El concepto de cultura ha estado signado por una diversidad de formas de interpretación, con lógicas diferencias entre uno u otro momento histórico que, con asiduidad, se siguen construyendo sin apego a referentes reales, lo que puede convertirlo en un término ambiguo, sin utilidad práctica.
Pero la cultura, más allá de ser entendida, globalmente, como un complejo entramado social, mutuamente integrado e interdependiente, de criterios, juicios, valoraciones, percepciones, costumbres y tradiciones que genera el hombre es, en realidad, consecuencia de la producción material y espiritual de cada época concreta. Este es uno de los criterios que muchos han esgrimido para explicar la esencia de las relaciones humanas.
Desde una perspectiva histórica, es parte consustancial al proceso mismo en que el hombre abandona el estado natural, y se abre paso hacia cauces organizativos de la vida en sociedad. El período del Iluminismo, sobre todo francés e italiano, constituye un impulso manifiesto en el campo de la cultura en sentido general. Los logros de este movimiento marcaron un hito en el ideal libertario mundial, así como en el campo de la cultura misma.
En su más lejano origen latino, cultura significa desarrollar, perfeccionar, cultivar. Se expresa en lo creado por el ser humano en beneficio de sus semejantes, todo aquello que hace del hombre un ente creador de oportunidades, de vida con sentido, puede ser incluido dentro de la concepción de cultura (Guadarrama & Nicolai, 1990).
Estamos en presencia de una noción humanista del término. Ella es parte consustancial de la actividad humana, es decir, modo de existencia, cambio y transformación de la realidad social. Es expresión armónica del conjunto de valores relativamente estables revelados por el sujeto, que le permiten asumir una posición creadora ante los procesos inherentes a la diversidad social.
De lo antes expuesto se deduce que en la cultura se encierran las posibilidades reales de desarrollo y autodesarrollo del hombre. Esta deviene factor decisivo en el proceso de ascensión del hombre enel plano social, donde las mediaciones son tan diversas como aspiraciones e intereses estén en pugna.
La misma asume cambios concretos de expresión social en dependencia de los valores, las creencias, las percepciones y las costumbres que se tengan de las distintas esferas de actividad humana. Es lo que justifica hablar de una cultura económica, de una cultura de la belleza (estética) y la conducta humana (moral), así como de una jurídica. Sin embargo, hay un tipo de expresión cultural que tiene una enorme incidencia sobre las otras, es la que marca las relaciones de poder, decisiva para el funcionamiento de los estados: la cultura política.
La cultura política como concepto
La cultura política ha sido una de las categorías más importantes de las ciencias sociales que ha centrado los debates de los últimos años para explicar las características básicas y potenciales derroteros de los pueblos en sus desafíos cotidianos. Constituye un espacio central para proyectarse hacia una u otra tendencia política según los intereses, preferencias y comportamientos políticos aprehendidos en la evolución de los estados.
Pero si es importante reconocer la complejidad del tratamiento dado históricamente a ese término, marcado por la diversidad de puntos de vista y ciencias desde las que se le aborda, también resulta lógico aceptar que, en el ámbito de la práctica política concreta en Latinoamérica, su esclarecimiento conceptual constituye una tarea esencial, lo que exige volver a su conceptualización básica (Cabrera, 2009).
El término cultura política irrumpe en el ámbito de la ciencia política en la segunda mitad del siglo XX, cuando en 1956, Gabriel Almond publica Comparative Political Systems en Journal of Politics. Es el momento en que el término alcanza relevancia teórica. Posteriormente, un paso decisivo en tal sentido fue la aparición del libro The Civic Culture, coescrito junto a Sydney Verba en 1963, obra calificada como un clásico sobre el tema.
La cultura política desde una perspectiva marxista alcanza relevancia científica, a través de los aportes de Marx y Engels, así como su enriquecimiento por Lenin y Gramsci. Asimismo, destacan las aportaciones de autores de la talla de: G. Lukács, K. Korsch, A. Bloch, T. Adorno, W. Benjamin, H. Marcuse, J. Habermas, E. Mandel, E. Laclau, entre otros contemporáneos (Cabrera, 2009, p. 220).
Autores cubanos como Carlos Cabrera (La cultura política: conceptualización y principales paradigmas teóricos, 2009); Elsie Plain-Radcliff (La cultura política y su dimensión actual: una mirada desde el Sur, Plain, 2009), realizan aportaciones importantes respecto al tema de la cultura política.
