momento el que venía atrás me agarró fuerte del hombro para detenerme. Lo miré para ver que sucedía. Me señaló un lugar entre la maleza a pocos centímetros. Le dije que no veía nada. Volvió a señalar el mismo lugar. Me quedé mirando un rato atentamente hasta que vi los ojos de una serpiente que ya estaba armada para atacar.
Asentí con la cabeza y seguimos caminando eludiéndola. Ahora iba con mayor atención y cuidado, pero el paso se había hecho tan rápido que era poco lo que estaba en capacidad de ver. Habíamos caminado mucho y había perdido ya el sentido de la orientación y el tiempo.
Caminaba ya a los tropezones y en total descuido cuando un pie se me resbaló y comenzaba a caer. De repente sentí una mano que me sostenía y jalaba nuevamente hacia arriba. Al otro día volvimos al lugar y me mostró el lugar del resbalón. Era una caída de 200 metros. Las vísceras se me contrajeron y sentí un nudo en la garganta.
Dos días después les dije que quería aprender a caminar como ellos en la noche. Me contestó que estaba muy bien. Le pedí que me enseñara y respondió que el único modo era haciéndolo. Todos habían aprendido así al llegar a la edad para acompañar a los mayores en sus cacerías. Así que luego de pensármelo bien comencé a salir con ellos. Siempre iban a mi lado cuidándome y advirtiéndome en los momentos precisos. Me tomó casi dos años poder moverme como ellos y a su ritmo. Y aquí termina la experiencia que deseaba compartir.
Ahora quiero destacar que nunca me dieron ningún curso, solo me dijeron haz esto y me mostraron como, cuantas veces fuera necesario. Nadie me imponía nada, solo me enseñaban lo que era necesario para convivir con ellos evitando riesgos innecesarios, como en el caso de las serpientes. A eso era que yo había ido, a convivir con ellos y aprender.
Aunque me hubiesen dado mil explicaciones hubiese sido inútil e innecesario. Porque las ideas, los datos, el conocimiento, solo forman parte de ti cuando los integras con tus emociones y tu cuerpo, cuando los conviertes en experiencia, en forma de vida. Conocimiento e ideología no son sinónimos de conciencia.
Si alguien tiene dudas piense que la oposición en Venezuela, cuenta con respetados eruditos e intelectuales de derecha e izquierda, y en su gran mayoría pertenece a la clase media que se supone es más culta y estudiada que las más pobres. Ellos tiemblan y huyen como del mismo diablo, ante la sola idea de una sociedad participativa e igualitaria en derechos para todos.
Si ahora me preguntaran qué aprendí, tendría que contestar lo mismo que ellos a mí. Ven y hazlo, experiméntalo y lo sabrás. Porque por mucho que te diga que desarrollé sentidos y formas de atención diferentes, que más que ver sentía, intuía, que mi cuerpo se movía y reaccionaba instintivamente, sin necesidad de pensar, no serían para ti más que palabras. Pues no tienes experiencias con las cuales compararlas para comprender.
A eso me refiero cuando digo que vivimos en diferentes mundos, especializamos diferentes sentidos y tipos de atención, según el entorno en el que debemos desenvolvernos y dar respuesta. Esa es la base de nuestras religiones y culturas, de nuestras creencias y hábitos.
La comunicación intelectual entre diferentes culturas y mundos no puede tender verdaderos puentes de integración, no puede saltar sobre esos abismos diferenciados. Yo pude aprender sus lenguajes, costumbres y técnicas. Participé de sus rituales, escuché sus creencias, respeté y me adapté a sus hábitos de convivencia.
Pero tuve que activar y desarrollar otros sentidos y funciones para moverme junto con ellos y participar realmente de esa parte de su mundo. Aún así su religión, sus creencias y hábitos de vida no son las mías. Estoy seguro que también ellos con el debido tiempo y proceso, aprenderían a desenvolverse en nuestro mundo, pero no por eso serían como nosotros.
Por tanto si de integración de pueblos y culturas queremos hablar, yo diría que el primer paso es ser conciente de la magnitud de esas diferencias, y comenzar por adoptar una actitud de apertura y aceptación de las mismas. Saber que cada cual ha de evolucionar desde su propio mundo y que las imposiciones de nada servirán, solo generarán inevitable violencia.
De mi vivencia saqué dos conclusiones fundamentales. Todas esas diferencias son parte del amplio espectro que llamamos ser humano. Cuanta mayor amplitud de experiencias seamos capaces de aceptar e integrar, más nos enriqueceremos, más humanos seremos.
La mayor riqueza que yo obtuve de ello fue que pude abrirme, ir más allá de mis hábitos y creencias para crear un nuevo espacio, en el cual encontrarme con otro ser humano. Eso fue lo que sentí realmente como crecimiento y liberación. El día que me iba se los dije y expresé mi enorme agradecimiento por haberme recibido y compartir generosamente sus vidas conmigo.
Muchos de ellos me confesaron que sentían exactamente lo mismo y que eran ellos los que se sentían agradecidos por lo vivido. En la luminosidad de las miradas y la humedad de alguna terca lágrima, entre abrazos de despedida, supe que esa amistad, esa cálida cercanía que anidaba en mi pecho, esa humanidad siempre me acompañaría por los caminos de la vida, nunca me abandonaría.