El Táchira-Venezuela, tiene una frontera disímil y paradigmática; aquí puede pasar cualquier cosa, no se sabe quién es el enemigo, lo que hace confuso celebrar la ganancia de una batalla, ya que no sea, para aupar los sentimientos eufóricos y confusos de sus seguidores. Estos triunfos, carentes de toda sensibilidad lógica, son conquistados y sostenidos bajo una estrategia con estructuras muy liquidas.
Puerto Santander y San Faustino, es un espacio que perdió Venezuela en un litigio con Colombia; litigio sin sentido. Siempre ha sido una frontera artificial, solapada, ya que nuestras tías y abuelas se ocuparon que los de aquí, tuvieran cedula de allá y los de allá, tuvieran cedula de acá; nuestras abuelas, siempre supieron que lidiaban con el delito.
Sumando, que los de allá siempre quisieron ser de aquí.
O si, si fue un litigio con sentido, ya que por acá en San Faustino nació el Prócer Francisco de Paula Santander y Omaña.
En 1832, Francisco viendo la importancia de esta frontera en su relación con el mundo que germinaba y, siendo Presidente de Colombia, más, estando muy claro que había nacido en El Táchira, se dio la tarea de poner ese pedazo para el lado colombiano. Fue el colombiano más lúcido de todos, nunca quiso ser de por aquí.
Ese sector, el tan discutido por nuestro bien amado prócer, el marcado, el rayado en el mapa, es la puerta de mayor tráfico de Droga en América Latina; espada de las grandes conspiraciones, el mejor camino para ir en busca de la alteración de la realidad.
Como zona de paso, como puerta del narcotráfico, la parte venezolana: La Laja, La Rusia, La Popa, Palmares, Guaramito, Boca de La Grita, desde hace años viene siendo guardada por los grupos paramilitares colombianos. Desde el 2000 al 2014 por Los Urabeños y desde el 2015 por los Rastrojos; dos grandes grupos terroristas abalados por el gobierno colombiano y encubierto por las milicias venezolanas. Debe ser de esta manera, ya que es la tienda que más produce dividendos en estas fronteras olvidadas
Por acá se transporta: Gasolina, urea, cigarros, carros, alimentos, medicina, cobre; como derivados de mala política de estado y dinámica del vecino. Este contrabando, a la vez se hace la máscara del lomito y lo sustantivo del contrabando: La cocaína, La mariguana y el lavado de dinero.
La dinámica de la gasolina y otros contrabandos, son factores que crean la dinámica en la población, como condicionamiento económico local, como factores reales y posibles del hacer del común, lo que la convierte en la estructura de sostén. Esa mascara hace que la Cocaína y la mariguana, se disfrace en los diversos caminos, en donde todos transitan.
Pero no es la gasolina quien tiene mayor ganancia o rentabilidad en el mercado, no, es la Cocaína el gran paragua, la que mantiene el control y mayor flujo de caja; la cocaína es el objeto. En conjunto, crean en la población una subjetividad tal, que ven en estos factores un mundo de lo posible, creyéndose los jefes del negocio, sin importar el riesgo.
En todas estas cosas que trastoca la justicia, se inserta una dirección de poderes mundiales, del estado-nación, en la cual, se montan en forma pragmática, dinero proveniente de los grandes capitales de la región, del país y del extranjero; invertir allí, les parece lo más inteligente y la posibilidad real de vivir en Europa y los Estados Unidos de Norte América. La participación de ese capital se diluye o se invisibiliza entre especialistas del lobin de la droga en el internet y la complicidad de la banca y los aparatos del estado.
Los capitales participantes, asegurado por el discurso consumista de los medios, se mascullan en un regateo de quienes van a participar en el negocio, a través de internet y una banca que sabe de ello, por lo cual sus financistas no son tan disimiles, aunque no visibles para el común. Es tan amplio el mundo de inversión del delito de la droga y sus colaterales, que en ese mundo abundan opositores y gobierno en igual granel, unidos por la posibilidad de manejar gran capital.
