Venezuela y Colombia: ¿Convivencia posible?

"Siempre es apasionante saber un poco más sobre un ser humano que decide transformar la sociedad, máxime cuando esa transformación está destinada a mejorar la vida de su pueblo, desafiando para ello los grandes intereses económicos que imperan en nuestro mundo".

Aleida Guevara March (Hija de Ernesto "Ché" Guevara en su obra: "Chávez un hombre que anda por ahí")

Hablar sobre Venezuela y Colombia es un tema que nos preocupa; no solamente porque la situación actual pareciera encresparse sino porque somos dos países latinoamericanos, condenados por la historia y la misma naturaleza a vivir juntos - el uno con el otro - por los siglos de los siglos.

Ya nos hemos referido en varios artículos a este asunto y a la final la conclusión apunta a un solo aspecto de la vida política y geopolítica; no por estar relacionada directamente con los pueblos sino más bien con los dirigentes de turno, quienes representan los intereses de una oligarquía que se apropió del Estado colombiano para gobernar a su capricho.

De este esquema sociopolítico de gobierno no han escapado las dos naciones a través de la historia, sólo que al paso de los años las dos naciones hermanas, ubicadas al norte de América del Sur, han visto como su balanza se ha inclinado más para donde sopa el viento, sobre todo a favor de los intereses oligárquicos o de los republicanos, como acostumbraba Bolívar llamar a los hijos de la Gran Colombia.

Los avatares de la historia han conducido a nuestros pueblos a decisiones que los han marcado para siempre, por encima de las fronteras geográficas y además han conducido sus destinos, al capricho de unos cuantos necios enemigos de la paz y de la convivencia posible.

Hitos relevantes se han levantado desde la conquista española cuando los enviados de los reyes y piratas de los mares deambularon por las tierras de los Chibchas y de los Caribes para repartírselas, a costa de la muerte y la desolación, levantando virreinatos y capitanías con cipayos dispuestos a dividirnos.

Luego vendrían los sueños de una realidad efímera nacida en las riberas del Orinoco, rio que atraviesa las dos naciones, cuando inspirado en los sueños de Francisco de Miranda (de la Colombeilla) el Libertador decretaría el nacimiento de la Gran Colombia en el Congreso de Angostura de 1819.

Aparecerían de nuevo los lacayos ambiciosos, herederos de la guerra, para separar a nuestros pueblos y condenarlos a la explotación, a la sombra de nuevos imperios (EEUU y Europa) y ver frustrados los sueños de la Patria Grande, desde el istmo de Panamá hasta el sur del Potosí.

Florecerían la Cosiata y surgiría la separación de Venezuela y la Nueva Granada (Colombia) en 1830. Todo ello - como siempre - a espaldas de los pueblos gracias a unos líderes vendidos a las oligarquías representadas por José Antonio Páez y Francisco de Paula Santander.

La historia es harto conocida y las pinceladas del tiempo se han dedicado a contar la historia de los vencedores, encarnada por los artífices de un nuevo capítulo de separación y de guerra, a costa de muchas luchas internas que han asesinado pueblos enteros y han buscado una conciliación y paz que no termina nunca de llegar.

Cuando la paz ha estado muy cerca de consolidarse han aparecido los imperios azuzando y los cipayos y mercenarios, atizando llamas irreconciliables y sembrando de nuevo el odio para separarnos y más aún en la adversidad para satisfacer sus intereses separatistas y mezquinos.

Hoy más que nunca cada uno de los pueblos de Venezuela y Colombia tenemos una gran oportunidad para marcar nuestras diferencias, las cuales siempre van a existir pero que no impiden encontrar un camino seguro hacia la paz, aún por encima de nuestros verdugos.

En el caso de Venezuela ha llegado el momento para poner en su lugar a la oligarquía santandereana que ha utilizado a su pueblo para mancillarlo y humillarlo, aún a costa de sus vidas y a través de enfrentamientos tormentosos y mortales entre los propios colombianos.