Mientras que el primero centra su análisis en los elementos estructurales de la propia categoría, la segunda enfatiza en los principales obstáculos que ha enfrentado en su evolución teórica y carácter dinámico. Desde una perspectiva teórico-descriptiva también pueden sumarse otros autores como Carmen Gómez, Miguel Limia y Rafael Hernández, Juan Simón Rojas, Maura Salabarría, Marta Pérez y Darío Machado.
La cultura política, tal y como sucede en el ámbito de cultura en sentido general, es objeto de una amplia multivocidad conceptual, diversas disciplinas son tomadas como referente para su explicación, lo que complejiza la determinación de su objeto de estudio y su conceptualización misma. Ello se verifica en la continuidad del debate, muestra de la necesidad de nuevas aproximaciones y enfoques en la delimitación del fenómeno, lo que ha sido reconocido por autores como Thalía Fung (1997).
El término cultura política se conforma como resultado de la unión del binomio cultura-política. Ambos fenómenos se caracterizan por una amplia profusión conceptual, así como por un vasto uso en las ciencias sociales.
El término política se identifica con un amplio prontuario de acepciones según la época histórica y vertiente política que la aborde. Así lo asumió Marx que, en su obra Miseria de la Filosofía, reconoce a la sociedad como el producto de la acción recíproca de los hombres, lo cual identifica a la política con la actividad humana, o sea, como modo de existencia, cambio y transformación de la realidad social, en busca de fines e intereses determinados. Es un instrumento destinado a ejercer y garantizar un equilibrio entre toda la diversidad socio clasista, a partir de las prerrogativas de los sectores dominantes.
Según Almond y Verba la cultura política establece el marco regulatorio del conjunto de actividades materiales y espirituales desarrolladas por los individuos en la sociedad (Hernández, 2011 , en virtud de producir, socializar, establecer y consolidar las normas que rigen las actuaciones individuales así como de las instituciones, es decir, con apego a un sistema político concreto (Kavanagh, 1972). Por su parte Robertson (1985) introduce una visión un tanto más integral cuando amplía el marco de alcance de la cultura política.
Un tratamiento a la cultura política acorde con las necesidades de los pueblos latinoamericanos, sobre todo, para los que muestran ciertos avances en el orden de la participación política, debe recabar en los distintos espacios del universo social donde se encuentra la diversidad de expresiones que asume la cultura política.
Ello se verifica cuando importantes sectores populares rechazan las principales propuestas políticas de su contexto social, debilitando el esquema general de valores de esa sociedad. Lo anterior se debe, según algunos autores, a una suerte de desliz político del gobierno, al no tener en cuenta la posición política de grandes franjas populares que ya salieron de su situación de pobreza y forman parte de una nueva clase social y; por consiguiente, sus demandas no son las de etapas anteriores, de modo que requieren de un nuevo tratamiento.
Bajo estos supuestos no es posible referirse a una cultura política homogénea, ella cambia en la medida en que varían las visiones que respecto a lo político poseen los distintos sectores sociales. Los intereses, las visiones, las oportunidades frente al sistema político, entre otras condicionantes, reafirman la existencia de una cultura política en los sectores dominados, diferente a la visión de los sectores dominantes.
La propiedad de la cultura política de trascender los más diversos ámbitos del universo social, así como ser un proceso ininterrumpido de la vida en sociedad, influye en las disímiles visiones que sobre ella se pueden encontrar. En este sentido cabe la posibilidad de una nueva perspectiva, distinta a la de los sectores dominantes, pero también incompatible con la de los sectores dominados, asociada generalmente con una marcada apatía hacia la política, pero procedente de clases sociales de diversa índole.
Esto demuestra la importancia de la unidad: a mayor cohesión social, mayor coherencia en torno a una determinada opción política y; por consiguiente, mayores opciones para la revelación y puesta en práctica de una determinada cultura política. Se deduce también, que lejos de hablar de cultura política, es pertinente hablar de culturas políticas, es decir, las correspondientes con los distintos sectores sociales existentes.
La cultura política es un fenómeno versátil, pues sus particularidades no se transmiten de un grupo social a otro de forma lineal, sino que en cada uno adquiere rasgos propios, lo cual hace más complejo su aprovechamiento en la práctica política. La cohesión social puede romper las barreras que establecen las diferentes culturas políticas existentes en el universo social. Esta afinidad social puede ser un formidable puente entre las diversas formas de cultura política existentes en la sociedad, y así hacer realidad el principio identitario que reconoce la unidad en la diversidad.
