En el año 1492 los españoles nos invadieron matando a los indígenas que se resistieron a ser esclavizados. Ellos vinieron por nuestras riquezas (el oro y la plata), y utilizaron a los esclavos que se quedaron para conseguir sus fines. Los que no se rebelaron de manera activa lo hicieron de manera renuente, como una forma de resistencia pasiva a la invasión; pero a pesar de las violaciones y explotaciones laborales los españoles cometieron genocidio, los mataron de hambre, de enfermedades que trajeron de Europa y les impusieron su doctrina religiosa alienante, avalada por la iglesia católica. Luego, en el siglo XVIII, Simón Bolívar, lidera las campañas militares que dieron la independencia de Venezuela, Colombia y Ecuador, comprendió la ineludible necesidad estratégica de ocupar el Perú, verdadero centro neurálgico del imperio español. Las victorias de las batallas de Junín y de Ayacucho significaron la caída del antiguo Virreinato, la independencia de Perú y de Bolivia y el punto final a tres siglos de dominación, esclavitud y represión españolas en Sudamérica. A más de doscientos años de esa gesta emancipadora que catapultó a Bolívar como el Libertador de naciones, Venezuela se encuentra amenazada, bloqueada por todos los flancos, aislada por la mayoría de países hermanos latinoamericanos a quienes una vez Bolívar no escatimó defender en pro de la libertad e independencia, por el peor de todos los imperios gobernado por Donald Trump, quien pretende que nos comportemos como aquellos esclavos indígenas que resistieron de manera pacífica para obedecer a sus amos. Ahora ya no será solo por la primera reserva de oro del mundo que nos invadirá, sino por las reservas de petróleo y de thorium más grandes del mundo, la segunda reserva del gas, por el segundo caudal de agua dulce más grande del planeta, la segunda reserva de coltán y de uranio, usando las mismas razones para destruir a Siria, a Irak, o a Libia, para ello necesitan ganarse (como en efecto lo han hecho), a la opinión pública, a la derecha apátrida venezolana, a la comunidad internacional y al Vaticano para que el robo no quede como tal, sino como la liberación del país del dictador Maduro para allanar los caminos hacia la democracia.
Ante la inminente declaratoria de los países enemigos que han rechazado cínicamente una intervención militar contra el país —después que le movieron la cola a Trump para que ejerciera acciones contra Venezuela—, ahora la MUD ha tenido que repensar su postura antipatriota: estar contra Maduro o contra el imperio. En cualquiera de las dos vertientes que se inclinen puede costarle muy caro. En aras de conquistar algunas gobernaciones, tendrá que evadir con astucia esta dificultad para no enfrentarla, pero todos los venezolanos sabemos que hasta a la OEA fueron a dar los líderes opositores para pedir la aplicación de la Carta Interamericana Democrática contra el país, lo cual para los efectos es lo mismo. Afirman que una intervención militar es producto de la dictadura del régimen de Maduro por convertir al país en una amenaza regional, acreditando de esta manera la causa por la cual Barack Obama consideró y decretó a Venezuela como una amenaza mundial. Aseguran que Venezuela está intervenida militar y políticamente por Cuba, lo cual es falso porque la isla de Martí no tiene bases militares, ni un componente militar como el nuestro, y sus fundamentos ideológicos es la misma de la de Bolívar, lo que nos hace ser hermanos aunque distintos en las condiciones coyunturales que vivimos. Lo extraño es que la derecha apátrida no se pronuncia contra las bases militares que hay en Colombia, Aruba, Curazao y Perú, que atentan contra la soberanía y la seguridad de los pueblos. La oposición está completamente divorciada del concepto de Patria, por ello repudian a Bolívar y lo reconocen como injerencista, más no como el padre de cinco naciones. Es evidente que están contra el presidente Maduro, pero si están contra el imperio en el sentido de rechazar su intervención militar contra Venezuela les puede resultar caro, aceptar una intervención devendría en un rechazo total de la mayoría de los venezolanos (incluyendo sus seguidores) por apátridas. Están en una prueba de fuego: estar con Dios o con el diablo, sobre todo ahora que la violencia que ellos iniciaron fracasó y deben buscar nuevas vías de entendimiento.
No hace falta comulgar, ni ser chavista, ni socialista, para defender la Patria de los libertadores, pero en honor a la conquista de la libertad de la esclavitud de hace más de 200 años y la independencia de la tierra de los orígenes, debemos defenderla contra quienes pretendan atentar contra la paz, incitarnos a una guerra civil, o a un intervencionismo extranjero. No podemos volver a cometer los mismos errores que costó a Bolívar la separación de la Gran Colombia por la traición de la oligarquía antipatriota. La amenaza de una invasión militar a Venezuela es típica del imperio gringo; sin embargo ya hemos sido invadidos con grupos subversivos como la NED que buscan derrocar por todos los medios a un gobierno electo, tal como lo hicieron en Brasil y Honduras. Invadir a Venezuela es atentar contra la humanidad porque vendrían desastres humanitarios de grandes precedentes, sería la apertura a la Tercera Guerra Mundial; nuestros recursos petroleros y minerales son vitales para quienes habitamos este planeta. Todos debemos apoyar a Venezuela porque somos garantía de paz, de democracia. Este 15 de agosto es propicio honrar el juramento de Bolívar en el Monte Sacro: juro delante de ustedes; juro por mi Dios que ama la comunión de los pueblos; juro por mi patria, que no daré descanso a mis brazos, ni reposo a mi alma, hasta que no haya roto las cadenas que nos oprimen, dominan y esclavizan, en todos sus terrenos y espacios, por voluntad insolente del poder del imperio estadounidense.
(*)esmeraldagarcia2309@yahoo.com
Licenciada en Administración