Sería ingenuo pensar que la tensa calma que vive Venezuela después de la elección de la Asamblea Nacional Constituyente representa una estabilización de la situación social en nuestro país. Sería ingenuo pensar que, después de cuatro meses de masivas movilizaciones en contra del gobierno del Presidente Maduro, la situación volvió a su "normalidad". Sería ingenuo pensar que los violentos disturbios protagonizados por amplios sectores de clase media quedaron atrás. Sería ingenuo, también, no reconocer que muchos sectores populares se incorporaron a las protestas durante este largo período de manifestaciones convocadas por la MUD (recordemos las violentas protestas en sectores pobres de Caracas como La Vega, El Guarataro y El Valle, por sólo nombrar unos cuantos). Sería ingenuo, finalmente, pensar que, a pesar de la represión ejercida por el gobierno y la "paz" alcanzada a punta de plomo, la gente se va a quedar quieta.
Efectivamente, es de todos sabido que el gobierno es objeto de un altísimo nivel de rechazo por parte de la mayoría de la población, chavistas, "escuálidos" y "ni-ni" confundidos. Por sólo referirse a la población inscrita en el Registro Electoral, dio claras señales de este repudio en los últimos dos años: en las elecciones legislativas de 2015, la bancada del PSUV obtuvo sólo el 40 % de los diputados (contra 56 % para la oposición) y en la recién electa Constituyente, sólo participó el 40 % de los electores, según las cifras oficiales, lo que significa que el 60 % de los electores se abstuvo, cifra record de abstención en la era chavista. Sin contar con el hecho de que la supuesta cifra de ocho millones de electores a favor de la Constituyente anunciada por el CNE no es nada confiable. Recordemos, efectivamente, que la mayoría de los electores votaron dos veces (una vez por un candidato territorial y otra vez por uno sectorial) lo que deja una gran duda en cuanto a la cantidad real de electores. ¿Fueron ocho millones de votos o de votantes? Sólo Dios lo sabe (y no se puede decir que hable mucho).
Como si fuera poco, este alto nivel de descontento se ve agravado por la instalación de una Asamblea Constituyente que, por su carácter impuesto, es profundamente cuestionada por la opinión pública. Esta instancia, muy poco deliberativa y democrática, quedará para la historia como una aplanadora indetenible fabricada con un propósito muy preciso: perpetuar indefinidamente la hegemonía de la cúpula gobernante y darle barniz legal a sus lucrativos y muchas veces turbios negocios. Por ser una Asamblea exclusivamente dominada por la dirección del PSUV, elimina la posibilidad de ser verdaderamente constituyente y, además, devela su carácter profundamente autoritario, por lo que acentúa el repudio generalizado por parte de la mayoría de los venezolanos.
Reiteramos, pues, nuestra profunda angustia ante la situación actual del país: ¿Cómo pensar que, ante tanta impopularidad del gobierno, la gente se va a quedar de brazos cruzados? Y más aún, ¿Cómo pensar que la actual situación económica y social, en acelerado deterioro, no sigue siendo un caldo de cultivo para una inminente explosión social? Sin querer convertirnos en profetas del desastre, he aquí el argumento de más peso para pensar que la aparente calma post-constituyente no es sino un receso, una tregua antes de un nuevo huracán social. Efectivamente, el gobierno, en medio de su verborrea arropadora, de sus incesantes amenazas y chantajes y de una represión sin precedentes, vaticinó, durante tres meses, es decir desde aquel fatídico anuncio del Presidente Nicolás Maduro acerca de la futura Asamblea Constituyente, que la misma iba a ser el remedio milagroso a todos los males, la solución a la fulana "guerra económica", el único camino a la paz. Después de la Constituyente, Venezuela iba a ser otra, la delincuencia iba a desaparecer, los anaqueles iban a estar repletos de comida, los precios se iban a congelar como por encanto, Venezuela iba a lanzar su aparato productivo, en pocas palabras, íbamos a bañarnos en un mar de felicidad. Pero, ¡Oh! Misterio… Nada de eso sucedió… Todo lo contrario: el crimen organizado, la impunidad y la corrupción siguen galopantes, los precios se disparan de día en día y la escasez está igualita o peor. Pero eso sí, el gobierno ha logrado dos cosas de trascendente importancia en los últimos dos meses: seguir pagando fielmente la deuda externa, como lo viene haciendo desde hace años (una deuda cuyo dinero necesitaríamos para importar alimentos y medicamentos) y descubrir el agua tibia, es decir que el modelo petrolero rentista está agotado…
¿Cómo creer, pues, que nuestro pueblo no vaya a dar pruebas, una vez más, de su temperamento caribe, que vaya a tolerar lo intolerable? Imposible. Por ello, aquellos que, desde las filas autónomas del proceso bolivariano (un proceso que nos pertenece a todas y todos, no a una cúpula que se acostumbró a "administrar" a Venezuela como si fuera su hacienda privada) estamos en la obligación moral de acompañar a nuestro pueblo y estaremos en la obligación de acompañarlo en su rebelión. Para ello, es prioritario agrupar las fuerzas que quedaron dispersas después de la aplanadora constituyente, en torno a un proyecto profundamente democrático, transformador, anti-autoritario, anti-cupular e incluyente. Aquellos que nos pretendemos revolucionarios, bolivarianos, anti-capitalistas o como nos queramos llamar, debemos estar a la altura de ese pueblo aparentemente silencioso que, como el agua mansa, sólo está esperando una oportunidad para expresar la magnitud de su indignación.
09.10.2017