En otro ensayo reconocimos el carácter proactivo que las juventudes podrían mostrar ante las crisis y las transformaciones que experimentan las universidades en los escenarios que comienzan a perfilar lo que podríamos denominar como la era post-pandémica (https://bit.ly/3rjkMNT). Sin embargo, también cabe reconocer y analizar los asedios infringidos desde el capitalismo en crisis y el colapso civilizatorio que sobre este grupo etario se ciernen. Desempleo masivo, subempleo, precarización de las condiciones laborales, pobreza, exclusión de servicios sanitarios y educativos, sobreexposición a los tentáculos del crimen organizado, consumo de estupefacientes y adicciones, dolor y psicopatologías de distinto tipo, carencia de expectativas, el individualismo hedonista (https://bit.ly/3bi4vB1) y el social-conformismo, la violencia intrafamiliar –sea física, simbólica, psicológico/emocional, etc.–, entre otros flagelos sociales, son muestra de esa relación contradictoria entre los jóvenes y las formas de organización social imbricadas con el patrón de acumulación contemporáneo y sus consustanciales estructuras de poder y dominación. A su vez, los adolescentes –no pocas veces sin darse cuenta de ello– caminan por los precipicios del régimen cibercrático global (https://bit.ly/38tELk9), sin que el carácter fetichista de la democracia (https://bit.ly/3L6b8ai y https://bit.ly/3HQfEaQ) les reconforte y brinde soluciones concretas.
Quizás una de las mayores expresiones de la ausencia y postración de los Estados radique en la desatención de las vulnerabilidades y desigualdades que afectan a las juventudes. A su vez, como respuesta a ello, los jóvenes atizan la desconfianza y la crisis de legitimidad y consentimiento que invade a las instituciones estatales y a la misma praxis política. Sin soluciones desde el Estado y radicalizado el mercado en su exclusión social, amplios sectores de los adolescentes buscan refugio en las tecnologías digitales y en la trivialización de la vida que éstas les posicionan ante sí.
Precisamente la pérdida de sentido en la vida de amplios contingentes de jóvenes se engarza con el poder simbólico de las redes sociodigitales (YouTube, Facebook, TikTok, Instagram o Snapchat) y con las falsas expectativas que desde ellas se trazan en el concierto de la evasión de la realidad que les brinda un falso confort. El colapso pandémico –con su consustancial confinamiento global– replegó a los jóvenes en el distanciamiento social y en el mayor consumo de esas tecnologías y aplicaciones, sin remontar con ello la soledad, la ansiedad, la angustia, la depresión y las tentaciones de suicidio.
Si bien a través de las redes sociodigitales es posible dinamizar los procesos de enseñanza/aprendizaje y construir nuevas identidades digitales, éstas se edifican sobre el carácter efímero y desechable de la interacción y los lazos sociales. Pretenden los adolescentes, a través de estas tecnologías, construir un sentido de pertenencia, al tiempo que sacian sus deseos de reconocimiento y aceptación o aprobación entre pares. Representan también una forma en que las juventudes despliegan su libertad de expresión, configuran su propio espacio al margen de los adultos, y se hacen rodear de estímulos como parte de su socialización. Sin embargo, los expone también a las oleadas de noticias falsas (fake news), rumores y desinformación, que acrecientan sus miedos, inseguridades y ansiedades; al tiempo que ensanchan su social-conformismo, desciudadanización y despolitización.
