"Dios mío, ¿Qué hemos hecho?" palabras del
Capitán Robert Lewis, copiloto del bombardero, al ver el hongo atómico sobre Hiroshima
"El uso de esa arma bárbara en Hiroshima y Nagasaki no sirvió de ninguna ayuda material en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya estaban derrotados y prestos a rendirse… Al ser los primeros en utilizarla… adoptamos un estándar ético común a los bárbaros de la era del oscurantismo. No me enseñaron a hacer la guerra de esa manera, y no se pueden ganar guerras destruyendo a mujeres y niños»
Fueron palabras del Almirante de cinco estrellas, William D Leahy. Este militar habiendo estado en retiro (desde 1939) fue incorporado al servicio activo como Jefe de Estado Mayor para el presidente Franklin D. Roosevelt en 1942 y sirvió en esa posición en la Segunda Guerra Mundial. Presidiendo el Estado Mayor y siendo un importante decisor durante la guerra.
Y es que si muchos otros coincidieron con este Almirante estadounidense en la tesis de que ya a los japoneses le faltaba poco para rendirse, en agosto del 1945, es en el último aspecto de la cita donde queremos centrarnos "…no se pueden ganar guerras destruyendo a mujeres y niños".
Ya en junio de 1945 en el desierto de Alamogordo se hizo la "prueba Trinity" que supuso la explosión de la primera bomba nuclear que al estallar asombro a los científicos, la destrucción era mayor de la prevista. El arma letal estaba lista, faltaba elegir los objetivos. A los pocos días, los objetivos estaban decididos: Hiroshima, Kioto y Yokohama. Después se cambiaron los dos últimos por Nagasaki y Kokura.
La opinión contraria de Leahy a ganar la guerra contra Japon matando inocentes no era la excepción, en general muchos militares estadounidenses rechazaban el uso de la bomba atómica contra ciudades, algunos plantearon incluso hacer una demostración sobre el mar frente a la bahía de Tokio que sin provocar víctimas demostraría el enorme poder destructivo de la nueva arma. Las ciudades finalmente elegidas, como objetivo de las bombas no tenían interés militar y la proporción de civiles era mucho mayor que la de militares. Pero como nos ha enseñado la historia en las guerras los criterios morales de los hombres no son los que terminan prevaleciendo.
El hecho cierto es que, a pesar de las objeciones al uso del arma letal en ciudades japonesas, muchas de ellas ya devastadas por bombardeos convencionales, las consecuencias sobre los civiles de las decisiones tomadas por quienes hacen la guerra de lanzarlas sobre Hiroshima y Nagasaki, son incontrovertibles.
La gran mayoría de las víctimas fueron mujeres, niños y ancianos. De la mayoría de ellos no quedó nada. Cuando las bombas explotaron a 600 metros de altura, la ola de fuego volatilizó la madera, la carne y hasta el acero. Dos hongos apocalípticos se alzaron a más de 13.000 metros de altura sobre las cenizas radioactivas. En un diámetro de unos 12 kilómetros, todo lo vivo murió. Personas, animales y plantas. Todo.
Después de la primera bomba lanzada a Hiroshima, el 6 de agosto, el Presidente de los EE UU Harry Truman envió el mensaje a los japoneses: "Si no aceptan nuestros términos de rendición, pueden esperar una lluvia de destrucción desde el aire, algo nunca visto sobre esta tierra".
Tres días después, el 9 de agosto, lanzan la bomba sobre Nagasaki. Tres días después de esta el Emperador japonés Hiroito decide rendirse y tres días después de esta decisión, el 15 de agosto, anuncia su capitulación en un mensaje retrasmitido a la nación, al referirse a las bombas atómicas dice "…el enemigo ha empezado a utilizar una bomba nueva sumamente cruel, con un poder de destrucción incalculable y que acaba con la vida de muchos inocentes. Si continuásemos la lucha, solo conseguiríamos el arrasamiento y el colapso de la nación japonesa, y eso conduciría a la total extinción de la civilización humana"
No existen cifras definitivas de cuántas personas murieron a causa de los bombardeos, ya sea por la explosión inmediata o en los meses siguientes debido a las heridas y los efectos de la radiación. Los cálculos más conservadores estiman que para diciembre de 1945 unas 110.000 personas habían muerto en ambas ciudades. Otros estudios afirman que la cifra total de víctimas, a finales de ese año, pudo ser más de 210.000.
Después de 77 años, aun es necesario que la humanidad siga repitiéndose la pregunta ¿fue necesario aniquilar a tantos seres humanos de esta manera?