Sopesando los acontecimientos con que se inició este año 2019, en la Venezuela contemporánea, destaca la necesidad de hacer valer la Constitución Nacional de la República Bolivariana de Venezuela y sus precedentes institucionales que le han dado legitimidad a los últimos procesos electorales en el país. Prevalece la necesidad de aventuras "golpistas", de llegar al poder por la vía de la violencia, sin comprender que de ese modo se vislumbra un horizonte de mayor inestabilidad y fractura del orden constitucional.
Es muy difícil llegar a un consenso cuando los hechos parten de un escenario de "auto-proclamaciones" y posturas radicales que persiguen imponer agendas internacionales, ignorando el Estado de Derecho y Justicia de Venezuela y su Gobierno. La presencia de Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.), en este conflicto, lejos de venir a significar un apoyo que impulse legitimidad a los hechos, simplemente lo coloca en las estadísticas de una acción más de su desacertada política intervencionista hacia Latinoamérica. EE.UU., nunca ha entendido la estirpe y sangre latina, su calor humano y menos sus intereses como pueblos libres e independientes. Con su visión cuadrada y pragmática, los EE.UU. han pretendido manipular los liderazgos e imponer sus intereses por encima de la vida y de los proyectos locales integracionistas y panamericanistas.
Basta recordar que las intervenciones y creación de bases militares que los EE.UU, en distintos países de América Latina, ha sido una licencia que en nombre de la cooperación se ha consolidado como parte de la política imperialista para anexar recursos naturales necesarios para la subsistencia de ellos como nación y para cubrir los altos costos del negocio de la Guerra que tantas divisas da al Gobierno norteamericano. Desde 1823, con la Doctrina Monroe, en la que los EE.UU. se declaraba que América Latina se considera "esfera de influencia" y en la cual los EE.UU. tenían que tener un control directo para asegurar sus acciones en el resto del mundo, se han dado una cantidad importante de intervenciones que le han brindado a los EE.UU., una cartografía de eventos y muertes en nombre de la libertad. Valga ir recordando algunos de estos eventos: en 1846, los EE.UU., emprendieron una guerra contra México, forzándolo a ceder la mitad de su territorio, lo que se conoce como Texas y California; en 1898, EE.UU., declara la guerra a España en el momento en que los independentistas cubanos tenían prácticamente derrotada a la fuerza militar colonial; las tropas norteamericanas ocupan la Isla de Cuba, desconocen a los patriotas, viéndose España obligada a ceder los territorios de Puerto Rico, Guam, Filipinas y Hawai.
En el siglo XX, para 1901, las fuerzas norteamericanas de ocupación hacen incluir en la Constitución de la nueva República de Cuba la Enmienda Platt, mediante la cual se arrogaba el derecho de intervenir en los asuntos cubanos cada vez que estimara conveniente; de esta experiencia, Cuba fue forzada al arrendamiento en perpetuidad de un pedazo del territorio nacional para el uso de la Marina de Guerra estadounidense, la conocida a Base Naval de Guantánamo. En 1903, los EE.UU., estimulan la segregación de Panamá, que entonces era parte de Colombia, y adquiere derechos sobre el Canal de Panamá; en 1904, la infantería de marina de EE.UU., desembarca en República Dominicana para sofocar un levantamiento armado opositor; en 1910, esos mismos marines yanquis, ocupan Nicaragua para sostener el régimen de Adolfo Díaz y en el 1912, invaden el territorio y dieron comienzo a una ocupación que se mantendría casi continuamente hasta 1933. Durante ese tiempo la figura de Augusto César Sandino combatió el intervencionismo norteamericano, pero sería asesinado en 1934, cuando ya había depuesto las armas, por orden del Presidente títere puesto por los EE.UU., Somoza, con la complicidad del embajador norteamericano Arthur Bliss Lane.
Será en 1946, cuando los EE.UU. comienzan a ver como una necesidad imperiosa dominar la consciencia de los militares latinoamericanos, de ese modo se crea en Panamá la Escuela de las Américas, para la formación de los militares del hemisferio. Allí se formaron los principales protagonistas de las dictaduras militares en Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Centroamérica y en otros países. En 1948, los EE.UU., promueven el derrocamiento de Rómulo Gallegos, apoyando a un grupo de militares sublevados acompañados por el Coronel Adams.
