El “por ahora” del comandante Hugo Chávez aquel 4 de febrero de 1992, retumbó por toda la geografía nacional. Esta frase lapidaria coincidía con los 500 años de la colonización del Abya Yala; el “por ahora” como temporalidad,
Arrastró consigo una carga de desigualdades sociales acumuladas por cinco siglos, ejecutadas por el “ser” de una civilización genocida e invasora. Como primera manifestación armada en contra del dominio neoliberal, con Hugo Chávez insurgió un movimiento rebelde, semilla de lucha en la espiritualidad de un pueblo, ejemplo de sacrificios permanentes por su liberación.
Lamentablemente, sembramos pronto el Comandante, pero parecen una eternidad sus pasos, ilimitado su pensamiento, gigante sus brazos, aun se siente su corazón latiente irrigando de vida a “todo pueblo”. Se fue pronto, apenas.
30 años de enseñanzas, de orientaciones, de luchas, de estar asido a su gente y la comunidad impregnada de su esencia. Por supuesto Chávez no es un mesías pero sembró, en el corazón de quienes conocieron su espiritualidad, la necesidad de alcanzar por sí mismos la “redención”, los movió a las calles, a retomar las plazas, a desandar de nuevo los caminos negados por las bayonetas hacía apenas tres años atrás, nos empujó a ejercer el poder en una autodeterminación comunitaria, inusitada.
Sin el 27 de febrero del 89, no hubiese sido posible el “por ahora” del 4 de febrero. Este acontecimiento sería un pasaje más sin hito en la historia contemporánea, una intentona más. Esta frase quedó suspendida en el tiempo como utopía que es y lo sigue siendo, el “por ahora” son muchos horizontes de sentidos, posibles. Un pueblo situado dentro de la realidad viva, con olor a sangre y pólvora aún en el ambiente, tibios aún sus muertos, se empoderó de esta frase para abrazar la idea de la construcción de un nuevo discurso, capaz de darle coherencia práctico-ético al metarelato trascendente.
Han transcurrido solo una fracción histórica de tiempo y, en este momento, el imaginario popular está insatisfecho, no siente en sus “carnes” la verdadera justicia por los viles agravios cometidos en su contra, este es el balance agrio de una posibilidad diluida, extravío del porvenir deseado en el laberinto moderno, de retóricas de bienestar con lógicas de malestar; lamentablemente, “políticos” de alto nivel, unos muy cercanos a él y otros reciclados y ya negados por sus prácticas, son ahora los dueños del futuro; son los que quieren desaparecer el “por” como finalidad u objetivo, para cerrarle el paso a su utopía redentora.
El Chávez utópico, aquel de la Casa de los Sueños Azules, quien con su morral de ideas nos exige la necesidad de invocar su pensamiento como referente histórico (así como él apeló al pensamiento de los “fantasmas”: Bolívar,
Zamora y Samuel Robinson), nos interpela a revestirnos con su piel curtida en el sufrimiento de su pueblo, a portar la boina roja con la estrella relumbrante capaz de iluminar las conciencias en “el instante de peligro”, nos reclama la indolencia por no hacer justicia a los pobres y desvalidos, nos mira con su cara austera renegando de ese mal llamado “chavismo sin Chávez”.
¿Ese era su destino? Pues no. Al Comandante había que matarlo, así pensaron sus enemigos, quienes lo odian todavía y algunos de sus allegados que viven hoy de su nombre; por crudo que parezca, creyeron que al desaparecer su rutilante figura se extinguiría el fuego. Que equivocado están. Él sigue vivo en el “corazón del pueblo”, como solía decir en recordatorio de su despedida inminente. Hoy sus enemigos siguen triunfando, por ende los “fantasmas” del Comandante están en peligro, ni siquiera ellos están a salvo. La historia contada, la vigente, es la del “botín de los vencedores”, la mostrada en realidades virtuales del súper-ego (comics): unos con supra-poderes imaginarios a lo Nietzsche y otros como los “fantásticos” con alas y colmillos, son individuos deambulantes -no pueblo-, nocturnos y oscuros personajes de historietas inventadas.
