Nada es fácil para los gobiernos progresistas de Latinoamérica con el imperio gringo al acecho, sin que para ellos existan leyes en el planeta. Más con el presidente estadounidense, Donald Trump, que se cree no solo dueño del continente americano, sino del mundo entero.
De tal situación hay mucho que decir, aunque en realidad nada nuevo, o nada que ignoremos en Venezuela, donde no tenemos duda que ese imperio criminal mató a El Gigante Hugo Chávez inoculándole un cáncer, e intentó asesinar a otros presidentes en ese entonces con la misma enfermedad, como a Luis Inácio Lula Da Silva (Brasil), a Dilma Rousseff (Brasil), a Cristina Fernández de Kirchner (Argentina), a Fernando Lugo (Paraguay)…
Quizás no puso mucho empeño en eliminar físicamente a estos otros mandatarios, con el líder principal seguro en la mira. El líder que les creó y blindó para siempre el proceso revolucionario bolivariano, porque dentro de su proyecto, la más importante jugada de Chávez estuvo en mostrarnos desde temprano los colmillos del imperio norteamericano en toda su dimensión, sensibilizarnos con respecto de su doble rasero y hacernos internalizar la capacidad criminal y destructiva de esos genocidas.
Por eso, cada vez que los gringos intentan meter la cabeza en nuestro país, se topan con una pared. No pasan ni pasarán. Los conocemos, y como decimos en criollo: "ya cuando ellos van, nosotros venimos".
De allí pienso, que en ese aspecto estuvo la diferencia con el resto de los gobiernos progresistas de Latinoamérica, cuyos presidentes estando en el poder, se dejaron meter a los yanquis "por la baranda". Ahora sufren las consecuencias. Luis Inácio Lula Da Silva en la cárcel, Dilma Rousseff derrocada; Cristina Kirchner sometida a un proceso judicial, lo mismo que el ex presidente de Ecuador, Rafael Correa.
Correa fue víctima de una de las estrategias más perversas que puedan poner en práctica dentro del guion que el imperio ejecuta en contra de los gobiernos progresistas, como es la traición. Sufrió la deslealtad de Lenin Moreno, un ser verdaderamente repudiable, igual que el resto de los presidentes del Grupo de Lima, una organización de hampones conformada para atacar al Gobierno venezolano, con el fin de derrocar a Nicolás Maduro.
Y he aquí donde quería llegar, porque gracias a Chávez la Patria de Bolívar se convirtió en un postgrado permanente, en el que la gente se especializa en desenmascarar a los traidores – que, por cierto, no son pocos- estén en el bando que estén.
Pero el caso del forajido Antonio Ledezma, residenciado con su yerno delincuente en España, Luis Fernando Vuteff García, se hizo un caso emblemático de los traidores de la patria. Quizás, primero, porque es un gran ladrón, segundo, porque recorre el mundo pidiendo que el imperio gringo y los europeos arrecien las sanciones económicas en contra de su propio pueblo y, tercero, por cobarde y ruin, pide lo peor para nuestro país, mientras él en el exterior se da la buena vida con lo que se robó junto a otro calificado bandido como es el esposo de su hija.
Recordemos que Luis Fernando Vuteff García, el yerno de quien más se siente orgulloso Ledezma, fue detenido en el país europeo durante la Operación Carabela, por blanquear capitales de la corrupción en Venezuela. En las acciones se intervinieron 115 inmuebles en Madrid y Marbella valorados en más de 60 millones de euros (68,9 millones de dólares), entre las propiedades se incluyen un hotel, decenas de departamentos y un complejo de 60 fincas de lujo en el balneario de Marbella.
Y lo único que el granuja de Ledezma dijo, al respecto, fue que su conciencia y hoja de vida estaban inmaculadas. "No estoy involucrado en nada que me pueda abochornar", cuando es un vagabundo encubridor de su adorado hijo político que, si no cae preso, se roba hasta la corona al Rey de España.