Para 1954, la oficina de inteligencia de los EE.UU., la CIA., genera las condiciones para el derrocamiento del gobierno democráticamente electo de Jacobo Árbenz en Guatemala. En 1960, el presidente Eisenhower autoriza la realización en gran escala de acciones encubiertas para derribar el gobierno de Fidel Castro en la Cuba revolucionaria, quien había llegado al poder en enero de 1959, las acciones encubiertas incluían el asesinato del líder cubano, la creación de bandas contrarrevolucionarias y el sabotaje a los principales sectores de la economía isleña. Para 1964, el presidente de Brasil Joao Goulart, quien se proponía llevar a cabo una reforma agraria y nacionalizar el petróleo, es víctima de un golpe de estado apoyado y promovido por los EE.UU., constriñendo cualquier iniciativa progresista de los pueblos amerindios.
En 1976, los EE.UU. promueven en Argentina la llegada al poder de una dictadura militar, la estrecha colaboración y el apoyo otorgado desde los más altos niveles del poder en Washington a los militares argentinos, responsables de la muerte de al menos 30.000 argentinos, una gran parte de ellos jóvenes estudiantes y trabajadores. El Departamento de Estado de EE.UU., según documentos desclasificados implican al para entonces secretario de Estado Henry Kissinger y otros altos responsables norteamericanos en los crímenes cometidos por la dictadura argentina, que puso en marcha una campaña de asesinatos, torturas y desapariciones tras asumir el poder. En 1981, el Gobierno de Ronald Reagan inicia la guerra de los contra para destruir el gobierno sandinista en Nicaragua; en 1983, se produce la invasión de cinco mil infantes de marina norteamericanos a la pequeña isla caribeña de Granada, las tropas yanquis entraron poco después de que una conspiración había sacado del poder a Maurice Bishop, un líder izquierdista y nacionalista. Sería en 1989, cuando EE.UU. se juega una de las cartas más fuertes en territorio latinoamericano, invade Panamá para arrestar a quien fuera su protegido, Manuel Noriega, la operación dejó no menos de 3 mil bajas civiles; para el 2000, con la excusa de una Guerra a muerte a las organizaciones delictivas que comercializan con las drogas, lanza el Plan Colombia, un programa de ayuda masiva civil y militar a un país que quizás tenga el peor récord de derechos humanos en el hemisferio; el financiamiento para este Plan fue, al comienzo, de 1. 300 millones, de los cuales un ochenta por ciento está destinado al gasto militar, el Plan ha variado a una intencionalidad más coherente con los intereses intervencionistas de los EE.UU. en el mundo, hoy se escudan las acciones de los EE.UU. en la Guerra contra el Terrorismo.
En el 2002, los EE.UU. apoyaron y financiaron, el fallido golpe de Estado del 11 de abril en Venezuela, contra Hugo Chávez, así como ha estado presente en todos los eventos desestabilizadores que luego del fallecimiento de Chávez en el 2013, han marcado la vida institucional y política de Venezuela. Las guarimbas del 2014 y las del 2017, tienen el sello imperecedero del interés imperialista de los EE.UU. para aupar un cambio drástico de Gobierno que esté a tono en complacer y beneficiar los intereses económicos de este país cediendo los recursos y riquezas naturales de la nación.
A grandes rasgos, el 2019 en Venezuela, se inaugura con una nueva acción intervencionista de los EE.UU., muy al estilo del 2011, en Libia, con la invasión y las acciones que entre el 2011-2012, se dieron en Yemen, Pakistán, Somalia, valiéndose de ataques selectivos con drones, así como los hechos del 2014, donde los EE.UU. invadió Irak y Siria, tomando como excusa las banderas de la Guerra contra el terrorismo y el Estado Islámico. Es decir, con el mismo guión de ilegitimidad de los liderazgos y la acusación infundada de promover el terrorismo en estos territorios, han ido erosionando la paz y apuntalando sus intereses geopolíticos y económicos para apalancar la economía norteamericana y del capitalismo global, en franca crisis de liquidez.
