Calor. Mosquitos interminables. Húmedo calor de selva sobre un fondo de hojas y ramas que susurran debajo de los pies o a los costados. Calzados empantanados. Griteríos juveniles celebrando la ocurrencia de cualquier novedad, desde la vista de un escurridizo gato montés hasta el aletear de una mariposa de colores plateados. Chapotear interminable. Jungla estremecida por una larga fila de aventureros migrantes, venezolanos, ecuatorianos y haitianos mayormente, escandalizando al son de "Te pienso", de Ozuna, teléfonos celulares en mano. Es Darién.
-¡Viene el río! –alerta una voz enronquecida-. ¡A prepararse!
La caravana se recompone. El río mete miedo. Hay que atravesarlo. Juveniles, niños, mujeres, hombres, algunos viejos, se contraen de repente como una oruga. El calor es una sopa que chorrea sobre el cuerpo. Empieza a llegar el sonoro borbotear del agua. Se sigue oyendo al reguetonero colombiano, tarareado por muchas voces.
-¡Te quiero, bebé! –exclama de repente un joven venezolano que había permanecido en silencio-. ¡En el norte te veré!
Un hombre a cargo del avance de la caravana salta de un tramo a otro, botas militares calzadas, pasamontañas, ropas de camuflaje, radio transmisor en mano. Arenga, critica, regaña, sonríe. Vistiendo para la jungla, se mueve más ágilmente que el conjunto.
De pronto el joven enamorado se desprende de la serpiente humana y le dice a su compañero "Ya te alcanzo". Se interna por un lateral de la trocha y se abre paso entre los mosquitos y las ruidosas hojas.
La caravana avanza, el barro a veces hasta las rodillas, más pantanoso según se oye más nítidamente el río. La fila colorida parece una fiesta violentando la verde solemnidad selvática.
Busca el pie de un árbol donde "obrar", como diría su abuela allá en Calabozo, cerca del río Guárico, donde vive su veguera familia. Su sueño es triunfar, ser cantante, como Bad Bunny, de quien empezó a tararear "Títi me preguntó" mientras defeca. Improvisa aleteos para defenderse de los insectos. "Tengo madera" se repite mentalmente. Como el mismo río quiere ser cantante en un país de famas y libertades; si ya, naturalmente, de su boca manan coplas llaneras del contrapunteo... De esa habilidad a rapear o reguetonear, tiene que ser muy escaso el trecho.
En silencio una pitón se desconcha de la corteza del árbol y, certera, lo atenaza del cuello. En un principio exhala un grito de sorpresa, pero, al comprender y querer pedir auxilio, sólo siente ahogo. Mil veces grita sordamente, luchando con sus manos por su vida, halando aquí y apretando allá el cuerpo invencible del reptil, rodando por el suelo. En vano intenta incorporarse con el peso de los anillos, progresivos ya sobre su pecho. La ansiedad del sofoco y de la muerte estremece su cuerpo, y, en un esfuerzo desesperado, aferra su teléfono, como si allí se encarnara la salvación. Sólo luz verde y silencio.
Repentinamente acuden al sitio un par de botas embarradas, negras y altas hasta el cielo. Renace su esperanza, hasta se siente respirar. Lo reconoce: es "Timor", el tiktoker ecuatoriano, y, mientras le dice con sus ojos y mentalmente que mate a la maldita serpiente, empieza a oír nuevamente el rumoreo de la caravana avanzando hacia el río, la música de fondo de Bad Bunny y el griterío juvenil de la aventura.
-¡Ordenados en grupos de diez! –se oye la voz de mando del guía- ¡De diez! ¡De diez en diez!
Pero Timor no lo ayuda. Lo graba minuciosamente, preparando su próximo video para las redes sociales. Un enjambre de mosquitos cubre su rostro. Hay agua y barro sobre sus mejillas… y un rumor…, rumor frío… ¿Es música o su río Guárico?