El fracaso de la paz como una crónica anunciada, más buscando un "premio nobel" que la felicidad del pueblo colombiano, ha tenido como protagonistas a Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe Vélez y Andrés Pastrana, quienes han utilizado como excusa su desprecio hacia nuestra Venezuela para esconder su propia maldad.

Desde la llegada del Comandante Hugo Chávez Frías (a quien asesinaron) al poder en Venezuela (1998) se avivó la llama del odio, a pesar de su abnegada dedicación y vocación por la paz entre el Gobierno colombiano y los grupos guerrilleros de las FARC EP y el ELN, paz que ha resultado infructuosa por culpa de los propios líderes neogranadinos.

Venezuela debe hacer valer su carácter de república soberana e independiente ante la vecina Colombia. Si bien estamos condenados a vivir juntos por los siglos de los siglos, la bondad hacia un pueblo que es el mismo pueblo de la Gran Colombia, no puede tampoco permitir que hoy se sigan entregando las riquezas del pueblo de Bolívar a unas lacras depredadoras en las dos naciones.

La gasolina que hoy eleva cifras superiores a los 18 mil millones de dólares al erario público del Estado colombiano, no debe seguir cruzando la frontera para engrosar el negocio de los narcotraficantes del vecino país, quienes además asesinan a su pueblo y lo condenan al desplazamiento y a una migración masiva que hoy nos atribuyen.

Las caretas se han caído y los intereses que no son precisamente los del pueblo colombiano sino de la burguesía santandereana, deben ser cortados de raíz para que el pueblo los sienta en carne propia y reclame así justicia a sus propios verdugos.

Todos los pobladores del oriente de Colombia han sido condenados a vivir del subsidio y a expensas del contrabando de combustible (gasolina y diésel) a través de más de 2.219 kilómetros de la frontera venezolana.

Paralelamente al combustible que no sólo es avalado por el Estado colombiano para la exportación (legalizado en cooperativas) es también la materia prima para la producción de la cocaína, producto que es el principal soporte de la economía neogranadina con más de un 90 por ciento de la siembra del mundo, según la ONU.

Venezuela tiene hoy una guerra económica en la cual se utilizan armas letales como el contrabando, el paramilitarismo y el secuestro para destruir nuestra estabilidad política y económica.

Muchos son los escoyos que debemos superar en una cultura alimentada desde la frontera a través de los años y de la cual han sido cómplices también muchos venezolanos. Culpables los hay en los dos lados pero ha llegado la hora de ponerlos en su lugar.

Si un momento es propicio para adecentar las relaciones colombo-venezolanas - más allá de los sueños de Bolívar en Angostura - es la realidad que hoy nos han creado los enemigos de la paz y los sicarios del imperio norteamericano, representados por la oligarquía que hoy encarna Iván Duque "El Uribito".

La cultura de la droga está hasta los tuétanos en el hermano país y Venezuela, debe cortar por lo sano para evitar que ese cáncer se traslade a nuestro país y pueda penetrar todos los estamentos de la política del Estado, heredero de la gesta de Carabobo y Boyacá.

No podemos permitir que una gota de gasolina más, a precio de regalo, pase por la frontera y siga alimentando y subsidiando la economía colombiana. Si el precio del mercado de la droga sube que lo pague a precio internacional su mayor consumidor, el número uno del mundo, el imperio norteamericano.

Si existen lacras en Venezuela y Colombia que se han favorecido con el contrabando (concesionarios de estaciones de servicio) y con la guerra económica impuesta a través del dólar Cúcuta y el dólar Today desde Miami, es hora de que el Gobierno del Presidente Nicolás Maduro - en tiempos de Revolución - les dé un parao definitivo para lograr así una convivencia posible entre los dos pueblos hermanos…¡Amanecerá y veremos!



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Marco Tulio Arellano

Jubilado en Pdvsa

 arellanomt@hotmail.com      @Homugria

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