¿Cómo recuperar su narrativa de cara a una retórica encubridora de su pensamiento? El imperativo categórico es organizarnos como fuerza política alrededor del originario “PLAN DE LA PATRIA”, desde esta fuente retomar su verbo como síntesis de su praxis, volvernos a sus lecciones de historia, a su afán comunicador y, sobre todo, al compromiso transformador. En el Plan se encuentra contenida todas la esferas de la cotidianidad de la vida del venezolano de a pie: el reconocimiento como sujeto creador de su vida, del ejercicio de la soberanía, de la justicia social aun en deuda, el “Estado social de Derecho y Justicia” tan hablado y no practicado, el derecho al trabajo creador y necesario, las instituciones propias de autogobierno, las práctica democráticas de participación y protagonismo como talante para, definitivamente, desaparecer el concepto limitante y destructivo de la “cooptación”, contradicción hecha norma y, por lo tanto, de obligatorio cumplimiento partidista.
Acerca de la muerte de la Utopía ¿Dónde no debemos buscar? No busquemos el “plan” traducido en “ley” porque sólo es eso una “conversión” cuyo objeto es hacerlo letra muerta, “quien busca la justicia en la ley busca la muerte” dijo Pablo de Tarso, allí se pierden dos propiedades fundamentales: primero, la “Fe” tal y como nos las refirió el Comandante Fidel, cuando en su discurso asentó que “en cuanto a lucha se trata, pueblo es aquel que cree en algo, que cree en alguien pero sobre todo aquel que cree en sí mismo, como pueblo”, exactamente a esa fe me refiero concretamente; segundo, se pierde la “Gracia” esta no más que el reconocimiento del “Otro tanto”: los empobrecidos, donde quiera que se ubiquen, los marginados, los excluidos y los explotados, siempre en su necesidad de autoconciencia y dignidad, en permanente liberación inmanente.
El horizonte de sentido abierto, en el “por ahora”, se mantendrá como lo objetivamente posible, sí y solo sí, nosotros como sujetos políticos volvemos a Hugo Chávez en “obra y espíritu”, no como culto a su personalidad, sino porque ambos son el quehacer y la intersubjetividad de la mayoría victimizada por el sistema dado. Nos toca partir de allí. Negarlo es complotar con el “bloque en el poder”, es desconocernos como “bloque oprimido” y des-caracterizarnos como pueblo antiimperialista. Debemos, entonces, librar mil batallas para ganarle la guerra a la muerte y a la destrucción de la vida, no solo aquí, sino a nivel planetario, de cara al utilitarismo tecnológico ya en desarrollo por los centros financieros, en su proyecto de aniquilar ¾ partes de la población mundial a corto plazo. Las primeras víctimas en caer seremos los pobres de este lado del mundo. Lastimosamente, desde la “izquierda” o desde el “progresismo” no se le da importancia a este aspecto relevante, debe ser por una mirada a corto plazo o nos estamos esforzando por comprender una realidad inmediata, profundamente cambiante, a través de conceptos socio-históricos estáticos y desfasados. Asunto extenso por demás y parte de otro escrito.
Para finalizar, no permitamos que el 4 de febrero de 1992 sea despojado de su poder histórico, no permitamos que la utopía contenida en aquel inquietante “por ahora”, como lo objetivamente necesario, se desvanezca en las veleidades inmediatas del consumismo, en la dispersión de ideas productos de una ilusión basada en la seducción, diseñada como premisa política, para la acumulación de riqueza en el mundo del mercado.
Rescatando el Plan de la Patria, el del Comandante Hugo Chávez, nos rescatamos como pueblo, recuperamos su perenne alegría por la vida, nos mantenemos en permanente creación y liberación implícita en su utopía comunitaria, como anticipo necesario para hacer visible un mundo urgentemente obligatorio y en “pleno desarrollo”.
¡Por ahora los objetivos no han sido alcanzados!
Coordinadora Nacional Autónomo Independiente De Trabajadores (Cait)
Frente de trabajadores de la enseñanza Samuel Robinson