"Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora en que el hijo del hombre ha de venir"
Mateo 25: 13
Desde hace varios años hemos venido observando como la influencia religiosa ha sido cada vez más notoria en el discurso y el imaginario político nacional. Ya en el último quinquenio han sido creados, por el ejecutivo nacional, el "Día del Pastor en Venezuela", además de la Universidad Teológica, ambos hitos inscritos bajo la creciente influencia del evangelismo pentecostal en la política nacional.
Esta influencia ya es notoria en los discursos e incluso en el accionar de ciertas instituciones. Un ejemplo de esto se puede observar en la conocida influencia que esta comunidad religiosa ha venido ejerciendo en la Asamblea Nacional tras las elecciones del 2020; influencia que ha llevado incluso a redefinir intereses y asuntos de algunas de sus comisiones, como el caso de la antigua Comisión Permanente de Familia de la Asamblea Nacional que ahora se denominará Comisión Permanente de las Familias, la Libertad de Religión y de Cultos, en la cual se concentra gran parte de las demandas de esta comunidad.
De igual forma fueron paradigmática las imágenes dejadas durante el año 2024, donde vimos ceremonias pentecostales hechas en el interior de la casa de gobierno (16 de junio de 2024). Cosa inédita en la historia de nuestro republicanismo laico. también fuimos testigos de cómo el primer mandatario uso la Biblia como elemento de autoridad tras la crisis desarrollada posterior al 28 de julio.
Palabras como "profecía", "fariseos" y "espíritus demoniacos" se convirtieron en parte del numen del discurso político; igual suerte ha corrido con el manejo de los contenidos del Nuevo Testamento, con sus apóstoles y sus versículos. Resulta entre preocupante y cómico el uso que se hizo, posterior a julio, de la famosa incredulidad del apóstol Tomas frente a la resurrección de Jesús (Juan 20: 24-29), como analogía frente al accionar del gobierno ante los eventos acontecidos.
Se ha vuelto tan común este accionar, que recientemente durante el encuentro con los Jueces y Juezas de Paz elegidos el 15 de diciembre, la propia presidenta de la sala constitucional del tribunal supremo de justicia, Tania D’Amelio, refiriéndose a la realidad política que atravesamos y a las políticas de recuperación económica que adelanta el ejecutivo, afirmó: "Estamos caminando por fe y no por vista". Esta frase resultaría normal venida de un(a) pastor(a) frente a su iglesia, pero resulta por lo menos preocupante venida de una de las funcionarias con mayores responsabilidades dentro de la estructura del Estado.
En el mismo evento el presidente Nicolás Maduro dirigiendo críticas a la democracia burguesa, a la modernidad europea y al modelo capitalista también afirmó: "La modernidad y la posmodernidad de la vieja sociedad occidental fracasó y desde Venezuela y desde nuestra América está naciendo una nueva modernidad profundamente humanista en los valores de cristo y en los valores de Bolívar, democrática y socialista". Es obvio que la modernidad occidental está en crisis al igual que todo su modelo de reproducción de la vida, de tal manera que compartimos la necesidad de superar sus trabas y dificultades, pero la pregunta que surge es: ¿cuáles valores cristianos exactamente fundarán ese modelo? ¿Acaso será un modelo democrático y socialista donde la fe y no la vista nos guie?
El don y la semilla, dos formas de ver los caminos
Quien escribe no es precisamente un creyente, no tengo iglesia, ni pastor y tampoco fuente sagrada, soy marxista, aunque con cinco años de teología a espaldas, con muchos amigos jesuitas cerca y con una Biblia muy rallada en mi biblioteca que eventualmente reviso.
Soy más un promotor de la doctrina del verbo y no del dogma de la fe, como decía el monje Thomas Merton. Tiendo a ver, al modo de José Porfirio Miranda, en las sagradas escrituras más una guía para la acción que un cuerpo doctrinal dogmático y prefiero la teología de la revolución de Richard Shaull a la pasiva y acomodaticia teología mesiánica oficial.
