La enorme derrota de Guaidó y todos los pitiyankis, y los retos del pueblo venezolano

El proceso político iniciado a partir del triunfo electoral de Hugo Chávez en diciembre de 1998, conocido como revolución bolivariana, ha tenido como principal fuerza de oposición a los sectores políticos, económicos y sociales que constituyeron el bloque dominante en el período 1958-1999, a saber: los partidos Acción Democrática y Copei, el alto mando militar, la dirigencia empresarial agrupada en Fedecámaras, la jerarquía de la iglesia católica, la dirigencia de la central de trabajadores CTV, y los principales medios de comunicación.

Ese bloque dominante comenzó a hacer crisis a partir del estallido popular espontáneo de El Caracazo, el 27-28 de febrero de 1989, fecha en la cual se consolidó históricamente un período de "ascenso" de la lucha de clases, de mayor participación popular y gran disposición a la participación por conquistar reivindicaciones siempre ofrecidas y siempre postergadas por las distintas elites que gobernaron Venezuela a partir de 1810.

La crisis de esa derecha pitiyanki que gobernó durante el período del pacto de Punto Fijo, se derivaba del agotamiento de su programa político, debido principalmente a su inconsecuencia con las reivindicaciones democráticas y nacionalistas que les permitieron llegar al poder en 1958, y su subordinación incondicional a los dictados del gran capital occidental encabezado por los Estados Unidos y sus grandes bancos y compañías multinacionales, artífices de nuestra dependencia económica, subordinada a los intereses foráneos y de espaldas a las verdaderas necesidades del pueblo y la nación.

Al ser incapaces de dar a la crisis otras respuestas que no fuera la represión (como se expresó en la gran masacre cometida por las Fuerzas Armadas durante los días posteriores al estallido del 27F), el bloque dominante entró en proceso de descomposición, reflejado en la fractura militar que llevó a los alzamientos militares de 1992, en las fragmentaciones de los grandes partidos que llevaron al poder a Rafael Caldera en 1993, y finalmente al triunfo electoral de Chávez en 1998.

Las medidas populares y nacionalistas de Chávez en sus primeros años de gobierno, llevaron a ese bloque puntofijista a intentar un último esfuerzo político por recuperar el poder, mediante la conspiración militar aupada por los Estados Unidos y sus países aliados, y fracasaron de manera rotunda en abril de 2002 y posteriormente un nuevo fracaso en la huelga petrolera-patronal de diciembre 2002/enero 2003. Intento que finalmente terminara de ser aplastado políticamente con el triunfo de Chávez en el referéndum revocatorio de agosto de 2004.

Lamentablemente el gobierno de Chávez cometió numerosos errores en su desempeño económico y también político (que no podemos profundizar aquí pero que se ha analizado en numerosos escritos anteriores), que impidieron consolidar y ampliar el respaldo popular a la revolución, y que permitieron a la derecha pro-gringa el permanecer como una fuerza política significativa en el plano nacional.

A partir de la muerte de Chávez y la llegada al poder de Nicolás Maduro a fines de 2012, se consolidó una tendencia regresiva en el proceso revolucionario bolivariano, que ha terminado por traicionar todos los puntos fundamentales del programa democrático, nacionalista, antiimperialista, anticapitalista y popular que había delineado Chávez en sus primeros años de gobierno.

Este giro abierto hacia la derecha del gobierno de Maduro a partir de 2013, fue creando las condiciones para que se recompusieran los últimos vestigios políticos de ese bloque dominante del período puntofijista. Esto permitió el triunfo de la Mesa de la Unidad Democrática (representada en los viejos partidos AD y Copei, y sus desprendimientos partidistas derivados de las sucesivas derrotas entre 1998 y 2015) en las elecciones legislativas de diciembre de 2015.

Pero esta MUD del 2015 ya era un cadáver insepulto de lo que había sido el bloque dominante de los 40 años anteriores a Chávez. Las causas de su progresiva descomposición desde febrero de 1989, se acentuaron cuando pasaron a ser oposición a partir de 1999. Solamente la existencia de una multitud de partidos y micropartidos de la derecha pitiyanki representa en sí misma un problema casi imposible de abordar para lograr una acción política unitaria y coherente en el territorio nacional.

Las protestas masivas del primer semestre de 2017, que expresaron el enorme descontento popular hacia la gestión de Maduro, y que fue canalizada por esta derecha pitiyanki, a falta de una referencia popular y revolucionaria que llevara esas protestas por caminos más organizados, fueron derrotadas en torno a la imposición de la ilegal Asamblea Constituyente instalada en agosto de ese año, debido a la ineptitud de una dirigencia derechista que confundió lucha pacífica con lucha insurreccional, y que al final no fue capaz de avanzar por ninguna de esas dos opciones políticas.

Luego de fracasada esa significativa jornada de lucha popular entre marzo y julio de 2017, que inmoló en las calles de Venezuela a más de un centenar de jóvenes asesinados por las fuerzas represivas del gobierno, la derecha pro-gringa quedó como boxeador a punto de caer, y se abstuvo de participar en las arbitrarias convocatorias electorales de gobernadores, alcaldes (2017) y finalmente presidenciales en 2018.

No obstante, el fatal desempeño de Maduro y su gestión al frente de la administración pública, que ha llevado al fracaso de todos sus planes económicos y ha hundido en la peor crisis a todas las instituciones del país, permitió que la derecha pitiyanki se recompusiera algo en torno a la figura de Juan Guaidó en enero de 2019. Pero su iluso programa de "cese a la usurpación, gobierno de transición y elecciones", se estrelló contra la pared de la inexistencia de fuerzas internas para poder llevarlo a cabo. En tres parodias insurreccionales, el Cucutazo, el Carlotazo y el Macutazo, Guaidó demostró lo mediocre de estos restos insepultos de la cuarta República, y su incapacidad absoluta para representar una alternativa de poder viable hoy en Venezuela.

