(Amigo el ratón del queso)

Hugo Chávez Frías, icono revolucionario

No hace más de diez meses que escribo compartiendo lo que he vivido y vivo con la revolución bolivariana. Pero siempre aclaro que es mi visión la que transmito, y que no se reduce a Venezuela. Escribo desde el ser humano y para el ser humano, sin discriminaciones ni fronteras de ningún tipo. Porque no creo en revoluciones que enfrenten a los seres humanos.

Hace unos días me llegó un correo de México, les confieso que ni siquiera estaba enterado de que mis artículos se leían también por aquellas tierras hermanas. En él un amigo, un revolucionario, un hermano y compañero me pide permiso para publicar mis artículos en un boletín que están elaborando. Por supuesto lo autoricé, ya que para compartir lo que en Venezuela vivimos es que los escribo.

Pero lo que realmente quiero decir hoy es que cuando uno se entera que lo que intenta compartir verdaderamente llega y resuena en el corazón de los seres humanos, entonces algo muy grande sucede dentro de uno. Porque, ¿qué quiere decir que un lenguaje trascienda fronteras, situaciones políticas, culturas, razas, lenguas, religiones, sexos?

Para mí es muy sencillo. Significa que ese lenguaje es esencialmente humano y va directo al corazón de los hombres, por eso no hay intermediaciones. ¿Y qué revolución podríamos hacer si nos escondemos detrás de nuestras superficiales diferencias, si tenemos miedo de mirarnos a los ojos, de decirnos lo que sentimos, si no podemos entendernos?

Por eso quiero transcribirles literalmente parte de lo que me escribe este amigo, porque pone en palabras mejor que yo el sentimiento que intento compartir:

-Le quiero comentar que sus artículos me sirven enormemente, sus conceptos, su forma de argumentar, sus formas idiomáticas, me hacen ver las cosas con ese lado humano que a veces no tiene la teoría, que a veces nos resulta, a los militantes de izquierda, cursi utilizarlos... pero es solo humano, nada más que humano y por tanto rico, enriquecedor y por ello nos hace descubrirnos o más bien revelarnos en lo que ya pensamos, en lo que ya somos pero por

ortodoxia lo negamos; luchamos y hacemos canciones y gritamos consignas y sembramos flores y tenemos hijos, soles y esperanzas ni más ni menos que por amor y ese descubrimiento se agradece compañero Michel Balivo. Sabiendo que mi petición es de locos se despide de usted un demente enamorado del futuro-

En la mayoría de mis artículos hago énfasis en que lo que nos hace realmente seres humanos es la libertad de elección, con cuya posibilidad o potencial nacemos. Con esto estoy diciendo que heredamos o nacemos a una condición histórica y social no elegida. Hasta allí no tenemos ningún mérito, sin importar la herencia genética o social que nos toque en suerte.

Nacemos todos con una condición dolorosa, con unas necesidades a satisfacer y un esfuerzo o trabajo a realizar para lograrlo. Nacemos en una condición geográfica y climática, dentro de una religión y cultura, con uno u otro sexo, sometidos por o dominadores de un pueblo. ¿De qué podemos vanagloriarnos hasta aquí? ¿Qué nos hace mejores o peores?

Condición es condición, determinismo es determinismo, uno u otro no hace demasiada diferencia. Lo interesante comienza cuando el impulso libertario, trascendente, superador de todo límite, moviliza la intención humana, lanzándola hacia la aspiración de un futuro mejor, hacia la transformación de la realidad limitante y dolorosa, sin importar cual sea el punto de partida.

