Quizás uno de los personajes bíblicos más repugnante lo constituye Judas el Iscariote porque personifica la traición, acto despreciado por todos los seres humanos, al menos por los que todavía tienen un poco de moral y respetan los cánones de la lealtad, amor por el prójimo.
Pero no le han dado la importancia que tiene Poncio Pilatos, aquel célebre Prefecto quien administró corruptamente la Provincia de Judea, según algunas versiones, y cuya acción de "lavarse las manos" se traduce con un acto de vileza con el que se pretende evadir moralmente la responsabilidad de sus actos.
Así como el pecado original fue cometido por "Adán al comerse la manzana ofrecida por Eva" y el género humano hereda la "mácula" que señala la falta cometida con la desobediencia y la soberbia, acto que no puede ser eludido y que tiene que ser castigo con la expulsión del Edén, de la misma manera la traición de Judas y la vileza de Pilatos, se han convertido en "marcas de nacimiento", ya que señalan las debilidades e injusticias de los actos humanos y la "expiación" de los mismos a través de la "proyección" hacia los demás..
En la tradición católica de América Latina y en especial Venezuela, se ha constituido como un ritual popular la quema de "Judas". Es un acto simbólico en la cual el pueblo, la feligresía castiga la traición de Judas quemando un monigote, una figura alusiva a la traición, en un sitio público. En la actualidad se refiere a figuras de la política, a personajes públicos que han incumplido sus promesas, que el pueblo se siente traicionado por su falta de gestión que ayude a resolver sus problemas.
Se dice que el primer Judas quemado en Venezuela ocurrió en el año 1944 en la ciudad de Cumaná y simbolizaba la figura de Américo Vespucio quien engaño a los indios de la época. En Caracas esta tradición se da inicio en el año de 1801.
Este próximo domingo no faltará la quema de Judas en todas las ciudades venezolanas y cuyas figuras representarán a figuras de la política, y en medio de esta guerra asimétrica, por supuesto la quema de Maduro será el tema inducido, promocionado y difundido por los medios de información masivos.
Participarán entre otros promotores aquellos que abandonaron los caminos de la revolución, de las luchas populares, actuando como Poncio Pilatos, es decir, los que, "lavándose las manos", se encargarán de entregar al Presidente como culpable del pecado del cual ellos son pecadores. Es decir, expían sus culpas, su alevosía, entregando al, que consideran culpable, a las huestes pecadoras, creyendo que con ello el pueblo olvidará sus felonías de su vilezas.
De la misma manera encontraremos a los representantes de la iglesia católica avalando, justificando y estimulando la quema de la figura de Maduro, como reencuentro con su consciencia traicionera, ya que ellos han ofendido a Dios al bendecir los actos criminales de las guarimbas, también tendremos entre los invitado a los "puritanos de pacotilla" que pecan al blasfemar y al desear el mal al prójimo, desear la muerte de aquellos que piensan distinto. Serán los Pilatos y los Iscariote del momento.
No faltarán aquellos que, emboscados en la maraña boliburguesa, celebrarán la quema de Maduro a pesar de estar entre sus huestes, tal como lo hizo Judas en su momento. A éstos les espera una crucifixión histórica como les ha sucedido a las alimañas que viven en la oscuridad y que al quedar sin protección acuden al tribunal de la inquisición mundial para pedir protección, asilo y el perdón de sus pecados. Su quema simbólica la llevan en su conciencia y jamás podrán evadirla por más que lo intenten.
Otros apuntarán en la dirección correcta. Quemarán figuras alusivas a los que han traicionado a los pueblos en sus luchas contra la oligarquía, contra el entreguismo, a los traidores a la patria. Veremos la inmolación simbólica de Mari Cori, Freddy Mariguanita, Henry Metralleta, Luisita y una sarta de desleales. Y juzgarán sus actuaciones apegados a la ley divina y a la ley de los justos.
En fin, próximo domingo de resurrección presenciaremos un carnaval bufo, una fiesta de disfraces en la cual, cada quien se coloca su careta de juez o jueza que cree le queda a propósito e intenta lavar sus pecados, sus injurias, a través de la condena de los que considera culpables.
No faltarán lo que, como de costumbre, invadirán mi corre y con el lenguaje que les propio a gente de su ralea, me insultarán, tratarán de vejarme y decirme del mal con que voy a morir, sin saber, por su ignorancia, que maldición de burro no llega al cielo.
Hasta la victoria siempre. Venceremos