Por estos tiempos de calma relativa, debido a las cuarentenas que los pueblos de este mundo se han visto obligados a resguardarse para salvaguardar sus vidas, y evitar enfermarse de Covid-19, apenas algunos eventos distraen la atención mundial; uno de ellos, ocurriría iniciando mayo, cuando un grupo de mercenarios colombo-estadounidenses, coaligados a los Cárteles de la droga colombiana, intentaron invadir territorio venezolano, para llevar a ese país la violencia terrorista promovida por Donald Trump contra la República Bolivariana de Venezuela, en un nuevo intento frustrado de alcanzar su anhelado “cambio de régimen”. No pudo, y apenas culminara ese evento, otro de gran magnitud le explotara en el propio seno del territorio de los EEUU. Algo, que se había vuelto costumbre terminó por colmar la paciencia del pueblo estadounidense, el asesinato de un ciudadano afrodescendiente por parte de la policía de Minneapolis. Así, mientras los agentes de Trump en Venezuela, Guaido y la CIA, promovían y hacían llamados para que se produjera un sacudón social o “Caracazo”, ocurre un pequeño pero significativo error geográfico, y la violencia se desvía al norte imperial, ocurriendo, como en efecto lo aspiraban, lo que hemos llamado un “Minneaporrasos”, en analogía a la violencia popular desatada. El asesinato de George Floyd, esposado y tirado en el piso donde es privado del aire hasta morir por un policía de Minneapolis, se convierte en el símbolo de la protesta social, no solo de los afroamericanos estadounidenses, sino que la misma se ve acompañada de los migrantes y el blanco estadounidense, harto de una gestión presidencial muy poco consustanciada con el espíritu democrático que los medios de comunicación estadounidenses venden al mundo, como paradigma a seguir. La Senadora por Massachusetts y ex precandidata demócrata, Elizabeth Warren, bien pudo retratarlo: “Este es un momento en el que los estadounidenses blancos, nos tenemos que unir y preguntarnos qué podemos hacer para desmantelar un sistema que durante mucho tiempo ha infravalorado a la población negra. No podemos ser simplemente aliados, tenemos que ser antirracistas”.
La ira popular, contenida durante años por el genocidio continuado del pueblo afrodescendiente, ya no pudo ser contenida y se ha convertido en una auténtica rebelión popular, que –sorprendentemente- ha unido al pueblo estadounidense en su diversidad de colores y razas, con la excepción de una minoría supremacista que apoya a Donald Trump. En la República Bolivariana de Venezuela, su Presidente Nicolás Maduro, en situaciones similares ocurridas en los años 2015-2016-2017, acudió a diversas opciones para atender la violencia desatada e inducida por la Administración Trump, llamando a la elección de Asamblea Constituyente, elecciones de alcaldes y alcaldesas, gobernadores y gobernadoras, incluso, presidenciales, valga decir, todas salidas democráticas que han tenido como constante el permanente llamado al diálogo nacional con las fuerzas políticas de oposición. En ningún momento, se le ha ocurrido al Presidente Maduro convocar a los militares para sofocar las voces en rebeldía. Venezuela, que hoy es presentada –mediáticamente- como una de las peores “dictaduras”, en su Constitución dedica un Capítulo Especial a los Estados de Excepción, artículos 337,338 y 339, en que se restringen las garantías constitucionales: “…salvo las referidas a los derecho a la vida, prohibición de incomunicación o tortura, el derecho al debido proceso, el derecho de la información, y los demás derechos humanos intangibles” (Art. 337, CRBV). No ocurre así en la democracia estadounidense, presentada –mediáticamente- como paradigma a seguir. Una vez que se presentaron las protestas populares, los gobernadores acudieron a la Guardia Nacional para sofocar la rebeldía popular, mientras que el presidente Trump promovía desde su tuiter el odio en contra de los protestatarios, llamándolos desde terroristas hasta matones, alentando a los gobernadores a ser más enérgicos y agresivos contra éstos. Decía uno de sus tuits: “Acabo de hablar con el gobernador Tim Walz y le dije que el Ejército está completamente a su disposición. (Si hay) cualquier dificultad, asumiremos el control pero, cuando comience el saqueo, comenzará el tiroteo. ¡Gracias!”. Y, mientras Trump alentaba el uso de las armas en contra de quienes protestaban en las calles, su oponente político, Joe Biden, del partido demócrata, suavizaba tanto el tono como el blanco de sus disparos: “La idea de enseñar a un policía que cuando hay una persona desarmada que viene hacia ellos con un cuchillo o algo le disparen en la pierna en lugar del corazón es algo muy diferente…”. En el corazón o las piernas, igual es una sentencia de muerte, solo que unas piernas destrozadas a balazos se convierte en una agonía de muerte y dolor que se prolonga en el tiempo. Así de “democrático” y “humanista” es el liderazgo imperialista. En contraposición, mientras ellos se vanaglorian del uso de la armas para contener las protestas sociales, en la República Bolivariana de Venezuela, su uso es prohibido para atender problemas de orden público: “Los ciudadanos y ciudadanas tienen derecho a manifestar, pacíficamente y sin armas […] Se prohíbe el uso de armas de fuego y sustancias tóxicas en el control de manifestaciones pacíficas…” (Art. 68, CRBV). Contrario a los EEUU, las protestas populares son un derecho que les otorga el Estado Bolivariano a sus ciudadanos y ciudadanas para que manifiesten sus descontentos, el único requisito que deben cumplir, es hacerlo pacíficamente. Pero, según los medios, en EEUU hay una democracia y en Venezuela, una “dictadura”!