Si bien este mercado atrae a muchos, son pocos los participantes. La dinámica social, hace que los pobres, sean simple caleteros, correas de los planes de otros, los que ponen los presos y los muertos; el pobre no es un sujeto de la elite del capital de la droga, los pobres, el comerciante de baja monta, como Pedro Wey, Nandito o los cientos de Arturos, que buscan la suerte, sus vidas son consideradas cosas, cosas para su uso, víctimas de un sistema que los requiere; por lo cual, allí los nombres cambian dinámicamente, al igual que en los comandos de los cuerpos militares. Las elites y tramitadores del juego del delito en cada país, sus nombres son los mismos; pero son invisibles para los cuerpos de inteligencia de Colombia y Venezuela.
En la cocaína los grandes jefes militares (Guerrilla, Ejército, paramilitares), conforman los niveles medios de esta macabra estructura, son simples peones que participan en el contrabando de segunda, cobro de peaje, extorsión u apoyo logístico del delito; como estrategia, en el campo de acción, en los caminos y vericuetos, estos grupos se entienden y se prestan para sobrevivir; pero hay momentos de contradicción, cuando aparecen los visos de interés político, confrontación entre grupos o de estados, o de números.
Cada grupo busca reclutar sus adeptos, no a través de mensajes cristianos o ideológicos, acá manda es el dinero.
En esta estructura del delito, la delincuencia común son tercerones, son peones al destajo, los que resguardan las trochas, los de las fotos de los periódicos y los que cubren los huecos de las cárceles. Si bien las principales víctimas y objetivo de dominación, son los consumidores, las primeras víctimas de este largo camino, que altera la realidad, son aquellos que, llamados por la riqueza fácil, ponen sus muertos en los vericuetos de difícil tránsito hacia los Estados Unidos y Europa.
Esta estructura, como realidad de la frontera, hace que cualquier defensa se haga disímil, conformándose un ejército o aparatos policiales comprometidos; cuya característica es, no saber con quién están, ya que son amigos parciales, amigos tácticos, por lo que hoy, no se sabe quién es mi amigo, pero mañana tampoco. Acá la traición, no está a la vera del camino, la traición es el camino. Toda una tragedia, para que se concrete en una simple ahumada de mariguana o inhalación de droga, un estado psíquico con sabor a sangre, para complacencia de una estrategia de poder.
La traición, más, que la pesquisa investigativa, facilita la captura de miembros de uno u otro grupo, lo que permite poner números en los Wachos o, informe de los militares; a través de falsos positivos; así justifican la labor realizada por los cuerpos policiales y son aplaudidos por periodistas comprometidos y validados por el sentido común del pueblo "en algo andaban".
Estos difusos sentimientos del escalabro humano, que estas grafías tratan de narrar, suceden en los vericuetos y catatumbas del tránsito de la droga; envuelve el accionar de los días de febrero del 2020, en donde un alto comisionado del gobierno, da captura de paramilitares y busca situacionarse en la frontera de Francisco de Paula, a través del Ejército de Liberación Nacional (Elenos), como ejercito de Vanguardia, ante una eventual guerra. Lo que ocurre, es que los Elenos tienen que poner sus barbas en remojo, ya que la droga y la frontera tienen verdades ensordecedoras, entre ellas, depende de quien mañana dirija este coroto; lo que hace de esta frontera disímil, una antinomia de la verdad y la justicia, donde la presión social y una económica coyuntural, hace que sea en los pobres donde ronde la muerte.
Colombia en su política de falsos positivos, como estrategia de su ejército o, como política de grupos partidistas en poder o influencia, es un estado cómplice; certeza que hoy se confirma con el asesinato continuo de luchadores sociales; lo que corrobora su apoyo de inicio, a los grupos paramilitares. Como táctica, ayudó a desplazar la guerrilla de lugares donde estos dominaban, hasta convertirse en una estrategia de exterminio, consolidada por la elite colombiana, e ideada, por el entonces Gobernados de Antioquia (1994) y luego Presidente de Colombia (2002-2010), Álvaro Uribe Veles. Este ejemplo, tan criticado, la ubicación de grupos de terror, hoy, lo sigue el gobierno venezolano, bajo el lema "lo que es igual, no es trampa". Esto, que se circunscribía solo al sector campesino venezolano y de Colombia, hoy, en todos lados del territorio, la vida es una odisea, lo que se hace doble tragedia para el común.
