Con todo el respeto que merecen todas las personas, por ser seres humanos fundamentalmente, creo que quienes insisten en acusarnos de “anti-judíos”, no entienden o no quieren comprender, las dimensiones del genocidio que se comete en este momento en contra de un pueblo, que si bien es cierto se defiende de las atrocidades del enemigo monstruoso, canalla implacable, representa actualmente el contrincante débil. Y cuando hablo de debilidad, no me refiero a lo físico, mucho menos a lo moral, me refiero a la debilidad que significa no contar con un ejército inmensamente equipado, con armas de destrucción masiva incluso, de las que buscaron y no encontraron en Irak.
Quienes hoy sólo centran su preocupación en la existencia de una supuesta campaña o un sentimiento "anti-judío" no han comprendido la necesidad de asumir actitudes menos egoístas; de abrir sus ojos a lo que sí ha sido desde hace años una campaña difamatoria "anti-árabe".
Terroristas, asesinos, violentos, ignorantes, mal-olientes, malos, muy malos. Así han llamado a los árabes, a quienes se nos conoce por las acciones buenas o malas, pero no se nos conoce por nuestros nombres, porque somos seres anónimos; sólo una masa de hombres y mujeres envueltos en largos y sucios trapos, barbudos los unos; fecundas las otras. Porque el plan ha sido desconocer lo que éste pueblo aportó a la humanidad y lo que sigue ofreciendo.
En Palestina, a pesar de los constantes ataques del ejército israelí funcionan 22 universidades financiadas por los árabes. Y ciertamente es el pueblo más politizado del mundo, obligado por las circunstancias llamadas “sionismo”.
El Líbano, la pequeña suiza del Medio Oriente, era admirado hasta hace pocas semanas, no solo por sus maravillas naturales (su monte y su cedro han sido codiciados desde siempre), por su riqueza arquitectónica, sino también por la belleza y la grandeza de su historia. Baalbek y Tiro, son ciudades milenarias; testimonios arquitectónicos de una de las civilizaciones de mayores aportes a la humanidad. Ambas fueron cruelmente bombardeadas con el fin de asesinar la memoria de un pueblo que se resiste a perder su identidad.
Podría sólo citar unas pocas, de las grandes riquezas que la civilización árabe legó al mundo; muchas destruidas, robadas, aniquiladas, incineradas por quienes sí son una vergüenza para la especie humana. Por quienes no aman la belleza histórica, pues su pasado ha sido de sangre y muerte; de invasiones y ocupaciones.
Los árabes legaron el Código Hammurabi; la inmensidad de la poesía en Las Mil y Una Noches; la armonía geométrica en los tratados matemáticos de Omar Khayyam; la riqueza espiritual del Corán, pero lo más hermoso que han dejado por heredad, es su amor por la vida; por la tierra, por la familia. El respeto a las costumbres y creencias del otro. Los árabes tuvieron presencia durante casi ocho siglos en España y no se plantearon reestructurar Europa como lo pretenden el imperio norteamericano y su brazo armando Israel con el llamado “Plan para el Nuevo Medio Oriente”.
Quienes hoy señalan la supuesta campaña “anti-judía”, deberían olerse, tocarse y verse detenidamente al espejo. Porque el silencio, la omisión, la indiferencia frente a este genocidio cometido durante 58 años, para no contar más atrás, los hace cómplices. Tienen las manos manchadas por la sangre de los mártires de Sabra y Shatila; tienen olor a la pólvora lanzada en contra de los inocentes arrancados de la tierra en Qaná y tienen dibujado en el rostro la cara del ángel de la muerte que ronda también nuestras sufridas tierras de América Latina.
¿Quién es el verdugo?
No combatimos a los judíos, combatimos a los sionistas. Combatimos a los judíos sionistas, por sionistas no por judíos. Y como dice mi maestro Raimundo Kabchi, “cuando los judíos todos sean sionistas los combatiremos a todos pero por sionistas, jamás por judíos”.
Combatimos la muerte porque creemos en la vida. Aceptamos la muerte, sin resignación, porque sabemos del precio que estamos pagando para contar más adelante con una tierra soberana. Porque creemos en la autodeterminación, luchamos en contra de nuestros verdugos.
