Es hora de la Sexta República

Como consecuencia de la distancia abismal que el gobierno del delfín Maduro tomó frente al de su antecesor y padre político, se empiezan a oír voces desesperadas clamando por una "vuelta a Chávez", como faro redentor que ilumine el camino para salir de una vez por todas del pastiche ideológico-político-económico que derivó en este doloroso cataclismo en que vivimos. "Volver a Chávez" es una idea políticamente tentadora, en cuanto remite -para algunos, se entiende- a tiempos felices de abundancia y especial atención a las necesidades de los más desfavorecidos. Es, sin duda, y también, un eslogan perfecto para el marketing político, orientado a llenar un espacio inmenso y potente de oportunidad que se abre frente a los dos opciones neoliberales que se disputan el poder en Venezuela. Pero, en verdad, ¿no es como retrógrada retomar una idea antigua para aplicarla a nuevas e inéditas circunstancias que no se parecen en nada a las que vivimos hace 10 o 20 años? ¿Volver a Chávez no es como retroceder? Algunos creemos que sí.

Recuerdo bien cuando el propio Chávez, hablando sobre la necesidad de redactar una nueva Constitución, argumentaba que la Carta Magna no debía ser un texto rígido, inamovible o incorregible, cual Biblia o ley sagrada de inspiración divina, sino que debía ser revisado cada tanto para reajustarlo a nuevas situaciones. Para ello, incluso, previó dentro de la Constitución de 1999 mecanismos de reformas como referendos o enmiendas. Pero la idea de fondo y más interesante era, y es, que la Constitución y las leyes, deben retratar un tiempo específico, pero que esos tiempos cambian siempre y constantemente; hoy, aún más, con una rapidez que hasta asusta. Por lo tanto, no pueden aplicarse soluciones viejas a nuevos problemas, decía, con razón. Es, de fondo, una visión filosófica o sociológica de la realidad mucho más flexible, frente a dogmatismos almidonados y anquilosados que no permiten avanzar ni al pensamiento ni a la acción.

En tiempos de Chávez, por enumerar algunos pocos cambios que ha experimentado el mundo desde su partida, no había Inteligencia Artificial, ni el emergente tecnofeudalismo del que habla Varoufakis (el nuevo capitalismo de la nube, según él) ni sabíamos tanto de algoritmos que mueven y jerarquizan ideas- a veces muy peligrosas-, ni existía ChatGPT, ni sabíamos de su impacto en la educación y en la ciencia, ni creíamos en un futuro previsible inmediato de robots, mucho menos del impacto demográfico que generará el envejecimiento de Europa y China, por ejemplo; ni hubo en aquel tiempo pandemias que paralizan el mundo, ni se hablaba tanto de la decadencia del dólar, ni había guerra en Ucrania y Medio Oriente, ni se había destapado una lucha encarnizada entre la OTAN y Rusia - China, ni tenían tanta fortaleza los Brics, ni había un tránsito lento pero seguro hacia energías limpias, ni sabíamos que teníamos tanto silicio, coltán u oro, ni Guyana nos había robado territorio y recursos, ni había tantos millones de venezolanos en el exterior. El mundo es otro.

Venezuela no debe "volver a Chávez", estimo yo, como tampoco a Caldera, ni a Carlos Andrés, ni a Gómez o Pérez Jiménez. Esos son, claramente, otros tiempos, otra coyuntura, otra realidad. Venezuela debería avanzar hacia la concreción de un proyecto que dé respuesta a los tiempos que corren, que son distintos, muy distintos a los de hace 20 años, además de inéditos en la historia de la humanidad. De Chávez tomar, si se quiere, por ejemplo, su trabajo denodado en la promoción de la agenda social: la defensa de los derechos de los más desposeídos, su inversión en educación, salud o vivienda: las misiones; el anclaje constitucional de las industrias básicas y estratégicas y su esfuerzo por avanzar en la unión latinoamericana. Contra Chávez, la politización y partidización de la FF.AA, el estado enorme y dispendioso, la idea perniciosa de "hacer irreversible la revolución" con el control total de las instituciones, Cadivi, la venta de petróleo a cambio de cualquier cosa o con facilidades de pago, casi regalado o regalado, las expropiaciones que terminaron mal, las cooperativas, que también terminaron mal, la innecesaria polarización o la vociferante retórica guerrerista, entre otros errores o desaciertos. La idea, entonces, no sería "volver a Chávez", sino mejorar a Chávez, corregir a Chávez, ser mejor que Chávez, que Caldera o Carlos Andrés. Desechar lo malo, lo que no sirvió, lo inútil, los ensayos fallidos, y mejorar lo bueno. Avanzar siempre. Moverse con los tiempos. El mismo Chávez lo entendía así cuando propuso la idea fundamental que motorizó toda su campaña de entonces: la necesidad de refundar el Estado a través de una nueva Constitución porque, afirmaba, la antigua, de 1961, ya no interpretaba la realidad. La de hoy, de 1999, menos. Estamos en 2024. El mundo se ha movido desde aquellos años.

Y para romper ese paradigma mental que nos lleva siempre a mirar atrás, debemos desechar y crear algo inédito, deberíamos movernos rápidamente hacia delante y dejar por fin de anhelar glorias pasadas. Se abre un inmenso camino para fundar la Sexta República, si se quiere usar este concepto como referente de algo que termina y algo nuevo que empieza. La Quinta República se agotó en manos de Maduro, así como se agotó la Cuarta con los gobiernos adeco- copeyanos en el momento preciso en que se olvidaron del pueblo.

Es hora de imaginar y caminar hacia la Sexta República. Retroceder es volver al conflicto y seguir anclados en una realidad que ya no es. ¿Quizás avanzar hacia una nueva y libre constituyente que recoja y refleje el momento puntual en que estamos?



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