El feminismo como vanguardia para un cambio civilizatorio

El capitalismo se ha erigido sobre la base de un régimen de desigualdad estructural, que se expresa de manera concreta en los múltiples y muy diversos sistemas de relaciones de la totalidad social, las cuales están signadas por las asimetrías y la dominación mediante sesgos de clases sociales, razas, géneros y credos, así como en el despojo inherente a la racionalidad geográfica centro- periferia de signo colonial e imperialista (Harvey, 2007).

Una de las desigualdades de mayor impacto en el régimen de las relaciones sociales del capital es la de género. En primer lugar, por su escala demográfica, ya que afecta por lo menos a la mitad de la población. En segundo lugar, por develar al patriarcado como orden social injusto e inhumano instaurado sobre la base de una carga histórica de opresión y violencia (Federici, 2010).

El feminismo como tensión creativa de contrahegemonía

El movimiento feminista irrumpe como manifestación de resistencia organizada y consciente de las mujeres frente a ese estado de las cosas. Cabe subrayar que en esta reflexión se refiere como tal a la corriente subversiva que propugna una auténtica revolución social, en contraposición a un feminismo pequeño burgués y corporativo (útil para homenajes estériles y ornamentales, pero inocuo para interpelar al orden social) que no trasciende las camisas de fuerza del Estado y del capital.

La extensa lucha del feminismo subversivo, además de conquistar logros normativos en materia de Derechos Humanos, derechos políticos, económicos, sociales y civiles, ha producido notables avances en la explicación de ese orden social capitalista.

En tal sentido, sobresale la ruptura teórica dada por la emergencia de un enfoque feminista en el estudio de las relaciones económicas, toda una crítica a la economía política de carácter feminista, la cual además de denunciar los sesgos androcéntricos y mercantilistas de la economía clásica e incluso de la economía política crítica, y de poner en evidencia "la opresión más allá de las relaciones de clase y de la mercantilización del trabajo" (Quiroga y Gago, 2014. P. 2); ha develado la importancia del trabajo doméstico y del cuidado -funciones impuestas a las mujeres en la división sexual del trabajo-, como factores imprescindibles para la subsistencia del sistema.

Por tal motivo, se puede afirmar que uno de los cimientos fundamentales del sistema económico es la desigualdad de género, porque sin la apropiación de la plusvalía producida por el trabajo de las mujeres (labor no remunerada y no reconocida como un trabajo) el régimen de acumulación de capital que soporta al orden social sería insostenible, es decir, se derrumbaría por su inviabilidad material.

En palabras de Carrasco (2013), el sistema económico "no tiene capacidad de reproducir la fuerza de trabajo bajo sus propias relaciones de producción" (p. 44). Por tanto, los procesos metabólicos de acumulación de capital se construyen "sobre una inmensa masa de trabajo no asalariado ni basado en relaciones contractuales", es decir sobre un proceso –invisible- de expropiación de trabajo que desborda la noción marxista de plusvalía, en la medida en que trasciende las relaciones mercantiles, y de manera simultánea, fractura las concepciones de usufructo del trabajo como factor de la producción y de la tasa de ganancia, ya que la cuantificación de la reproducción social como proceso y producto del trabajo humano (cabe reiterar, trabajo no remunerado realizado primordialmente por las mujeres), alcanza escalas intergeneracionales, que además de ser incalculables, tienen un carácter vital para la sostenibilidad y reproducción del sistema.

De acuerdo con Quiroga y Gago (2014), la desigualdad de género es esencial al sistema económico capitalista, en razón de que la explotación femenina es "inmanente a la llamada acumulación originaria" (p. 2). De acuerdo con esta tesis, la desposesión del trabajo femenino y la expropiación del cuerpo de la mujer y con ello de su poder sobre la reproducción biológica y social, fue uno de los elementos medulares de dicho proceso histórico (descrito por Marx y Engels en el célebre capítulo XXIV de El Capital).

En la misma línea, las autoras citadas sostienen que en el contexto de estructuración e instauración del predominio de las relaciones sociales capitalistas, se "reelaboró una división sexual del trabajo que garantizaba la dependencia femenina frente al Estado, el mercado y la familia" (p. 9), y este proceso fue clave para garantizar la fuerza de trabajo que requería el sistema, así como la reproducción social del mismo.