El racismo, es una parte constitutiva del Estado imperialista, de las sociedades capitalistas. “Existe racismo cuando un grupo étnico o una colectividad histórica domina, excluye o intenta eliminar a otro alegando diferencias que considera hereditarias e inalterables.” (Auge y caída de las teorías racistas, George M. Fredrickson, University of California Press, 1997). Con Hitler, el racismo adquirió connotaciones ideológicas y le otorgó a la lucha racial, preeminencia política. En Mein Kampf (Mi lucha), Hitler, ve en la lucha entre razas como una diputa por el espacio vital de unas sobre otras, y veía en lo judíos y gitanos, un “mal excepcional” que trabajaba por dentro de la nación alemana para subvertir la “pureza racial” y, por ende, instaba a sus seguidores a la eliminación física de esos “males excepcionales”. Las consecuencias de sus llamados no se hicieron esperar, el holocausto se hizo realidad. Nada casual, la admiración que sintió siempre Hitler por la composición racial de los EEUU. En Mi Lucha, señalaba con orgullo: “El elemento germano de la América del Norte, que racialmente conservó su pureza, se ha convertido en el señor del Continente americano y mantendrá esa posición mientras no caiga en la ignominia de mezclar su sangre”. Adolfo Hitler, se creía un ser excepcional, tanto como lo cree la élite imperial estadounidense: "La paz -escribía en Mein Kampf- no puede ser dispuesta por pacifistas afeminados, con una rama de olivo, sino que debe fundarse en la espada victoriosa de una nación de jefes que conquistan el mundo para el servicio superior de la cultura". Escribía, en 1924, “Hay hoy un país donde se pueden ver los orígenes de una mejor concepción de la ciudadanía”, en referencia al esfuerzo del gobierno de los EEUU de: “mantener la preponderancia de la raíz nórdica”, en su política migratoria. La política de “higiene racial”, desarrollado por Hitler en Mein Kampf, tomaba como modelo la legislación de la Immigration Restriction Act de 1924, que prohibía la entrada a los EEUU a los individuos que sufrían enfermedades hereditarias; así como, a los migrantes provenientes de la Europa del Sur y del Este. Cuando, en 1933, Hitler, desarrolló su programa por el “mejoramiento” de la población, la esterilización forzada y la reglamentación de los matrimonios, se inspiró –abiertamente- en los Estados Unidos, donde muchos estados aplicaban, desde decenios antes, la esterilización de los “deficientes”. Deportaciones forzadas, que hasta el propio abuelo del hoy presidente de los EEUU, sufrió en carne propia: “Después de mi confirmación en 1882, aprendí el oficio de barbero. Emigré en 1885, cuando cumplí 16 años. En América llevé mi negocio con diligencia, discreción y prudencia. La bendición de Dios estaba conmigo, y me volví rico. Obtuve la ciudadanía estadounidense en 1892. En 1902 conocí a mi esposa. […] ¿Por qué deberíamos ser deportados? Esto es muy, muy difícil para una familia. ¿Qué pensarán nuestros conciudadanos si sujetos honestos son tratados así? Sin mencionar las grandes pérdidas materiales que sufriremos. Quisiera volver a ser un ciudadano bávaro de nuevo.” (’Los emigrantes’, por Friedrich Trump). La carta, describe el drama que hoy viven miles de personas ante la amenaza de ser deportados de los EEUU, por su nieto Donald Trump.