La necesidad de aceptación conduce a los adolescentes a mostrar en las redes sociodigitales la versión "rosa y amable" de sus vidas, exponiéndolos a la falta de tolerancia ante la frustración y el rechazo de sus pares e interlocutores. La idealización –de sí mismos y de los demás– y la distorsión de la realidad conduce a estos jóvenes por el sendero de los trastornos de ansiedad. De ahí la emergencia de incapacidades como la falta de control de los impulsos, el sobredimensionamiento de la concepción sobre lo corporal, la incapacidad para interlocular frente a frente, y la mutilación ante los demás de emociones como la tristeza y la angustia. Si el adolescente es invadido por las conflictividades familiares, estas incapacidades se exacerban porque la vida virtual debilita las habilidades de comunicación y convivencia cara a cara. A su vez, las relaciones sentimentales y sexuales se distorsionan con el uso masivo de las redes sociodigitales y abren la puerta a la violencia de género, al extremo de normalizarla tras la degradación de nociones como amor, respeto, fidelidad, confianza, entre otras.
La adicción digital no solo conduce a los jóvenes a dilapidar el tiempo, el esparcimiento y el sueño, sino que impacta en el rendimiento escolar, trastorna su estado de ánimo, incentiva el asilamiento y el déficit de atención, altera su percepción de la realidad cotidiana, y nutre su vulnerabilidad humana. El estercolero que dibuja una red sociodigital como Instagram –con sus más de mil millones de usuarios en el mundo–, donde lo visual y la imagen se imponen y lapidan la palabra, crea una idea deformada y banal de la vida; induce la baja autoestima y falta de amor propio; al tiempo que conduce a la obsesión perfeccionista entre los consumidores al aumentar la "presión estética". Es de destacar que los trastornos alimenticios entre adolescentes guardan una estrecha relación con esto último.
El ideal de la perfección se refuerza en Instagram con la censura a imágenes que evidencian patrones diferenciados de la belleza, pobreza padecida por los usuarios, etc. La misma corporación de Facebook –ahora llamada Meta– reconoce, según el diario The Wall Street Journal, los impactos negativos que su plataforma de Instagram tiene sobre las juventudes (https://on.wsj.com/3snuIWY).
Esa realidad virtual tergiversa nociones como la amistad, al tiempo suplanta la convivencia frente a frente con los amigos y enclaustra a no pocos usuarios en una especie de autismo social y en dispositivos de autocontrol que atomizan a los individuos.
A su vez, la algoritmización de las redes sociodigitales se relaciona con el objetivo empresarial de crear emociones extremas a partir de una personalización de la información y estímulos que recibe el consumidor de esas plataformas. De ahí que si las redes sociodigitales son "gratuitas" el verdadero negocio radica en el usuario y en el mapeo de sus preferencias, gustos, hábitos y datos personales, que se comercializan con las corporaciones vendedoras de bienes y servicios. Es el alto precio de desechar el derecho a la intimidad y la privacidad. Al tratarse de poderosas corporaciones privadas, lo que persiguen es el afán de lucro y ganancia, así como la concentración de riqueza, en condiciones de desregulación de los Estados y de evasión de la doble tributación.
Sin embargo, el problema también es político porque desde las redes sociodigitales se difunden posturas de facciones partidistas, se controlan preferencias ideológicas y se censuran aquellas que escapan al espectro del complejo militar/industrial/digital/comunicacional. Siendo los adolescentes los principales destinatarios de esta forma de operar desde las corporaciones digitales, sin que exista regulación por parte de las autoridades electorales o hacendarias.
Solo la educación digital y la formación de una nueva cultura ciudadana puede revertir los impactos negativos de las redes sociodigitales sobre las juventudes. De este grupo etario depende imprimir imaginación creadora al uso de las tecnologías digitales. Sin embargo, la pérdida de sentido que los adolescentes experimentan solo será revertido con la refundación del modelo educativo, la adopción de nuevas formas de socialización y de organización de la sociedad y el proceso económico que tornen menos gravosas las desigualdades, la explotación, la exclusión social y la falta de expectativas. Se maneja como un asunto trivial o de simple esparcimiento, pero en realidad el tema del uso y abuso de las redes sociodigitales no lo es si sus consecuencias afectan el presente y el futuro de los jóvenes. Es un problema público y una primera arista es abordarlo como un tópico de salud pública con manifestaciones neuropsicológicas.