Un milagro

La madre espera sentada en la acera de la esquina el fruto del "trabajo" del hijo, el niño de apenas 6 años casi no pide, se limita a jugar y brincar como para llamar la atención en las afueras de la panadería. Los clientes le dan un pedazo de pan o un poquito de café con leche pareciera ser el que ya no les cabía en el estomago, por su parte el menorcito selecciona y guarda en una bolsita de tela parecida a una media de adulto, lo que puede ser del gusto de los hermanos quienes ya más grandecitos salen en grupo recorriendo todo el bulevar pidiendo agresivamente explicando que tienen hambre. El nuevo alcalde recién nombrado, los recogió una noche, los alimento y hasta le dio trabajo a los mayorcitos, pero hasta allí llego la obra. El cuadro sigue siendo el mismo, aunque se empeora cuando se trata de niñas de diez a doce años, el peligro que corren con abusadores es alarmante. No hace mucho cerca de unos edificios residenciales atraparon varios señores dedicados a traficar con menores, inclusive con la complicidad de las madres, esos afortunadamente están presos.

La doctora llega a su casa a las 4 de la tarde buscando comida, la madre le contesta, no hay nada, no se hizo almuerzo, no hay dinero. Se ven las caras preguntándose ¿y ahora?, afortunadamente estaba de visita el tío, quien apresuradamente sale a la carnicería para hacer un mercadito, resuelve haciéndose la promesa de llevarles algo todas las semanas. La médico dice que el sueldo es muy poco, para colmo tuvo un accidente y está de reposo, ya no puede ayudar a la mama, apenas cobra el bono alimentario, se debate entre irse al exterior en procura de mejores salarios o casarse para no ser una carga en su casa, a la vez se preocupa por haber realizado tantos sacrificios para graduarse y ahora no le ve el queso a la tostada. Su madre, ante el dolor de la viudez, sobrevive con el amor de los nietos y el apoyo de un hermano, pues la pensión no le da ni para comprar la pastilla para la tensión, siendo tres, las otras dos se las trae el hermano; ella con mucha pena las acepta puesto que son muy caras. La edad no la ayuda, no puede emprender nada, estudió hasta cuarto año de sociología en una prestigiosa universidad caraqueña. Siempre fue el orgullo del papá. Pero se enamoró dejando de estudiar para tener sus tres hijos. Así son los escenarios que llenan el territorio nacional, alejando la esperanza, dejando que la felicidad y alegría desaparezcan de la existencia de los venezolanos. Anteriormente había fe, se decía vamos a esperar que vengan las elecciones para colocar a otro que lo haga mejor, ahora la gente no quiere votar porque expresan que todos son iguales o el que venga será peor. Será por eso que se lanzaron a la presidencia dos evangélicos sin experiencia política y acusados de quinta columna del gobierno, creyendo que esa religión dará la solución. Definitivamente la gente de fe no cree en falsos mesías, parecieran más bien esperar un milagro.



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Pedro De Lilla

Cronista e investigador social

 pedrodanieldelilla@gmail.com

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