El racismo, forma parte intrínseca a la formación del Estado-Nación estadounidense. Los llamados “padres fundadores”, incluyendo a Washington, y en especial Thomas Jefferson, redactor de la Declaración de Independencia, eran grandes hacendados y propietarios de centenares de esclavos, provenientes de África. Abraham Lincoln, a quien se le atribuyen democráticos resaltados con frases dignas de admiración, pero que condujo la guerra civil del norte industrializado contra el sur esclavista, tenía un pensamiento contrario a lo que comulgaba: “No estoy, y nunca he estado, a favor de equiparar social y políticamente a las razas blanca y negra… […] Mientras que permanezcan juntos [blancos y negros] debe haber la posición superior e inferior. Y yo, tanto como cualquier otro, deseo que la posición superior la ocupe la raza blanca…” (Howard Zinn, “La otra historia de los Estados Unidos”, Siglo XXI, México, 2010, pág. 27). Era, en definitiva, un supremacista tan igual o peor, que Donald Trump. La esclavitud, se abolió en 1863. La Proclamación, como tal, no abolía la esclavitud por lo que en 1865 se aprobó la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los EEUU, que nuevamente la prohibiría. Nacerían entonces, como respuesta a ese dictamen constitucional, las llamadas leyes “Jim Crow” que se refieren a disposiciones estatales y locales, que desde 1876 se multiplicaron en el Sur, y consagraron un sistema de segregación racial bajo el principio de “separados pero iguales”, aunque la igualdad proclamada en leyes era inexistente, ya que los blancos siempre recibieron un mejor trato. Dicha leyes, formalizaron una cultura de la segregación que marcó la vida y la convivencia de una parte fundamental de los Estados Unidos y, a pesar de la lucha del movimiento por los derechos civiles, las sentencias judiciales, las leyes y políticas desarrolladas por las Administraciones federales, a partir de los años sesenta, se ha mantenido con un evidente resurgir en los últimos tiempos. El desarrollo capitalista, en su fase imperialista, lo que ha logrado es afianzar al cuerpo de la nación estadounidense, el racismo, como un componente esencial para su funcionamiento “normal”. Solo el Socialismo, como nuevo modelo societario, será capaz de resetear el cuerpo social estadounidense y desterrar la plaga del racismo. En fin, asegurar a los afrodescendientes, hispanos y demás poblaciones migrantes en EEUU, la igualdad racial, política y social, que, como ciudadanos y ciudadanas estadounidenses se han ganado por su trabajo en procura del engrandecimiento de la nación estadounidense.
La Ley –venezolana- Contra la Discriminación Racial, define al racismo: “como un mecanismo de dominación y explotación sociocultural, étnica, económica, política, entre otras…” (Art. 10), por lo tanto, dictamina dicha Ley Orgánica de la República Bolivariana de Venezuela, que: “Toda persona tiene derecho a la protección y al respeto de su honor, dignidad, moral y reputación, sin distingo de su origen étnico, origen nacional o rasgo de fenotipo”, en consecuencia: “Se prohíbe todo acto de discriminación racial, racismo, endorracismo y de xenofobia, que tenga por objeto limitar o menoscabar el reconocimiento, goce y ejercicio de los derechos humanos y libertades de la persona o grupo de personas” (Ley Orgánica contra la discriminación racial, Gaceta Oficial Nº 39.823 de fecha 19-12-2011). Obviamente, se trata de una Ley imperfecta que debe ser mejorada pues no contiene dispositivos sancionatorios contra los fachos racistas que se autoproclamen como supremacistas blancos, pero es un avanzado dispositivo democrático con el cual no cuenta una nación –autoproclamada- como democrática, como son los Estados Unidos.
Post Scriptum: Sigmund Freud, planteó una tesis tan radical como sencilla: al hacer consciente lo inconsciente, se produce la cura. Donald Trump, con su agresiva gestión presidencial definida por su ex Secretario de Defensa, James Mattis, como divisionista del pueblo estadounidense: “Somos testigos de las consecuencias de tres años de este esfuerzo deliberado. Estamos presenciando las consecuencias de tres años sin un liderazgo maduro”. Acusa, Mattis a Trump, de nazista al violar la Constitución y abusar de la Autoridad Ejecutiva. Parieron los Republicanos a Trump, y nació el Hitler del siglo XXI! La propia dictadura fascista…
Caracas, 07-06-2020