Así se estimula nuestra creatividad e inventiva, así se direcciona apropiada o erróneamente nuestra fuerza interna, así se motoriza una historia de progreso, evolución, que es sin duda una gesta libertadora de una u otra condición. Porque de cierto ninguno nacemos libres de condiciones, y esa es la fuerza impulsora central de la vida humana

No es comer o beber, esa es una necesidad, eso es simple sobrevivencia, eso no moviliza una historia de hechos progresivos y superadores. El verdadero motor es la superación de las condiciones limitantes heredadas, como cada cual las sienta o sufra y como cada cual las intente con mayor o menor éxito superar. Aunque obviamente tanto la condición histórica como la gesta son colectivas.

Desde este punto de vista la creciente especialización de funciones de la historia social, si bien es una necesidad para la distribución y eficiencia de las tareas comunes, también es una barrera que nos separa de nuestro entorno y semejantes cuando nos identificamos con ellas.

Cuando se convierten en hábitos y creencias que operan automáticamente y nos pasan desapercibidos. Se convierten en un límite, algo que toma nuestra conciencia y nos roba nuestra libertad de elección. Es así como llegamos a unas circunstancias en que disponemos de inéditos medios de comunicación, pero nadie se entiende.

En tales condiciones ya no resulta suficiente el luchar por liberarse de condiciones económicas o instituciones represivas que se nos imponen. La lucha ha de ampliarse e interiorizarse a las especializaciones histórico sociales que nos diferencian del otro y se convierten desapercibidamente en barreras.

En ese sentido todos somos hijos y hechura de nuestra historia. No somos ni mejores ni peores seres humanos por haber heredado una condición que no elegimos. Nuestra verdadera aventura comienza cuando descubrimos las limitaciones, hábitos y creencias heredados y aprendidos, con los cuales choca nuestra fuerza interna, disponiéndonos a liberarnos de ellos.

Hemos hecho demasiado énfasis en el amor como sentimiento gregario, como fuerzas conservadoras, como inercia y continuidad de las instituciones. Como modelo de un mundo unipolar que se le impone a la diversidad, una monotonía gris que se superpone a la caleidoscópica armonía de matices vivientes.

Por eso la época de los hippies fue un shock social. Los simples cabellos largos y las ropas coloridas lastimaban los ojos y las sensibilidades de la tradición. Si alguien no lo cree pregunten a los que nos tocó vivir las dictaduras que fue lo primero que hicieron cuando tomaron el poder. Cortar pelos a ras y prohibir las minifaldas.

¿De dónde puede surgir tanta irritación y resentimiento con la vida sino de la alienación y el miedo a la propia vida? ¿De donde puede surgir el instinto de masacrar a la juventud para proteger la continuidad del supuesto orden representado por las instituciones represivas de la vida?

Pues del mismo lugar que surgen las guerras. Hemos hecho un culto a uniformes, desfiles y músicas marciales, a cuerpos rígidos, tensos, anestesiados a la alegría, subordinados a la autoridad al punto de temerle a su propia conciencia, a su propia sensibilidad. ¿A qué le tememos tanto para vivir así contraídos y previniendo temerosos lo que pueda traer el futuro?

A mi modo de ver ser humano es libertad de elegir, de disponer de alternativas a futuro. Si en alguna parte nace realmente el ser humano es cuando comienza a elegir alternativas a la herencia histórica social recibida.

Esa es la otra cara del amor, la que aún no hemos resaltado suficientemente. Y sin embargo a ese amor a la libertad, a ese afán indoblegable de trascendencia, a esa intención superadora de todo límite, le debemos todo aquello de lo que hoy disponemos. Recuerdo que desde mi juventud la amistad fue un valor principal para mí.

Cada vez que hablaba de ello un querido amigo me repetía: “Amigo el ratón del queso.” Y por mucho que me molestara su afirmación irónica, tengo que admitir que cuando llegó en la madurez, (cuando el alma ya tiene medias suelas diría Joan Manuel), el momento de afirmar esa fidelidad a la amistad, tuve que enfrentar muchos temores y pagar un alto precio.