Hoy más que nunca cobra vigencia las palabras del líder de la Revolución Rusa Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin (1870-1924), para quien el imperialismo se caracterizaba por un elevado desarrollo, concentrado en unos pocos grandes monopolios, otorgándole papel estelar a los bancos y la fusión de éstos con el capital industrial generando un capital financiero en poder de la oligarquía que hace imprescindible contar con recursos naturales y nuevos territorios para sostener la pesada cultura consumista. Lenin sostenía que la exportación de capital adquiere una gran importancia respecto a la exportación de mercancías, característica de la fase precedente, por lo tanto facilita la penetración y el expolio de las grandes potencias contra los países menos desarrollados, y la formación de asociaciones de capitalistas internacionales que se reparten el mundo, y la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes.
Es decir, el imperialismo promueve y jerarquiza las distintas potencias cuyos eslabones de alianza y dependencia se establecen según la fuerza política y militar que poseen; Lenin, desarrolla una visión del sistema imperialista en la cual lo muestra como el principal promotor de los Gobiernos autoritarios y depredadores del mundo moderno.
Si bien el modo de construcción del socialismo en la URSS de Lenin, pese a sus logros, especialmente su papel en derrotar al nazismo en la Segunda Guerra Mundial (1945), no pudo competir con el modo de producción capitalista, y tampoco devino en una revolución mundial, su interpretación del imperialismo no ha perdido vigencia y cada vez se muestra como la gran amenaza de las democracias nacientes en Latinoamérica.
En reflexión del analista Eduardo Paz Rada, en su ensayo "El impacto de la revolución bolchevique en América Latina" (2017), este expresa que pocos "…acontecimientos en la historia de la humanidad marcan a profundidad los cambios en las mentalidades, los valores, las instituciones y, sobretodo, en los horizontes de existencia de diversas generaciones y de hombres y mujeres de todas las regiones del planeta, más allá de su aprobación o reprobación personal o de clase. La Revolución Socialista Rusa…no pasó y no pasa desapercibida a cien años de su realización, porque transformó los modos de mirar, analizar y explicar la realidad social y sus problemas, tanto desde la perspectiva de la vida cotidiana y del sentido común como de la de los estudiosos, historiadores, políticos, sociólogos e intelectuales…Como en todas las regiones de mundo, en América Latina y el Caribe las noticias y el impacto de la Revolución se expandieron inmediatamente creando la esperanza y la ilusión en millones de pobres, marginados, activistas, trabajadores y campesinos, principalmente, y rechazo y miedo en los sectores privilegiados de las oligarquías y las incipientes burguesías. La utopía de la sociedad de iguales, de la sociedad sin clases, de la vida plena de hombres y mujeres había sido conseguida con la lucha de millones de obreros, campesinos y soldados organizados en los Soviets, los que derrumbaron no solamente el poder absolutista del zarismo, sino también el proyecto de la burguesía que logró controlar el poder durante los nueve meses previos…"
En concreto, el imperialismo de ayer sigue siendo el imperialismo de hoy; pero las revoluciones de ayer no necesariamente representan las revoluciones de hoy, porque las nuevas revoluciones enfatizan en sostener los valores de autodeterminación de los pueblos, de libertad, democracia, de rescate a los valores autóctonos del nuevo mundo. Un volver a la cultura amerindia, donde lo espiritual y lo natural conviven, haciendo de los nuevos Estados Nacionales empresas de promoción de igualdad, solidaridad y participación ciudadana, Donde el Estado cambia su piel egoísta y soberbia, por una que sea común a los intereses de las mayorías. Las revoluciones del siglo XXI, no se hacen con grandes rascacielos y puentes inmensos cargados de piedras y cemento; las revoluciones se hacen con un pueblo activo, reclamando su lugar en la historia y siendo parte de un proceso histórico que lo incluye y le brinda identidad nacional y dignidad patria. Aún los acontecimientos de esta nueva intervención imperialista no han terminado de definirse, pero de algo se puede estar seguro, no hay manera ni forma de convencer al pueblo de que las revoluciones no son el camino correcto para devolverle a la humanidad sus valores fundamentales y la garantía de la supervivencia de la especie humana por los siglos de los siglos. *.-azocarramon1968@gmail.com