Este miércoles 7 de agosto a las diez y treinta de la mañana, uno de los trastataranietos de Antonio José de Sucre, se despidió para siempre desde Medellín, Colombia. Se le conoció como Jairo, Ismael, Poeta, Juan Manuel, Julio, Catire ye-ye y… tantos y tantos nombres que lo identificaron en sus curiosos quehaceres sociales amplios. Desde que tenía trece o catorce años de edad comenzó a militar en la vida política, y enseguida tomó la vertiente de la acción guerrillera. A decir verdad, creía en esa vía para la toma del poder, y se sentía más orgulloso de su condición de combatiente, que la de ser funcionario de un partido . Fue miembro de los Comandos Estratégicos de Sabotaje, de las Unidades Tácticas de Combate y, en esa línea, le tocó experimentar confrontaciones muy serias, de las cuales sus camaradas de operaciones militares tendrán mucho que decir.
Recuerdo que, en alguna ocasión se me dijo, pero no lo verifiqué, que había participado en el secuestro del Comandante Smolen de la Misión norteamericana, y que el propósito de esa acción era intercambiar la libertad del plagiado por la libertad de Guyen Van Troy, quien había sido capturado en Vietnam por las fuerzas de ocupación. También participó en operaciones financieras armadas para sostener los movimientos que peleaban contra las dictaduras de Uruguay, El Salvador, Nicaragua, y Guatemala, entre otras. Asimismo, luchó a favor del pueblo palestino. Viviendo esos capítulos le tocó ser huésped, por lo menos en dos ocasiones, del cuartel San Carlos. En ese reclusorio estaban conscientes los militares custodios, que el deber del custodio es que el preso no se escape, y el primer deber del preso custodiado es escaparse. Era el forcejeo del desenvolvimiento político.
En medio de esas circunstancias, nunca cesó la persecución y, en consecuencia, fue preso por la Digepol que era la policía política. Para ese entonces tenía diez y siete años, y fue víctima de torturas inclementes. Cabe decir que, además de soportarlas, después tomaba lúdicamente lo trágico. Una anécdota: En una ocasión me contó que para evitar el sufrimiento de la crueldad a la que era sometido, invocó su condición de nieto de Sucre, y el torturador, en vez de disminuir la saña, la aumentó socarronamente diciendo que él (el torturador) era hijo de Bolívar. A pesar de esos pesares, en el encierro preñó a Gerardy y, dada la cuota inicial, vinieron las extraordinarias, se casó en la cárcel, naciendo después Gerardy Luisa. Después tuvo hijos en otros dos vientres, el de Miriam y el de Francis. Entonces nacieron Camilo, Miguel Angel, Daniel Leonardo, Michell Santiago y Juan Manuel.
Por los seguimientos de los que era un objetivo, tuvo que salir al exilio: Estuvo, que yo sepa, en Inglaterra, Luxemburgo, Francia, España, Colombia y Suecia. De hecho, tenía un dominio del inglés, del francés, del español, su lengua materna, y del sueco. Con esa base se desenvolvió también en los países árabes y participó en el Líbano peleando junto con Yaser Arafat, a favor del pueblo palestino. Estuvo presente cuando se produjeron las masacres de Sabra y Chatila. Pasado un tiempo, se supo de sus incursiones en Canadá, donde estuvo preparando acciones de un grupo de izquierda radical del estado de Maine en USA, y en esas tratativas fueron descubiertos y llevados presos para pagar una sentencia en la cárcel de Archambault.
Esas travesías no hicieron que olvidara a Venezuela. Regresó, pero no de vacaciones, de inmediato continuó la lucha armada como si se tratara de uno de los últimos mohicanos. Tal vez tuvo éxitos en varias de sus embestidas, y en otras no. Lo cierto es que me buscó y lo defendí para que pudiera salir, primero de la penitenciaría de Cumaná, y después de la cárcel de Tocorón. Durante esos episodios, que son sólo algunos, nunca perdió su condición de deportista, que le venía de Julio Bracho, su padre, quien fue uno de los héroes de la serie mundial de béisbol del cuarenta y uno. Su segundo padre fue el Coronel Gustavo Basalo, uno de los sublevados del primero de enero de 1958.
Más que un interlocutor, Julio fue mi amigo desde la infancia hasta hoy. Alguien pudiera preguntarme con quien asocio a Julio. Sin dudar me vendrían dos nombres a la mente, el de Francisco de Miranda, quien peleó en Pensacola, Florida, en Ceuta, Melilla, París, donde su nombre está inscrito en el Arco del Triunfo y en tantos otros lados. También lo asociaría con Nogales Méndez, el tachirense que incursionó en aventuras particulares peleando con el ejército turco y fue gobernador del Sinaí. Además, no fue ajeno a los combates que se produjeron en su momento en Centro América.
Así como Antonio José vivió prácticamente una agonía entre Santa Fe y Quito, donde se encontraría con su mujer la Marquesa de Solanda, y todo terminó con su muerte en Berruecos, Julio fue dejado de lado por grupetes quienes hoy gozan de obscenos privilegios. No obstante, en su despedida recordó gente a quien quiso y que, igualmente, le dispensaron aprecio y reconocimiento. Me refiero, con el riesgo de algún olvido, a David Arráez, Rafael Iribarren Soublette, Chino Daza, Luben y Teodoro Petkoff, Arabia Rivera, Rafael Orihuela, Walter Boza, Iván Rendón, Erubí Cabrera, el Negro Cheo Sánchez, Juan Viloria, Elizabeth Fassano, el Negro Muñoz, Memel, y Ramón Guillermo Gutiérrez, mi hijo, su ahijado, quien, junto con sus hermanos, están muy tristes.
La vida de Julio es como para escribir un libro, mientras tanto, vaya esta semblanza.