Mi compañera me decía que si lo mío era la amistad no debería haberme casado ni tener hijos. En el trabajo me aconsejaban que la sincera y justa defensa de un amigo podría significar la pérdida de mi salario con el que alimentaba a la familia, y que afuera había muchos esperando por una oportunidad. Pero para mi era imposible cerrarle las puertas en la cara a un amigo en necesidad. No hubiese podido mirar nunca más a nadie en la cara.

¿Qué hubiera quedado de mí para ofrecerle a los seres queridos a quienes supuestamente protegía con ese modo de actuar? ¿Adónde podría conducir un orden social en el que aceptáramos convertirnos en animales domésticos a cambio de un plato de comida caliente?

A mi modo de ver solo podía desembocar en la pérdida de todo derecho, aún a defender esos pocos seres a los que habíamos reducido nuestra vida y responsabilidad. Pero no fue fácil el camino, no fueron pocas las renuncias a los afectos para ser fiel a lo que sentía, no era sencillo sentirse solo e incomprendido por los seres más íntimos y cercanos.

Sin embargo fue caminando por la fidelidad a mis principios, afrontando las pérdidas que ello exigiera, como fui reconociendo mis temores y limitaciones y dejando poco a poco de buscar la seguridad en el futuro, que era incompatible con dar la ayuda que se me solicitara, con falsear mis sentimientos para conservar alguna conveniencia.

Fue por haber recorrido solitario esos caminos, por haber reconocido y enfrentado esos temores limitantes, que no eran sino programaciones reactivas heredadas, por haber hecho uso de mi libertad de elegir como quería vivir, a que quería serle fiel, que hoy reconozco con inconfundible alegría un mundo que se levanta contra la tiranía del pasado, de las instituciones, de los hábitos.

Reconozco el valor y la sinceridad de un líder que representa estos nuevos tiempos, que es un espejo en el que se refleja la nueva sensibilidad de los pueblos, que dice sin vergüenza que su revolución es de amor, que los incluye a todos, que no guarda resentimientos a nadie, sin importar lo que le hayan dicho o hecho. Pero tampoco tiene temor de decir en la cara de quien sea lo que siente, ni de morir fiel a sus principios si fuese necesario. ¿Y quién puede detener o desviar una fuerza así definida de sus objetivos?

Si es cierto, las apariencias parecen confirmar que amigo es el ratón del queso. Pero solo por un lapso de tiempo, a veces tan largo que pareciera interminable. Sin embargo aparecen coyunturas históricas en amplios ciclos, donde el supuesto instinto de supervivencia y sentimiento gregario humano vuela por los aires y renace uno de heroísmo, de dignidad.

En Venezuela la esencia de la nueva economía es la generosidad hija del amor y la alegría de vivir, tanto como desarrollo endógeno como política exterior que apunta a la complementariedad y al equilibrio de las asimetrías.

Es justamente lo opuesto del temor y el egoísmo que pretende imponernos la competencia bestial y depredadora entre seres humanos como forma de vida. Eso descontrola y deja sin respuesta a los que solo saben luchar, asustar, calumniar, chantajear y matar.

En el otro extremo encontramos las invasiones de Afganistán, Irak, Palestina y el Líbano. Donde los seres humanos prefieren perder todos sus recursos, volar los oleoductos y hasta morir antes que ser esclavos de la barbarie. ¿Dónde queda pues el tan mentado instinto de supervivencia que nos hace tan fácilmente domesticables y manipulables?

Queda adonde debe quedar, como un cuento y un sueño del que ya es hora de despertar. No hay nada mayor que el amor a la libertad en el ser humano, y los sueños imperialistas de reducir el resto del mundo a la esclavitud son ignorantes y estúpidos. Pueden causar mucho daño y sufrimiento si, pero jamás triunfar. Y sino que lo digan los tantos imperios cuyas ruinas la naturaleza bondadosamente ha sepultado junto con la vergüenza y la sangre de sus criaturas derramada.

