En 1989, el periodista hispanocolombiano Miguel Ángel Bastenier Martínez (1940-2017), publicó en el diario español “El País”, uno de sus artículos más polémicos titulado “La coronación de Carlos Andrés Pérez” (CAP); en dicho artículo decía Bastenier que los actos de lo que el ingenio local ha calificado de coronación de Carlos Andrés Pérez, mostraban la humildad de un país que cayéndose a pedazos tiene motivación para celebrar como si se tratara de un acto de investidura a un faraón o amulando al propio Simón Bolívar para fijar en la memoria colectiva una legitimidad de autoridad ante un pueblo necesitado de esperanzas.
El problema de CAP, no era legitimar el poder, sino legitimar sus acciones hacia la economía nacional, porque tenía conocimiento comprobado y verificado de que el país iba hacia un rumbo muy negativo que haría en cualquier momento palidecer a la nación y hacerla caer en el peor de los abismos en estos tiempos de mundo global. La historia se encargó en demostrar que aquella coronación marcó el inicio de una nueva etapa constitucional del país donde la megalomanía sería la conducta a imitar por nuestros líderes.
Esto nos lleva al mundo Universitario en Venezuela, donde la desmotivación y el desaliento parecieran ocupar el lugar privilegiado en la construcción de esa Universidad rural y participativa que tanto necesita los países en vía de desarrollo. Hoy día se le da una investidura ilegítima a la sociedad universitaria venezolana porque se le quiere mostrar como una sociedad en crecimiento, pujante, deliberante, libertaria; y lo que hay son cogobiernos despóticos, soberbios, prepotentes, autoritarios, los cuales no piensan en la Universidad como vía para impulsar el progreso sino como escenario para construir liderazgos políticos a la fuerza. Se quiere politizar la academia, llevarla a un escenario en el cual no haya crítica ni cuestionamiento, sino sumisión y obediencia. No es que uno vea el mundo Universitario fuera de la disciplina de las normas y buenas costumbres de la sociedad, es que la Universidad necesita de pensadores críticos, reflexivos, combatientes; activos desde su racionalidad y emocionalidad para proponer cambios, mejorar sus canales de comunicación y poner en práctica la humildad pedagógica. Un docente Universitario no puede estar ausente del pueblo, debe convivir con el pueblo, hacer partícipe al pueblo de las bondades de un conocimiento que esté al servicio de la sociedad y no al servicio de grupos o subgrupos de poder.
Tal como lo expresa en 2009, el profesor e investigador Pedro Rivas, de la Universidad de los Andes, en su ensayo científico aparecido en la Revista Educare, titulado “La docencia desde la investidura académica y la impostura fraudulenta”, la docencia, en su sentido de plena trascendencia, se objetiviza desde una convicción personal y profesional para dirigir una actividad académica intencional y deliberada, capaz de contribuir a humanizar al hombre y a la mujer en sus distintos momentos de su formación y perfectibilidad. Este sentido descubre a un sujeto con deseo de saber y trascender la micro-historia del diario quehacer. El educador desde este sentimiento vive la educación y justifica un ejercicio profesional del que vive agraciada y dignamente. Se inviste del principio de la autoritas que se hace desde su ser, su saber y su experiencia.
Esos actos de investidura de autoridad en los docentes universitarios debe ir acompañado por una manifestación plena de magnanimidad; la docencia así investida, agrega Rivas, se convierte en el acto más sublime del hecho pedagógico porque acompaña, orienta y se compromete en la entrega con el sujeto aprendiente; pero cuando ese docente muestra mayor atracción por la soberbia, la egolatría y la arrogancia, se está ante un tipo de docente que se identifica con un ejercicio académico proveniente de la impostura, que es una manera de falsificación de la docencia; es, en concreto, una postura engañosa no solamente hacia los miembros de la comunidad universitaria, sino hacia la comunidad en todo su esplendor.
Es actuar, en el caso del docente que aspira ser reconocido por su investidura, como un impostor porque asume lo que no es, presume lo que no tiene, por tanto, es una acción fraudulenta y dañina, según sentencia Rivas. Es en el marco de esta realidad que la educación se deshumaniza como acto pedagógico y se minimiza ante el estudiante, quien espera algo más de su docente que destellos de egolatría; porque se les aborda desde un plano que niega las luces y la virtud, fundamentándose en una docencia con falta de idoneidad y ética.