De lo expresado hasta el momento se deriva que la cultura política no puede ser vista al margen de los procesos políticos, ella es un componente inmanente de los mismos, donde intervienen los individuos, también concurren diversos sectores, identificados como las clases, los partidos y otros componentes del sistema político, al conjunto de relaciones que entre estos elementos se establecen se le denominan relaciones políticas.
Es válido reconocer que el marco propio de cada elemento del sistema político siempre guarda relación con otros elementos análogos, toda vez que ninguno de ellos constituye una entidad aislada, sino que necesariamente se involucra más allá de los propios marcos de su organización, es una condición necesaria para su existencia. Así, cualquier aproximación respecto a la cultura política por original que resulte, no representa un punto de llegada, por el contrario, implica un punto de partida hacia nuevas reformulaciones, una confirmación de la dialéctica que tal proceso entraña.
En conclusión, la cultura política -en tanto confirmación del desarrollo alcanzado por el sujeto político- debe rebasar las meras relaciones entre el ciudadano como ente individual y las instituciones políticas, ello se debe a que mientras existan diferencias socio clasistas estas relaciones guardarán cierto nivel de lucha de clases, situación que exige, en consecuencia, un alto nivel de activismo político por parte del sujeto, sin el cual la cultura política será solo un mecanismo de dominación clasista, distante de un instrumento de transformación social.
La cultura política como vía de emancipación social
El contexto en que se desarrollan los procesos políticos latinoamericanos está marcado por la influencia de la globalización neoliberal, complejas contradicciones entre las principales potencias en torno al control de zonas de interés geoestratégico, donde la región es un punto de mira; así como de importantes lazos económicos y políticos entre los países del área, con las llamadas potencias emergentes, agrupadas en torno al grupo BRICS.
En una etapa en la que los Estados Unidos reasume su cerco en torno a América Latina y las fuerzas políticas de izquierda creen poder sostener gobiernos democráticos sin subvertir las reglas del juego establecidas desde el liberalismo burgués, resalta la necesidad de retomar el tema de la emancipación social como referente estratégico de la emancipación política.
Es necesario distinguir la emancipación política de la social. El problema de la emancipación política no se resuelve con una interpretación "a priori" del Estado liberal como el ente regulador, supuestamente imparcial, de todos los procesos sociales (Comninel, 2012). La solución se encuentra en una valoración del contenido clasista que encierra el mismo. Marx tenía plena conciencia de ello, en su Crítica a la Filosofía del Estado de Hegel (Sánchez, 2006) se refiere a la existencia de una constitución política como resultado de la voluntad popular y no al contrario como afirmaba Hegel.
La emancipación social, por su parte, apunta al proceso en que el hombre se convierte en el sujeto de su propio destino, para su realización necesita de la subversión del orden social establecido. Por consiguiente, es un proyecto de contenido liberador, que por su naturaleza rompe con la lógica funcional del sistema capitalista. Este proyecto no se limita a su anticapitalismo, sino que procura no incurrir en los mismos errores de sus oponentes políticos.
En la medida en que el ciudadano comprenda que la enajenación política es un preciado tesoro en manos del Estado liberal, y que es a través de su propia búsqueda de la libertad, es decir, de las condiciones de su emancipación, como resultado de su voluntad ciudadana puede liberarse de las condiciones que lo mantienen sujeto a dicha enajenación, así será posible alcanzar la emancipación social. Pero tal empeño será una ilusión si los procesos políticos no son acompañados por movimientos sociales con adecuada capacidad de organización y convocatoria, es decir, de amplia trascendencia social.
La cultura política desde la perspectiva de la emancipación en el contexto de América Latina no puede limitarse solo a la aplicación de los llamados métodos de enseñanza, programas de acceso a la educación superior y formación científica de determinados sectores de profesionales. Debe centrarse, sobre todo, en la satisfacción de las demandas sociales, con énfasis en los avances que en el transcurso de las transformaciones van alcanzando los sectores sociales, así como de una profunda mutación ideológica desde los propios procesos de formación política y educativa.
El proceso de afianzamiento de una cultura política determinada, en tanto proceso formador que involucra a la mayoría de la sociedad, no radica en la existencia de altos o bajos estándares de cultura política. Reside más bien en el apoyo de los más diversos sectores sociales en torno a un programa político de alcance profundo, contrario a la fragmentación social que desde siglos pasados ha afectado y afecta a la región.
