“Cuando los cuervos encuentran una serpiente moribunda,
Se comportan como si fueran águilas. Cuando me veo a mí
mismo como una víctima, me siento herido por fracasos
insignificantes.”
Shantideva
«Andando por la llanada, el hombre tiene una capacidad de horizonte pequeña: la altura de sus ojos sobre sus pies; y una reducida capacidad de abismo: la elevación de su cabeza sobre el suelo. Si se arriesga el hombre a subir la montaña, su capacidad de horizonte aumenta; pero, solidariamente, crece su capacidad de abismo. Cien metros. Mil metros. Cinco mil. En la cumbre, su capacidad de horizonte es máxima; y a la vez, es máxima su capacidad de abismo.― En el existir humano se dan siempre, no desvinculables, estas dos dimensiones en tensión. El montañero se arriesga, solidariamente, al peligro del horizonte y al señorío del abismo; vive esta doble y creciente tensión en el afán de escalada. Se eleva sobre el llano, asciende hacia la cumbre conquistable, salva obstáculos ‘imposibles’ que el atrevimiento domeña, alcanza lo ignorado (lo nunca pisado por el hombre), abre caminos hacia lo aún no vivido (el paisaje en panorama, las perspectivas sólo alcanzables si se las conquista). Cada pisada es firme asiento del hombre en la roca y, a la vez, posibilidad de pie-en-el-vacío. El montañista arrostra solidariamente la cumbre y el despeño.― Como en el montañismo, en todas las formas altas o ahondadas de la vida; en el trabajo, en el amor, en la revolución y el desarrollo social, en la libertad, en el hambre y en la angustia de trascendencia. El hombre está constituido por esa ambivalente tensión, insoslayable e intensante, de su capacidad de horizonte y su capacidad de abismo».
Jesús Arellano
La vida no está ni llena de sentido ni carente de él. El sentido y su ausencia se lo dan a la vida el lenguaje y la imaginación. Somos seres lingüísticos que habitamos una realidad en la que tiene sentido tener sentido. Para que la vida tenga sentido necesita un propósito. Incluso si nuestra meta en la vida es estar totalmente en el aquí y ahora, libres del condicionamiento del pasado y de cualquier idea de un objetivo que hay que alcanzar, aún tendremos un propósito claro… sin el que la vida no tendría sentido. Un propósito se constituye con palabras e imágenes. Y nos resulta tan imposible salirnos del lenguaje y la imaginación como salirnos de nuestro cuerpo.
No hay una verdad “caída del cielo” que nos exima del esfuerzo de descubrirla. Nadie posee la verdad. Y no puede ser poseída porque no puede ser pensada. La verdad en todo caso, como Horizonte hacia el que caminamos/nos dirigimos, puede llegar a “poseernos” a nosotros, en la medida en que nuestra búsqueda es lucida, humilde y sincera. Negar esto conduce inexorablemente a la descalificación del otro y, llegado el caso, a su eliminación. Y eso es lo que ha ocurrido, con demasiada frecuencia, en la historia cuando la política queda arrinconada en el terreno de la lucha irracional, en la que lo que importa es la consecución del poder y el mantenerse en el mismo.
Vivimos en un tiempo crítico y las palabras tienen que llenarse de contenido riguroso para que recobren su poder creador y su capacidad de convocatoria para los hombres y mujeres de este país: su país, mi país, nuestro país. Pienso que se hace indispensable, filosóficamente y políticamente hablando, que las palabras y los actos correspondan y se fundan, como el abrazo del fuego y del aire en una misma práctica.
Los problemas de empleo productivo, vivienda, educación, inseguridad, salud y alimentación adquirirán un carácter radicalmente explosivo que no podrá liquidarse ni con un millón de fusiles ni con demagogia. Hay que superar el egocentrismo, el cinismo y la ingenuidad. Requiere un inmenso ejercicio de respuestas coherentes, lógicas, interdependientes. La crisis económica, cultural, social, política y hasta moral en que estamos metidos no tiene precedente. ¿Puede prolongarse y ampliarse una situación semejante? Aislando la pregunta de toda connotación moralizante, eliminando de ella toda presunción metafísica, resulta evidente que esa situación no solamente es intolerable, sino que actúa, dinámicamente, como un factor de conflicto, como un gigantesco cáncer social. La solución de los problemas no reside en la pseudoutopia fruto del radicalismo (falso) infantil. La respuesta verdadera es el uso racional de los recursos materiales, los recursos humanos y el conocimiento científico como instrumentos cualitativos y revolucionarios del cambio.
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