De manera puntual, volviendo a las ideas de Rivas, la “…docencia como impostura es un acto de naturaleza fraudulenta basada en la mentira, como tal, negadora de la esencia de la educación. Una docencia de este tipo comete fraude y engaña al sujeto aprendiente porque le va negando las condiciones cognitivas, afectivas y valorativas para hacerse un ciudadano con cualidades, y le va aniquilando lenta y progresivamente su capacidad de imaginación, de soñar y su deseo de ser. Por ello, el impostor de la docencia al deshumanizar al estudiante le sustrae la esencia de la educación que es la búsqueda de perfectibilidad humana en el acto de trascender en el saber y en el poder ser...”
Sin embargo, es bueno resaltar que la autoridad en una institución universitaria es un asunto endeble siempre, porque se puede corromper con mucha facilidad si el referente que prestigia la obra desaparece o entra en contradicción consigo y con el otro.
La autoridad, en el caso de la realidad de las Universidades venezolanas, es equivalente a un título-valor muy delicado que solamente el estudio, el ejemplo vivo y la persistencia aquilatan; su ausencia oxida y desgasta la actuación del docente y lo convierte en un sujeto desprovisto de vida, especie de zombi, vivo insepulto y negación sí mismo y de otros; la impostura académica del docente se da en los más aventajados, desde especialistas hasta doctores, no discrimina nivel académico, se evidencia en el docente a través de su discurso charlatán lleno de palabras que no comunican, de gestos prepotentes que no generan respeto sino compasión y lástima en el consciente colectivo del estudiante que por temor a la represión y a la venganza no lo manifiesta públicamente.
Ahora bien, el temor es que ese impostor docente se reproduzca y se replique en estudiantes; se hace necesario reinventar la práctica pedagógica buscando reforzar las deficiencias y colocando correctivos para minimizar la banalidad y la formalidad,
Se quiere crear y consolidar un proceso enseñanza-aprendizaje que se gesta desde una formación fraudulenta, mostrada institucionalmente como verdadera y correcta, elogiada como exitosa por el docente de turno que manipula el colectivo, a una práctica pedagógica que le devuelva solidez a la fragilidad de saberes que bajo el dominio de grupos reproduce el modelo pedagógico de aquellos maestros y profesores calificados como malos y deficientes que subyacen en el inconsciente de los futuros educadores, que perpetuarán su forma de acción en prácticas didácticas basadas en la transmisión mecánica de datos e informaciones inconexas, incompletas, descontextualizadas y deformadas; aprendizajes memorísticos desconectados de la realidad inmediata, de la disciplina autoritaria y subordinante, e incomunicación e irrespeto por la condición aprendiente del sujeto pedagógico.
Por esta razón necesitamos unirnos contra el engaño a la inteligencia a través de acciones populistas de algunos docentes, utilizando la inclusión educativa para consolidar los presupuestos públicos y de este modo asegurar el ingreso de nuevos docentes que lleva n banderas de calidad y excelencia, como condición inherente a la verdadera inclusión; es importante recordar que no existe calidad de primera ni de segundo orden; una inclusión sin calidad es más de lo mismo y también es fraude político con la educación y el pueblo.
De manera concreta, tomando palabras de Rivas, la docencia como convención es la práctica que se despliega desde una conveniencia individual para vegetar en la realización de un trabajo que le depara una forma de vida para sobrevivir laboralmente; este caso expresa un desempeño de lo académico como un negocio de vida sin medir las consecuencias de un ejercicio enseñante que no enseñará nada porque solo se aprende desde el cultivo y amor por el saber y la internalización de significados contextualizados y aplicables.
Por esta razón, explica Rivas, la formación docente que se ofrece en las aulas universitarias debe ser fundamentada en procesos académicos de alta significación y trascendencia que ayuden a construir en el docente en gestación las coordenadas de la iniciación pedagógica de un sujeto con vocación de saber y deseo de poder para involucrarse en la transformación de los otros, transformándose él.
En lo referente a la docente como líder, no es una declaración principista ni una oda apologética, ni un canto humanista, es una condición fundamental para que la docencia tenga una entidad donde poder significarse y darle sentido no solamente al cómo sino al por qué, al para qué, al qué y al cómo enseñar.
En una palabra, recalca el estudio de Rivas, la colocación de una investidura de autoridad académica, es como un diamante cuyo valor está en su singular brillo, su cautivante belleza que despliega y la cualidad de ser el mineral de mayor dureza que existe, pero paradójicamente es muy fácil partirlo; de este modo, la autoridad que consagra a una docencia que puede deteriorarse por su fragilidad o acerarse en el diario acontecer de una práctica pedagógica reflexiva que se descubre en su singularísima teoría.
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