Nuevos tiempos despiertan y nueva sensibilidad se deja sentir. Llegará el día en que los soldados se reconozcan ante todo seres humanos amantes de la vida, de la libertad, y desobedezcan superiores que les pidan traicionar su conciencia. Abandonen sus armas y abrazando a sus oponentes se vayan a cantar y tomar unos tragos juntos riéndose a carcajadas de las pretensiones de mandarlos a matar sus semejantes.

A mi modo de ver y según lo que la vida me ha enseñando viviéndola, no hay otro modo de trascender, ir más allá de aquello que nos encierra y diferencia, que por el camino del amor expansivo, de la generosidad, de la solidaridad, de la alegría. Podremos inventar mil teorías económicas, mil instituciones perfectas, millones de organizaciones sociales, pero mientras no perdamos el miedo y aprendamos a confiar los unos en los otros, todo será inútil.

En lo esencial solo hay dos emociones o estado anímicos que rigen subterráneamente la vida y la conciencia; el amor y el temor. El temor contrae la conciencia, la va reduciendo crecientemente hasta convertirla en un punto con un elevado nivel de tensiones. El temor encierra, limita, vuelve todo monótono, rutinario, gris, triste. El temor nos atrapa en una programación reactiva de hábitos y creencias que se repiten de generación en generación.

El amor es expansivo, es la fuerza misma que motoriza la vida, es la alegría y el entusiasmo, la creatividad y el compartir, la generosidad solidaria. El amor comunica y reúne lo que la especialización de funciones de la historia social diferenció y separó y todos heredamos al nacer. El amor impulsa la trascendencia de todo límite, la inteligencia e inventiva.

Hoy hablar de amor nos convierte en algo así como tontos e ingenuos románticos, sentimentales. Sin embargo el amor es la máxima realidad y sostén de la existencia. No hay nada que nos sostenga frente a las dificultades de la vida sino el amor que aunque sea por un instante experimentamos o arañamos, o el que soñamos, presentimos alguna vez vivir.

Y cuando se pierde esa esperanza, esa fe, se cae en un profundo escepticismo y sinsentido vital, del cual surgen las peores expresiones humanas. Por eso me da mucha compasión cuando escucho a algunos decir que esos son sueños de tontos, que hay que ser realista. Amigo el ratón del queso me parece escuchar, y ya casi puedo ver a la próxima víctima de su desesperación, de su sufrimiento, de su pobreza, miseria interna.

Por eso quisiera terminar estas palabras con un ejemplo tangible de lo que ese amor, en su más amplia acepción humana es, como se expresa. Quiero referirme al Señor Hugo Chávez Frías como un icono revolucionario, como un ejemplo del nuevo hombre por venir a ser, como un modelo interno que resuena en la sensibilidad de la conciencia colectiva.

El Señor Hugo Chávez es lo que es, o mejor dicho, va siendo lo que es, porque ante cada coyuntura que las circunstancias le han presentado, ha elegido y afirmado una y otra vez, lo mejor de si mismo como ser humano.

Porque ha comprendido, tolerado, perdonado. Porque una y otra vez, como la gallina que extiende protectora sus alas, ha incluido a los que lo rechazan y calumnian. Porque no se ha dejado llevar por su impaciencia ni su decepción, y ha tenido paciencia para esperar los momentos oportunos para cada movimiento de avance y profundización de la revolución.

Porque jamás ha dejado de tener su mirada fija en la meta, ni su mano firme en el timón, pero nunca se ha dejado poseer por afanes de grandeza, desesperación ni urgencias, para atropellar a los que momentáneamente están en inferioridad de condiciones. Porque en Venezuela no hay presos políticos ni torturados ni excluidos o proscriptos.

Bastaría que volvieran, reconocieran que desean trabajar por el bien común, y serían recibidos igual que cualquier otro. No estoy suponiendo, estoy relatando hechos, aunque no de nombres.