Y, ¿por qué ellos nos asesinan?
Por árabes, por tener los ojos negros, la mirada profunda, la piel morena, la sangre caliente, por musulmanes y por negarnos a ser un pueblo extinto.
Ellos, los sionistas, los racistas, son y han sido siempre anti-semitas, anti-árabes, anti-musulmanes, anti-judíos, anti-vida.
El sionismo no es judaísmo. Es una manipulación por parte de los sionistas igualar a la religión judía esta corriente política que se impuso en los últimos cincuenta años en el pueblo judío.
El sionismo hasta finales de la Segunda Guerra Mundial fue una corriente minoritaria que comenzó su desarrollo bajo el imperio zarista en Rusia. Derivado de la crisis política y del capitalismo de la época se conformó un movimiento antisemita moderno que no se limitaba a perjuicios solamente, sino que tenía su sustento en una política de estado, para detener y desvirtuar la ola de protestas revolucionarias que se desarrollaban en Rusia, muchas de las cuales fueron protagonizadas por los judíos de Europa Oriental que vivían en la llamada “zona-gheto”.
En la historia que nos contaron a través de la llamada “industria cultural” o la meca del cine norteamericano, se nos ocultó que los revolucionarios encabezaron las luchas en contra del antisemitismo en Rusia. Estas luchas se vincularon directamente con la lucha por derrocar el zarismo.
Los trabajadores judíos se organizaron junto con los de otras religiones y nacionalidades en movimientos de carácter socialista. Se organizaron para defenderse de la opresión zarista; promulgaron el socialismo y lucharon en contra del anti-semitismo. Este movimiento fue enfrentado por una corriente contraria, el sionismo, que propugnaba como única salida para los judíos la emigración para recuperar y fundar una nación propia en Palestina, de donde habían salido hacía siglos.
La corriente sionista apoyada por diplomáticos, políticos y por sectores de la burguesía de Europa Occidental, recibió importantes financiamientos. Sus líderes pactaron con las potencias imperialistas: Turquía, Inglaterra y la Rusia burocrática y stalinista denunciada por León Troski.
La expansión y el poder del sionismo
El sionismo logró influir de tal manera en la ONU que ésta incipiente organización en 1947 avaló unilateralmente, por un acuerdo entre el imperialismo norteamericano y Rusia, la partición de Palestina en dos estados, uno israelí y otro árabe-palestino, para al año siguiente ser creado el Estado de Israel.
El sionismo ha sido consecuente en su apoyo a los regímenes y dictaduras contrarrevolucionarias. América Latina ha sido testigo y víctima directa del sionismo.
No sólo Washington ha sido responsable de la muerte de millares de personas en Chile, Guatemala, El Salvador, Haití y el resto de países del continente.
Un ejemplo de la intervención directa de Israel en el hemisferio es el suministro de armas a la dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua; la venta de armas para los escuadrones de la muerte de El Salvador y Guatemala. La dictadura de Augusto Pinochet también fue armada sistemáticamente por los sionistas.
Pero los más golpeados por la guerra de exterminio encabezada por Estados Unidos e Israel han sido los pueblos árabes. En 1982, el sionismo, corriente que sustenta las políticas de Israel, ocasionó incalculables sufrimientos a la población civil del Líbano, convirtiendo en ruinas aldeas, ciudades. Incendiando millares de hogares y provocando la muerte de millares de personas. Una guerra de exterminio en la que fueron utilizadas armas prohibidas como el fósforo.
Hoy día hacen lo mismo. Se vengan por la victoria democrática que obtuvo Hamas en Palestina. Una victoria que habla de paz. Las encuestas del Centro Carter revelaron que el 80 por ciento de los electores en Palestina, cansado del fracaso en las negociaciones, quería la paz y por ello votó por Hamas.
Pero a cambio, el estado de Israel asesina a inocentes y pretende “ponerlos a dieta” como han afirmado sus gobernantes.
