Me he sentado frente a este instrumento que, sustituyendo a la vieja máquina de escribir, evolucionada o no, motiva como antes a pensar, a escribir; o como también incita, una hoja de papel en blanco o amarillenta de estío, un tintero alto i de boca ancha i una pluma de ave, adaptada para la escritura alterna de trazos finos i gruesos, como los que hacía Bolívar para testimoniar amor a su coronela Manuela, su “amable loca”, loca de amor por el hombre i encendida de coraje por la libertad; o muchos apasionados a la poesía i la prosa sublime, para tal vez en una carta de amor para una náyade del tiempo, lejana, imposible o que simplemente es un de sueño de Dante anónimo, por una Beatriz Portinari o una Anna Colonna inalcanzable, como lo fue para aquel gigante del arte que se llamó Miguel Ángel, consignar o marcar una fecha que no sabemos donde está, en eso desconocido que llamamos tiempo i que, tal como los expresó San Agustín, “Si me preguntan que es el tiempo, no lo sé; si no me lo preguntan lo sé”.
Entonces, sin saber de tiempo, sin saber de esos calendarios humanos tan disímiles en números, en nombrar a los días, en distinguir de esas parcela que llamamos meses, años o siglos que casi nunca podemos transitar completos; sin saber cuándo empezamos a contar, cuando añadimos, cuanto quitamos, estamos en los brazos del tiempo, sin saber real desde que los primeros verdaderos astrónomos, descubrieran que viajamos en un portentoso monstruo sideral que llamamos galaxia, porque algunos o casi todos desatendieran a Aristarco de Samos, a Copérnico o a Galileo, para borrar nuestras ínfulas de ser el centro del universo, con un cielo como techo i un infierno como sótano, no para hacer justicia a los justos, sino dar privilegios a los perversos, según los negocios de terror que establecieron las religiones. ¡I pasaron i siguen pasando tantas, bajo el mismo engaño, sin darnos cuentas de nuestra verdad biológica que jamás renace! Por eso, toda la experiencia del hombre como señaló un inglés que llamaron empirista, John Locke, está en nuestros sentidos –al menos cinco identificados- donde en la tabla rasa encerada de los romanos, vamos dejando impresiones de un mundo por el cual pasamos, como un instante kikerguiano i ya está. Por eso construimos sueños, entelequias, ilusiones i anhelos, imaginando que nosotros solamente o tal vez casi todos, o ningunos, pueden hacerlo o tienen los mismos derechos, de ver un mundo más cruel que feliz. A mi madre, en las penas de la vida, le enseñaron una conformidad admisible para los marginados o sumidos en las tinieblas de la religión católica: pensad, hijo mío –me decía- “que la vida es un valle de lágrimas” en vez de enseñar que hai caminos bellos en la existencia verdaderamente humana, que hai senderos o acirates sombreados, que hai tiempo para ser felices i tiempo para afrontar el destino humano, biológico i perecedero, sin premios ni castigos, como engaña la ética interesada de los católicos, según nos prueba Hartman. Lo ético, es hermosa reflexión razonada sobre lo moral. Cuantas tantas cosas así acuden a la mente, como tropel de encantos, de sufrimientos o de penas, este día que llamamos 24 de la Nochebuena; se encienden, luego, los recuerdos más disímiles, grises o brillantes, rudos o tiernos, con sol o con luna, con primaveras o inviernos, con entuertos o triunfos, con risas o con lágrimas, con evocaciones dulces o amargas, i entonces, hasta los hijos, esas continuaciones biológicas de nuestros ADN i esos ideales que nos planteamos o soñamos, unos son estrellas en el firmamento, otros son sombras de pasado que fuimos viendo alejarse por caminos distintos, o como piensan los orientales, flechas lanzadas al infinito que casi nunca retornan a la fuente de sus vidas. Entonces, la tristeza del tiempo me envuelve; entonces las alegrías i encantos del mismo tiempo, me regocijan. ¡Hai tantos entonces! Algo así como Bolívar sobre el Chimborazo, meditó o sintió por sus hijos de América toda, por la Patria grande que anheló. Por esto, a veces repito estas coplas de un poeta que me acompaña calladamente en los senderos:
La pena y la que no es pena
todo es pena para mí
ayer penaba por verte
y hoy peno porque te vi
Tengo una pena, una pena,
que casi puedo decir
que yo no tengo una pena
¡La pena me tiene a mí”!
. Cuando la vida ha transcurrido casi toda; cuando hacemos inventario en estos tiempos, de imagen física como dos conos de luz que nos permite percibir un mundo que se esfuma segundo a segundo en el choque de sus vértices, i que el mismo poeta del sendero me decía “Ayer es nunca jamás”, un cono es puro pasado i otro puro futuro, mientras nos encontramos viajando sin saberlo, en un punto inestable que es el presente. No sé porqué no me siento únicamente en el universo minúsculo del brazo de Orión, como un punto azul pálido –lo dijo Carl Sagan- nuestro insignificante planeta; entonces me pregunto como Stephen Hawking ¿Se habrá Dios percatado de nuestra existencia? ¡Hacia donde viajan las galaxias acompañadas de arrugas en el tiempo, por un infinito océano de materia oscura o negra? ¿Tienen nuestros deseos, temores o sueños, algo que ver con tan portentoso viaje cósmico? Perdido estamos en el tiempo i posiblemente por ello, la providencia o un Dios que desconocemos si existe o no, puso en estos días, un sentimiento o una palabra que sostiene ante todos los horrores que nos muestran las guerra, la muerte de hombres i mujeres hábiles, de niños inocentes i ancianos rendidos de cansancio i de terror, una palabra que a nosotros nos consuela, pero que ellos, allá en el Medio Oriente i muchos otros lugares infelices del planeta, no han conocido nunca. Es palabra AMOR, que ahora al menos, tengo el privilegio de mostrarle a mis seres queridos, a mis verdaderos amigos, a los que quieren una patria grande i segura, signada por aquellas que pronunció el Libertador: la mayor suma de felicidad posible.
¡Feliz Año nuevo 2007 a mis lectores, al bravo pueblo de Venezuela, a mis seres queridos i a mi buenos e inolvidables amigos de lucha revolucionaria!
¡Feliz Año Nuevo APORREA!