Ante una eventual invasión por parte de potencias extranjeras, el vocero del gobierno central, se encuentra con un panorama impreciso; lo que hace difícil formular estrategias a largo plazo. Midiendo bien las distancias se propone cumplir con el desalojo de los Paramilitares "Urabeños, Rastrojos, Pelusos Etc", de parte de la frontera de Boca de Grita, que estos dominan; ya que los responsables y guardianes anteriores, nunca se percataron del asunto, por lo que las tierras de nuestro prócer, crecieron como un sitio o base del delito; en donde el que quiere una tajada, acude.
Para atacar y desalojarles, misión a cumplir, cree contar con miembros de las instituciones gubernamentales que ayer eran merodeadores y cómplices de estos nombrados; complicidad para sobrevivir o para la usura y la riqueza rápida.
Una cosa clara se ve, el comisionado para el Táchira, ha establecido dominio "por ahora", desde septiembre del 2019, hasta la fecha, de casi todos los vericuetos de la frontera, ayer dominada por los paracos (Boca de la Grita, Orope, Colon, La Popa) misión que le fue encomendada; posicionando allí al Ejército de Liberación Nacional (Elenos); asegurando que la frontera de 2219 kilómetros, desde Maicao hasta El Arauca, tenga a estos como ejercito de vanguardia, ante cualquier conflicto armado; perro, cuidando carne. La estructura, o fichas que ayer mantenía el correaje de la corrupción y contrabando, hoy, es parte de su apoyo para el desalojo de unos y otros; lo que hace de sus decisiones a tomar, un paradigma estratégico.
A pesar del ruido mediático, sobre la arremetida contra el narcotráfico, la estructura de capital, peones y delincuencia común, permanecen en sus puestos, con algunas diferencias temporales, en donde un bando de los peones debe ser reemplazado por intereses de política internacional, cambio de comandos o de grupos locales, esta última, como base sine qua non de la traición; la otra parte peatonal, mantienen su voto de confianza. Es posible que la información dada, por la estructura intermedia, ayude "por ahora", a desplazar al enemigo, sacrificar a algunos delincuentes comunes, a los cargadores de gasolina, de urea, de cigarro, pero hasta ahí; los caminos de la droga seguirán dinámicos y a la larga intocables, como sucede desde 1575, cuando se descubriera el paso navegable desde el Lago de Maracaibo hasta San Faustino. Los muertos y presos, citados por una prensa parcializada, ayer, eran muy amigos, del ahora su enemigo.
Para los que no se les hace fácil, es para la población común, los que por historia o por comercio viven por allí, ya que violentada la territorialidad y los acuerdos de sobrevivencia, para los cuerpos en lucha cualquiera que no esté en sus filas y uniformes, es sospechoso, en ese caso, los civiles.
En esta guerra, como táctica del "por ahora" lo importante es asegurar por parte de Venezuela, un ejército de Vanguardia, que le permita guardar al gobierno, sus miedos. Su estrategia no es la modificación del correaje o estructura del contrabando. Independientemente que algunos inversores de esto, se pongan a la expectativa, por lo que ahora ocurre, en lo sustantivo, este enfrentamiento temporal no pone en peligro los grandes capitales participantes; es sólo un cambio de protagonistas, en donde sufren los cuadros medios; es la muerte de los pobres, herederos de los bogas del ayer. Atacar el gran capital, hoy no es su encomienda; como tampoco lo fue la colocación de la Gobernación militar de San Faustino, en 1660.
El desconocimiento del contexto, hace que esta táctica de vanguardia y misión cumplida del gobierno venezolano, algo débil y vulnerable en una guerra; ya que el enemigo, es posible, que lo tenga en la propia casa y, al momento de arremeter, estos se volteen; visos que se asoman en unos u otros, cosa que iremos denotando en el transcurso de esta historia.
Al igual que nuestros libertadores mantuanos, el objetivo de nuestros enviados de Caracas, de los puestos a dedo en los comandos a mando, no es darnos la libertad, sino mantener el poder. Lo que hace de las batallas ganadas y celebradas, algo confuso y de eterno dolor para los que vivimos en un país, en donde cualquier frontera, se hace lugar de la violencia, consecuente desplazamiento del civil histórico y ubicación de una nueva población difusa; lo que hace de los triunfos logrados una mera retórica.