La cultura política es un instrumento que permite a los sujetos sociales una orientación para su adhesión a la tendencia política de su preferencia, aunque en ocasiones algunos sectores sociales abandonan el rumbo de su condición de clase ante ofertas económicas o simples actos de sabotajes al proceso electoral; por tanto, se puede deducir que una perspectiva de la cultura política de corte liberador, inexcusablemente, debe enfrentar todos los obstáculos propios de la aplicación de los diferentes mecanismos de ejercicio de la participación popular bajo el influjo de cánones propios del sistema liberal burgués.
A nivel regional, los pasos institucionales en función de la emancipación social se canalizan a través de algunos de los organismos políticos existentes al efecto, reconociendo la esfera de lo político que identifica a cada organismo. La creación de un mecanismo de concertación política como la CELAC, obedece a la búsqueda del consenso necesario que permita la coexistencia entre gobiernos y propuestas políticas con diferencias notables. La declaración de América Latina como zona de paz puede corroborar esta idea.
Enfocar el análisis político latinoamericano a partir de elementos internos y externos, supuestamente excluyentes, en un contexto en que ambos aspectos se encuentran visible e irremediablemente entrelazados, de algún modo implica parcializar las indagaciones. Por tanto, se requiere una mirada en que ningún elemento tenga una considerable preponderancia sobre el resto, sino una interconexión. Con esta perspectiva se analizan algunas dificultades referentes a la realidad política de la región.
De este modo, destacan cuatro inconvenientes principales: a) la falta de proyecto económico; b) la política comunicacional; c) el lastre de la corrupción y; d) la concepción de la democracia tal y como la entiende el sistema liberal burgués (Martínez, 2012, p. 29). Son elementos vinculados directamente con el ejercicio del poder real, no tenidos en cuenta de manera suficiente por los gobiernos de izquierda del área y que ya han demostrado que:
La guerra mediática constituye una realidad en varios países, lo cual hace muy vulnerable a la fuerza política en el poder, en tanto proyecto político alternativo ante la ofensiva derechista. La iniciativa económica estatal cobra especial significado, por el hecho de ser lo económico el factor primero en que los ciudadanos utilizan para establecer la diferencia entre una buena gestión y un mal gobierno.
Frente a las responsabilidades históricas en la región, la política opositora de plaza sitiada debe ser contrarrestada - si es necesario - con una política gubernamental de Estado de excepción permanente, acción que garantiza, tanto la satisfacción de las necesidades básicas, como la seguridad ciudadana tan importante para la vida en sociedad.
La política comunicacional, en tanto mecanismo democratizador de cualquier orientación política, tiene que convertirse en una eficaz herramienta para los gobiernos de izquierda. El problema aparece al permitirse el manejo ilimitado de los medios de comunicación por parte de las fuerzas políticas de la derecha, lo que ofrece todas las posibilidades para el ataque mediático. Los medios de comunicación, como bien público no deben ser utilizados como mecanismos de manipulación dolosa de la conciencia popular como está sucediendo en la actualidad.
La libertad de expresión ha de prevalecer dentro de un marco de estricto apego a la realidad política y social, toda posición contraria, constituye una forma de corrupción de lo político, de ahí la necesidad de su enfrentamiento. En fin, tanto la guerra mediática como su par económica son dos pilares básicos dentro de la estrategia de dominación capitalista en la región, con la clara intención de disuadir toda oportunidad de corte emancipador para todo el contexto latinoamericano.
En cuanto a la corrupción, cuando aparece en las instituciones políticas hace muy compleja una gestión eficiente, de hecho, impide de plano dicha gestión. En este marco cualquier intento hacia una orientación ideológica clara es un imposible, pues establece un marco destructor de cualquier disposición política; por tanto, desacredita al gobierno como mecanismo de respuesta y solución a las demandas populares.
La corrupción, calificada por muchos como un cáncer social, brinda una formidable posibilidad a las fuerzas opositoras para el ataque al gobierno en el poder. Una visión dialéctica del fenómeno arroja que el principal problema no es ella "per se", sino la ausencia de mecanismos permanentes de control democrático para el enfrentamiento a este flagelo. Los gobiernos de izquierda cometen el error de pretender realizar transformaciones, de gran alcance social, bajo los patrones propios de la democracia liberal burguesa, algunos de los cuales ni siquiera son cumplidos por las facciones opositoras de la derecha regional.