Lo que ahora se han llamado partidos del G-4, antes MUD, carecen de un programa político renovado y alternativo que pueda conquistar apoyos en el pueblo venezolano. El giro de Maduro hacia el capitalismo, disfrazado un poco al jugar demagógicamente con la nueva realidad geopolítica del siglo XXI que ha visto surgir un bloque capitalista oriental encabezado por China y Rusia, ha llevado al guaidosismo y al madurismo a coincidir en un mismo plan económico neoliberal.

Esta es la razón por la cual la derecha pitiyanki en todas sus variantes, no cuestiona el plan neoliberal de Maduro, porque puntos como el Arco Minero del Orinoco, el papel de la "burguesía revolucionaria", el desconocimiento de todos los derechos laborales, el monopolio sobre los medios de comunicación y la aniquilación de los medios comunitarios, las zonas económicas especiales, la destrucción del sistema educativo por la farsa de la "escuela en casa", y la igual destrucción y privatización del sistema de salud, son todos puntos del programa neoliberal que las distintas burguesías latinoamericanas han aplicado desde 1974 (comenzando en el gobierno dictatorial de Pinochet en Chile).

Es por ello que antes de llamados a organizar la lucha popular, gremial y sindical, por defender y recuperar todos los derechos que Maduro ha desconocido, el guaidosismo y todas sus variantes se han centrado en el pedido desesperado de una intervención militar extranjera como único factor que "resolvería" la crisis, sacando del poder a Maduro y colocándolos a ellos.

Destacando aquí que ese pedido de intervención militar extranjera no tiene precedentes en nuestra historia. Nunca una elite política venezolana pidió, como lo hacen ahora las fuerzas de Guaidó y sus derivados, una intervención armada de otros países. Configurando un acto absoluto de traición a la patria.

Ahora que altos representantes del gobierno de Trump han descartado la posibilidad de una intervención militar estadounidense en Venezuela (algo que nunca se propusieron directamente sino que buscaron, sin encontrar, que las fuerzas militares de los países vecinos, Colombia y Brasil, fuesen las que ejecutaran dicho plan de intervención), los factores de la derecha pitiyanki han quedado pataleando en el aire. Los gringos les abrieron el piso, les sacaron la silla, dejándolos desnudos en su total derrota política ante el madurismo. Derrota que por cierto es también de Trump y de toda la elite republicana y demócrata gringa que dieron su respaldo al títere Guaido.

La evolución de la agonía de la burguesía puntofijista y sus representantes políticos, parece estar llegando a su fin en términos históricos. Hoy en septiembre de 2020 la posibilidad de que Maduro abandone el poder no parece tener relación con el accionar de estas fuerzas pitiyankis. Tal vez la descomunal crisis interna que vive Venezuela en todos los órdenes, conduzca a que el mismo aparato de poder heredado de Chávez intente recomponerse y sustituya a Maduro por otros factores del nuevo bloque dominante; pero cada vez es más improbable que en ese recambio tengan algún peso estas fuerzas de derecha desagrupadas en el G-4.

Un dato muy simple. Una clase dominante, o que aspira a ser dominante (porque antes lo fue), que sin embargo tiene que pedir ayuda militar externa porque internamente no puede movilizar ni a un batallón de boy scouts, está derrotada de antemano. Muy bonitos se verán en las fotos Guaidó, Maria Corina y Capriles. Ni hablar del resto de patiquines que disfrutan de su exilio dorado. Pero en Venezuela, desde la época de Simón Bolívar, pasando por José Antonio Páez, Antonio Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez, Rómulo Betancourt y Hugo Chávez, quienes aspiran a dirigir la nación toman primero su fusil y constituyen una fuerza político-militar que les permita configurarse como real alternativa de poder.

Tal vez Juan Guaidó haya sido el último representante de esa cuarta república extinguida en 1999. O tal vez lo sea Henrique Capriles. Pero de cualquier forma, parece que ya esa página de la historia está quedando atrás.

Para el pueblo venezolano se plantea necesariamente el reto de construir, con la urgencia que amerita esta profunda crisis que carcome la nación por los cuatro costados, una referencia programática, política y organizativa que se convierta en opción de poder y acumule fuerzas en esta lucha titánica que se plantea contra el autoritarismo madurista y su brutal programa económico neoliberal.

Tal vez Simón Bolívar esté pronto a despertar nuevamente en las entrañas del pueblo venezolano. En esa opción nos jugamos la vida.

Maracaibo, Tierra del Sol Amada. 09 de septiembre de 2020.



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Roberto López Sánchez

Roberto López Sánchez (Caracas, 1958). Profesor Titular de la Universidad del Zulia (LUZ) con ingreso en 1994. Licenciado en Educación (LUZ, 1994). Magister en Historia (LUZ, 2005) y Doctor en Ciencias Políticas (LUZ, 2013). Actualmente dicta 6 materias en la Licenciatura de Antropología en LUZ: Historia de América; Historia de Venezuela; Intercambios Económicos; Poder y Movimientos Sociales; Culturas Afroamericanas; y Modo de Vida e Identidad Nacional. Ha dictado seminarios a nivel doctoral y nivel maestría en universidades venezolanas; y seminarios de Historia de Venezuela en universidades de Chile y España. Actualmente coordina la Unidad Académica de Antropología. Ha dirigido proyectos de investigación a través del CONDES-LUZ, y CLACSO. Línea de investigación: estudio de los movimientos sociales. Ha publicado más de 50 trabajos científicos. @cruzcarrillo09

 @cruzcarrillo09

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