Pero el estado guerrerista y colonizador de Israel y su aliado en la carrera armamentista, Estados Unidos, son estados forajidos, a quienes tendrían que juzgar por delitos de lesa humanidad. El primero por todas las muertes y violaciones a los derechos humanos de los árabes y el segundo por las atrocidades cometidas desde 1945 en Japón hasta Irak, para no transcribir la larga lista de invasiones, ocupaciones y crímenes cometidos.
¿Qué buscan?
La situación en el Medio Oriente es una guerra del imperialismo estadounidense librada desde Israel que funciona como su base militar en esa región.
Pretenden el dominio geopolítico para apropiarse de los recursos energéticos. Por ello los ataques en contra de Siria e Irán. Este último país firmante del tratado de no proliferación nuclear desarrolla la energía nuclear para usos pacíficos, pero se ve amenazado por el imperio que no está dispuesto a permitir que ninguna nación tenga acceso al conocimiento más allá de lo que el sistema que ha impuesto permita. Ni siquiera para el beneficio de los seres humanos.
Además, Irán es uno de los principales países productores de petróleo y hoy la guerra es por el oro negro, porque mañana las guerras serán por el agua.
Pese a este panorama, la realidad del mundo ha cambiado y sigue transformándose. Hoy los sionistas, escudados bajo el disfraz de judíos, se ven en el banquillo de los acusados. Después de ser las víctimas honorarias del mundo contemporáneo, son los victimarios.
Ahora han perdido la batalla mediática, pero podría sumárseles otras derrotas. Sin embargo, insisten desvergonzadamente en su apoyo “irrestricto al Estado y al Gobierno de Israel en las acciones emprendidas para defender su soberanía y proteger las vidas de sus ciudadanos”.
De qué soberanía hablan, quienes han irrespetado todos los acuerdos y resoluciones internacionales; quienes violan constantemente la soberanía de los pueblos, quienes asesinan a niños y niñas sin piedad.
Elías Farache, presidente de la Federación Sionista de Venezuela afirma que sí algo tienen los sionistas son escrúpulos.
Y nos preguntamos, son dichos escrúpulos los mismos que demostraron el pasado 13 de agosto al lanzar una lluvia de misiles (20 en dos minutos) en contra de los barrios del sur del Líbano, causando la muerte de al menos 42 personas, derribando edificios enteros, bajo cuyos escombros quedaron enterrados los sueños y la esperanza de gente inocente. Pareciera que celebraron con este feroz ataque un mes del inicio de los crímenes en contra de la población civil libanesa. Pareciera que se burlan de toda la comunidad internacional que esperaba hicieran caso al acuerdo del cese al fuego. Probablemente quieren gastar todos los proyectiles que tienen en existencia, antes que cumplan la fecha de vencimiento, por escrupulosos precisamente que son.
No bombardearon el día sábado, “el sabat”, el día sagrado. No sabemos si en definitiva lo hicieron por acatar la resolución de la ONU o si lo hicieron simplemente por razones religiosas, al fin y al cabo, como dice Farache, “los sionistas también tienen conciencia”.
En cambio se atreven a cuestionar la solidaridad del pueblo venezolano, la del Presidente Hugo Chávez y la de las instituciones que de manera digna, valiente y consecuente con los principios de la República han condenado las acciones criminales en contra de la población palestina y libanesa. A ambos pueblos les toca seguir luchando, Palestina por el derecho a vivir en paz y Líbano por su autodeterminación, tendrá nuevamente que surgir de las cenizas como el ave fénix.
La República Bolivariana de Venezuela en su Constitución garantiza los derechos de las minorías y exclama su carácter de patria libre y soberana, multiétnica y pluricultural, sin discriminación ni subordinación alguna. Somos un pueblo soberano y libre, pero promovemos la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad territorial y el imperio de la Ley para ésta y las futuras generaciones.
En Venezuela, en sus organizaciones populares, en el mundo entero, no hay una campaña “anti-judía”. Existe una campaña anti-terrorista, a favor de la justicia, una campaña por los débiles; una campaña por la preservación de la vida y del planeta. No he estado más orgullosa como hoy de saberme parte.
*Periodista.
Coordinadora General del Foro Itinerante de Participación Popular