Otro de los deslices en la manifestación de la cultura política desde la izquierda en la región es la falta de democratización de sus propios medios de comunicación estatales, que se puede lograr tanto a través de un proceso de socialización del poder en las instituciones políticas, como mediante una mayor representación, y, por tanto, presencia de todos los sectores sociales en el seno del legislativo. La democratización de estos espacios facilitaría dentro del curso de los procesos sociales un mayor reconocimiento, representación ciudadana y apoyo popular en estas instituciones.
Lo cierto es que a través de los medios de comunicación el sistema liberal burgués en América Latina ha obtenido logros indiscutibles, uno de los más importantes parece ser el ideal o estándar de libertad que reconoce el ciudadano latinoamericano; de este modo, su interpretación de la libertad no siempre se corresponde con la voluntad expresa de un gobierno de izquierda para establecer políticas de gran alcance social, ni de garantizar índices adecuados de bienestar económico y justicia social.
Estos instrumentos de información se han convertido en medios de manipulación de la voluntad popular, por medio de la distorsión constante de la realidad social existente, socavando así los esfuerzos de algunos ejecutivos nacionales por edificar sistemas sociales diametralmente opuestos al sistema liberal burgués.
Algunas reflexiones finales
Un enfoque global del tema tratado nos revela que la cultura política es un fenómeno con variables notables a partir de la diversidad socio clasista existente en el universo social. Así, la existencia y puesta en práctica de proyectos sociales de amplio alcance popular no constituye la garantía de importantes índices de cultura política y, por consiguiente, ello no reporta grados significativos de emancipación social.
A pesar de los logros, se aprecia una distensión en la visión de algunos sectores sociales respecto a grados apreciables de cultura política, lo cual genera no pocos inconvenientes, entre ellos se destaca: una ausencia de consenso en cuanto al esquema general de valores, válido para una sociedad determinada, de ahí los resultados tan cerrados, y en ocasiones, hasta contradictorios de los procesos electorales.
La concreción de grados apreciables de cultura política, a partir de niveles adecuados de voluntad, conciencia y convicciones políticas pueden permitir el alcance de un ideal emancipador conforme a los niveles de democratización hasta ahora existentes en el escenario político latinoamericano, de este modo esto permite que: no siga siendo una vaga esperanza dentro de los sectores populares que apoyan los diferentes procesos de cambios.
La democratización a una escala mayor es otra área a fortalecer desde sus diferentes esferas:
Una primera esfera es el contenido minimalista de la democracia liberal burguesa, para desarrollar una propuesta emancipadora de amplio alcance social.
La segunda es la democratización de todas las instituciones de izquierda, acción que permitirá una ampliación del espectro socializador del poder dentro de los marcos de esta vertiente política.
Una tercera área a priorizar, es la necesidad de desarrollar la perspectiva crítica dentro de todas las fuerzas políticas de izquierda, y al mismo tiempo, promover la estrategia gubernamental de información oportuna al pueblo.
Es así que, por su importancia desde la perspectiva de la emancipación, y debido a su carácter dialéctico, la cultura política en el contexto latinoamericano, tendrá que priorizar en su acción al asunto de la cohesión social. La emancipación social es un proyecto de alcance profundo, es decir, de contenido inclusivo. La inclusión del mayor número de sectores sociales a esta tarea constituye un factor clave para alcanzar este objetivo supremo.
En la medida en que los ciudadanos asuman, y por tanto hagan suyos los avances democráticos, y los pongan a su propio servicio se estará transitando rumbo a la anhelada emancipación social, que no será una dádiva gubernamental, pues a los propios gobiernos se les niega contribuir a ella desde su posición misma. Lo definitorio procederá de la capacidad y disposición de amplios sectores populares para defender las conquistas alcanzadas y las que se propongan lograr en lo adelante.
La cultura política es la vía expedita para que se pueda alcanzar la emancipación social, en ese continuo proceso es ineludible tener en cuenta toda la herencia histórica acumulada, amparada en la revelación de los valores que se debaten en el proceso emancipador, dígase mejoramiento humano, justicia social, liberación nacional e integración continental.
El nombre que tomen los procesos sociales no será lo definitorio, lo determinante estará en el contenido real de las políticas, en el nivel de beneficio social que ellas alcancen, así se podrá reconocer la verdadera magnitud de la emancipación social.
En la cultura política que sean capaces de adquirir los pueblos de la región, se encuentran sus posibilidades emancipadoras, toda vez que es a través de ella que pueden conseguir la capacidad necesaria para poder enfrentar y resolver los problemas del subdesarrollo, de la dependencia y del coloniaje a que están sometidos.