Desigualdad de género y acumulación de capital: una relación orgánica

En sintonía con los postulados de David Harvey y de Silvia Federici, Quiroga y Gago afirman que el signo violento de la llamada acumulación originaria no es una particularidad histórica, ni mucho menos una etapa primitiva superada, sino que es un rasgo esencial del sistema, pues:

"El capitalismo nunca ha dejado de apelar a la violencia, al saqueo, al despojo y al desplazamiento. (…) no se trata de procesos incidentales: por el contrario, son inherentes a la necesidad permanente de expansión del mercado en el modo de producción capitalista. La desposesión de los bienes comunes materiales e inmateriales es un proceso permanente que salvaguarda el sistema en sus crisis y sostiene las condiciones de acumulación siempre crecientes" (p. 5).

De hecho, en el tiempo histórico actual se han acentuado las lógicas geopolíticas de mercantilización y apropiación de los bienes comunes, como medio para contrarrestar la decadencia del sistema, y en ese escenario, el trabajo femenino y el cuerpo de la mujer es concebido como una mercancía más, en este caso, como una cosa disponible para el mercado. "De acuerdo a este nuevo contrato sexual, (…) el trabajo femenino comenzó a aparecer como un recurso natural, disponible para todos, no menos que el aire que respiramos o el agua que bebemos" (Federici, 2010. p.135; citado por Quiroga y Gago, 2014. p. 10).

Romper con esa lógica de cosificación y mercantilización de lo humano instaurada como subjetividad hegemónica, es una de las premisas del pensamiento crítico y emancipador, como medio para subvertir la desigualdad de género sistémica y su régimen de opresión como eslabón medular en el tránsito hacia la emancipación, y para avanzar en la construcción de una fuerza política que edifique una sociedad más justa, libre e igualitaria.

El feminismo como vanguardia del cambio social

El horizonte estratégico de las demandas del movimiento feminista tiene eun potencial subversivo capaz de erosionar los propios cimientos del régimen del capital. Por tanto, no deben resultar extrañas ni mucho menos aleatorias, las campañas de tergiversación y de desprestigio en contra de los movimientos feministas (en particular de las expresiones radicales de este, en la medida en que interpelan al orden social), ya que la narrativa de este aglutina a un frente de lucha con capacidad de movilización y con legitimidad e influencia ante la opinión de la población, y además, porque sus organizaciones más avanzadas defienden un programa de lucha que desborda el umbral del género y comprende a las desigualdades en todas sus formas como un proceso- producto esencial al metabolismo del sistema capitalista.

El movimiento feminista se encumbra como un referente de las subjetividades contrahegemónicas y en lucha por el cambio social, pero también como una fuerza política, social y económica de gran capacidad, tanto por su vitalidad y su legitimidad ante la sociedad, como por su potencial para promover un cambio civilizatorio radical en el que convergen intereses y objetivos de otros sectores oprimidos en relación con su clase social y su raza, o con la defensa del ambiente, los modos de vida y los Derechos Humanos (por citar algunos).

Las fuerzas e instrumentos políticos del conjunto de las clases subalternas que asumen la resistencia en contra de la depredación del capital, deben tejer alianzas con el movimiento feminista auténticamente contrahegemónico e insurgente, con el propósito de constituir un bloque político- social con la suficiente potencia para transformar el orden social patriarcal, clasista, racista y androcéntrico, para un cambio civilizatorio raizal.

Este 8 de marzo debe convertirse en un hito para que desde abajo se acompañen de manera solidaria y militante las manifestaciones del movimiento feminista, y para avanzar en la constitución de ese bloque por la transformación social.

Referencias

- Federici, Silvia (2010). Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva (Trad. Verónica Hendel y Leopoldo Sebastián Touza). Madrid, Editorial: Historia, traficantes de sueños.

- Gago, Verónica y Quiroga, Natalia (2014). Los comunes en femenino. Cuerpo y poder ante la expropiación de las economías para la vida. Revista: Economía y Sociedad. Vol. 19 No. 45, (p. 1-18).

- Harvey, David (2007). El nuevo imperialismo. (2ª ed. en español). (Juan Mari Madariaga trad.). Madrid: Ediciones Akal.



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Jorge Forero

Integrante del Colectivo Pedro Correa / Profesor e Investigador

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