El hombre perfeccionado por la sociedad es el mejor de los animales; pero es el más terrible
cuando vive sin ley ni justicia.
Aristóteles.
¡Qué país sin justicia puede lograr la estabilidad que requiere para que sus ciudadanos, vivan en paz! Han transcurrido más de sesenta días, sin que se haya podido observar la disposición de la fiscalía general de la república en aplicar la ley a quienes de manera violenta la han transgredido. La violencia que se manifiesta en la calle, en la avenida, en la autopista se ha hecho presente con aires de impunidad, que con la excusa de derrocar a un presidente constitucional ha deteriorado la vida social e institucional del país.
Han sido más de sesenta días de locura extrema, en donde han aflorado distintos tipos de armas, distintas formas de matar, distintos protagonistas en la dirección de esa locura, distintos hechos punibles, públicos y notorios, pero sin embargo, han sido situaciones vistas a través de un ojo distorsionado, que no ha podido ver más allá, de su aparente parcialización. Parece haber una complicidad por omisión, al ver el mundo arder, y al respecto no se interviene en buscar al responsable del fuego.
Basta con mirar la televisión para enterarnos de los resultados de la guarimba, en la cual las armas de todo tipo, la ingenuidad de muchos jóvenes que acuden a las protestas, el anonimato de los revoltosos, se constituyen en elementos para aumentar el número de víctimas. Pero, detrás de estas víctimas, que solo se cuentan, se encuentra la impunidad. Pero, ¿A quién se le exige justicia? y ¿Cómo se le exige justicia a quien nos alertó de que no ha sabido discriminar la situación que se vive en los sitios de guerra?
Por eso, da la impresión de que en Venezuela, los que producen el grito de guerra, son privilegiados de la justicia, porque todos los días cometen actos bochornosos, y sin embargo, pueden seguir haciendo lo que se les ocurra, sin que medie la conciencia de quien lleva las riendas para impartir justicia. En otras palabras, no es correcto que todo el mundo haga lo que le plazca, transgrediendo las leyes y que los que tienen la responsabilidad de aplicarla y de velar por su cumplimiento se conformen y colaboren con la degradación de la sociedad en general.
En efecto, en Venezuela, desde que se comenzaron a instaurar las guarimbas como método para presionar la salida de un presidente, primero de Hugo Chávez, ahora de Nicolás Maduro; el pueblo sufre y pone los muertos, la impunidad se ha hecho normal, y la oposición en cada guarimba, como lo señaló alguien, parece haber perdido la cordura y la responsabilidad, que junto a un país sin justicia solo profundiza la situación existente, porque no hay alguien capaz de decidir qué y cómo hacer para normalizar un país en base a la justicia misma.
Sin embargo, detrás de cada víctima de la guarimba, debe haber el deseo de justicia. Pueden ser madres, hijos, esposos, cuyos familiares han sido víctimas de la cultura del terror que impone la oposición cada vez que creen tener las armas suficientes para derrocar a un gobierno constitucional. Su violencia se ha hecho cotidiana, desde hace 18 años y es el instrumento más visible para tratar de imponer su punto de vista.
Este escenario de guerra que aún persiste en las calles de las urbanizaciones del Este de Caracas y en otros sitios exclusivos de algunos estados del país, debe desaparecer; y a quienes compete impartir justicia deben dar un paso al frente para que con sus decisiones se pueda dar un gran salto en relación a la búsqueda de la paz que necesitamos desde hace 18 años; en caso contrario, seguiremos dando tumbos, anarquizados, y viviendo al borde de un precipicio.
Es hora de que, el terror no se siga alimentando y escondiendo en el silencio y en el temor. Pienso que, se puede temer a la violencia, pero hay que eliminarla para no seguir siendo el blanco de los opositores cada vez que decidan "guarimbear". Se debe romper el silencio, y eso le corresponde a la fiscalía, pero sin temor. Puede ser una manera de comenzar a sentir la paz en nuestro país.