El Señor Hugo Chávez es quien es no porque sea presidente, ni siquiera porque sea revolucionario. Sino porque tiene grandeza de alma, nobleza, fidelidad a sus principios a cualquier precio. Presidentes hemos tenido muchos. Revolucionarios también, y de algunos preferimos no acordarnos.

Cuando el Señor Chávez dice que un presidente y un obrero son iguales y que no tienen nada que agradecerle por cumplir su rol, tiene razón en cuanto se refiere a roles sociales. Porque en efecto son especializaciones de funciones sociales, desarrolladas en el proceso histórico de aprendizaje, experiencia y conocimiento colectivo acumulativo. Y proyectar superioridad humana sobre un presidente es lo mismo que proyectar santidad o divinidad sobre un cura.

¿Qué tiene que ver una sotana con sacralidad, un presidente con superioridad o un uniforme militar con valor? Debajo de todo vestido de moda, rol o función social hay un ser humano que llega, vive y se va desnudito. Si algo diferencia a un ser humano de otro, es aquellos principios a los que ha sido fiel convirtiéndolos en conductas, en forma de vida.

Trayendo un difuso, sutil e inestable sentimiento, a encarnar cual ser humano. Entonces cuando el amor, la generosidad, la dignidad, la solidaridad, dejan de ser una abstracta y flotante nube de ideales para convertirse en un hombre de carne y huesos que camina firme pero graciosamente sobre la tierra y entre los hombres, tanto un presidente como un mendigo dejan de ser hombres comunes para ser plenamente humanos.

Entonces cada ser humano siente y reconoce ese amor, esa sinceridad, esa bondad, esa compasión, ese compromiso, porque es su guía, su camino hacia su propia plenitud. Es tal vez una lejana y esforzada pero alegre meta que implica dejar atrás todos los resabios del pasado.

Cuando en una sociedad comienzan a encarnarse modelos de vida que hasta entonces fueron un presentimiento, un deseo, una abstracción, inevitablemente ante tales nuevas alternativas de vida se activa la libertad de elegir y se produce una diferenciación interna. Todo ello es producto de las identificaciones y libertad de elecciones con que los seres humanos nacemos.

Eso es a mi modo de ver lo que vivimos esencialmente en Venezuela y se irradia hacia el resto del mundo. Una transición entre modelos de vida, un proceso conflictivo entre la identificación y la inercia de los viejos modelos, hábitos, creencias, instituciones, que frente al nuevo modelo y la posibilidad ampliada de libre elección y cambio que representa, resultan regresivos, involutivos.

Un proceso de transición y cambio hacia una mejor forma de vida, que implica la fidelidad en conducta a los principios elegidos, y que nadie más que cada uno de nosotros puede decidir, intencionar y realizar, cayéndose y levantándose una y otra vez, aunque contemos con el apoyo y la guía de todos los que desean nuestro éxito y lo celebran a cada paso dado.

Esto no se puede decretar, legislar ni imponer. Es un proceso de autoconciencia, de libre elección, de decisión y firmeza interna, donde la fe se templa, forja y modela enfrentando al temor en pequeñas y grandes batallas, victorias y derrotas.

Es el único camino hacia el desarrollo pleno del ser humano, el único que puede elegir ser pacífico y hacer lo necesario para superar todos sus temores y violencias, hasta erradicar esas raíces de su alma o conciencia.

Un abrazo sincero y fraterno al hermano Eduardo Espinoza, del pueblito de Tulacingo en el Estado Hidalgo de México. A su través toda la fe de nuestro pueblo para la gente de su poblado. Para mi también fue un recondenado placer escribir este artículo inspirado por tu mensaje.

Por la vida, por estos dementes enamorados del futuro que convierten su vida en un vehículo para que pueda venir a ser entre lágrimas y risas, entre flores y dolores, entre nacimientos y muertes, entre canciones y gritos, entre explosiones y poemas, y hasta la victoria siempre.





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Michel Balivo


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