Sostener la inestabilidad es el mandato, y valga la contrasemántica. Resistir la carencia de pueblo y empujarse con virtualidad. Impactar a través de las redes sociales, el grito, el humo, la muerte… No parar hasta que surja algo, una explosión, una idea, una resolución de la ONU o de la OEA, un apalancamiento o excusa para la invasión. Tal es el retrato de la oposición venezolana, que se dice mayoría, pero que, con toda su grandeza, jamás rebasa la barrera policial en su empeño hacia el centro de la ciudad de Caracas, sede de los emblemas, de los símbolos, de los poderes constituidos.
¿Cuál es el miedo; cuál, la discapacidad? ¿Se es grande o no? ¿Dos o tres policías asustados, aparte de apaleados por una Fiscal General que también es oposición, paraliza tan grandes ejércitos por la "democracia"? Son cosas que no se entienden. ¡El 80% de la población de Venezuela, amante de Julio Borges y del adeco Ramos Allup, paralizados por veinte pelagatos!
Una tendencia con mayoría política rompe el molde y hace erupción, generando, de paso, terremotos. Nada queda en pie. Obliga. Es una fuerza como la de El Caracazo, que sentó bases para cambiar a un país; o como un 13 de abril de 2002, que generó una vaguada desde los cerros de Caracas para reclamar la presencia de un hombre, Hugo Chávez. La oposición venezolana está lejos, según evidencia, de semejantes palos de agua, no llegando siquiera ni a los niveles de garua. No es ninguna mayoría en la realidad política del país. No es ni siquiera un viento que estremezca, sino un simple y maloliente pedo, de paso lanzado en el penoso encierro de un cuartucho de la historia.
¿Qué han estremecido al país?... ¡Cómo no! Lo han hecho, pero no a fuerza del terremoto del apoyo popular, sino a través del terror y el crimen. Así cualquiera. Unos tantos confabulados, muchos delincuentes tarifados y paramilitarizados, que salen al ruedo a lanzar piedras, heces, a secuestrar, amedrentar, matar… Para generar el caos no se requieren mayorías, sino algunas factorías asimétricas que se escondan detrás de la posibilidad de los vacíos legales, como los actos terroristas, por ejemplo (nuestra legislación cojea en la materia y se espera remediar el aspecto con la Constituyente). Las mayorías no desordenan, revolucionan; y está claro que los tantos "millones" que salen a lanzar excrementos en las inmediaciones de Altamira son tigres de papel que fácilmente se deshacen bajo una lluvia. Peones que tiran piedras y utilizan lupas para agrandar en el seno de las redes sociales la "magnitud" de sus proezas. Ya usted sabe: sus falsos positivos, su crímenes achacados a otros, sus estupideces, su odio macerado y espolvoreado al viento, su frustración de mirar a un país que sigue una pauta soberana y nada prosternada ante altares extranjeros.
¿Entonces qué? ¿Qué es la oposición venezolana, aparte de ventiladores-difunde excrementos? ¿Qué son esas personas que gritan libertad y piden en realidad esclavismo para su patria, muchísimo sin conciencia de sus pensamientos? Traidores y esbirros, a no dudar. Los líderes los primeros, consientes del fraude y de la gravedad de sus actos, como un Julio Borges, de quien no se puede creer que no se dé cuenta de que trabaja para intereses exóticos y espurios; las mesnadas los segundos, pobres pendejos utilizados como carne de cañón para sostener el maquiavelismo de quienes los empujan.
"Ochenta días de protesta", gritan por doquier, y con eso se creen originales, revolucionarios de algún modo, vanguardias, reales. La vaina es que quienes gritan son los mismos de siempre, los cerebros del circo cuyo mandato desde el exterior, desde los EEUU, es sostener la protesta mientras ellos miran por allá para ver qué inventan para Venezuela. OEA, terrorismo, narcotráfico, dictadura. ¡Denle, muchachos, sigan matando y levantando polvo, que ya toparemos con algo para tumbar a Maduro!
Blog del autor: Animal político