Comparto la visión cristiana de Otto Maduro, una visión que roza mi materialismo. Considero que el reino de Dios se desarrolla en este mundo, como dijo Jesús: a partir de pequeñas semillas, y velando por su cuidado con nuestra propia lucha (Mateo 13: 31-40). Creo en la comunidad política que debe mantener esta lucha (Mateo 18: 18-20) y en su llamado a hacerlo cada día (Mateo 25: 13) para acrecentar su riqueza, que es la riqueza de los pobres y los oprimidos (Lucas 6: 20-24).
Reivindico al Jesús que viene a poner en disensión la tradición (Mateo 10: 34-36) y al que llama, por medio de Pablo, a reconocer la diversidad en el seno de su comunidad (Gálata 3: 28-29). Sin embargo, para los que como a mí, el don de la fe no se nos ha sido otorgado (Efesios 1: 8-9) nos queda aferramos al Jesús profano, el que expulsó a los mercaderes del templo (Marcos 11: 15-18), el que llamó a la comunión como conmemoración de él (Lucas 22: 16-20), al revolucionario.
Por lo tanto, es desde esta visión que pienso al cristianismo, como sal y luz del mundo terrenal (Mateo 5: 13-16) y no como parte de la enfermedad. Al ser el reino de Dios, un reino llamado a hacerse en la tierra, desde y con los oprimidos, su realización solo contempla la ruptura con la opresión y la pobreza de los pobres no su divertimento, pues, como decía Oscar Wilde, "Es inmoral usar la propiedad privada a fin de aliviar los terribles males que resultan de la misma institución de la propiedad privada".
Por lo tanto, no se trata de construir comedores o albergues para los pobres en nombre del carpintero de Palestina, se trata de construir una sociedad sobre una base tal, que la pobreza resulte imposible y para eso hay que luchar en este mundo, con las herramientas de este mundo y no solo con la fe.
Saldar el abatimiento de corazón
Salvando el escoyo ante los que me puedan acusar de hereje o apostata, debe advertirse que por lo menos desde 1873, en parte, gracias a las desazones del arzobispo Silvestre Guevara y Lira, nuestro Estado se inscribe dentro de la traición laica, con una separación muy eficiente entre las responsabilidades del Estado y las responsabilidades de la Iglesia. Posición bien refrendada gracias al Convenio celebrado entre la República de Venezuela y la Santa Sede Apostólica en1964, que en su artículo 15 establecía:
El Estado Venezolano, de conformidad con la Constitución, reconoce el derecho de organización de los ciudadanos católicos para promover la difusión y actuación de los principios de la fe y moral católicas mediante las asociaciones de Acción Católicas, dependientes de la autoridad eclesiástica, las cuales se mantendrán siempre fuera de todo partido político.
Esta tradición la recoge en parte nuestra actual Constitución, sobre todo en lo dispuesto en el artículo 59, donde se establece y se garantiza la libertad de religión y de culto, así como la independencia y la autonomía de las iglesias y confesiones religiosas. Un elemento resaltante de este artículo corresponde a su final: "Nadie podrá invocar creencias o disciplinas religiosas para eludir el cumplimiento de la ley ni para impedir a otro u otra el ejercicio de sus derechos".
Esto último podría ser suficiente para evitar que se usen salmos como formas de responder a la realidad nacional o como metáforas para entender las políticas económicas del gobierno, pero como ahora está de moda olvidar artículos enteros de la Constitución, nos hace suponer que quizá este último pasaje también se ha olvidado.
En uno de sus más recientes libros, Salir de la Colonia, Vladimir Acosta enfoca su atención en el tema político-religioso, observando con preocupación el avance que ha tenido la religión evangélica pentecostal en América Latina, asociando este fenómeno con la restauración de las fuerzas coloniales de antaño por medio de la colonización más sutil, la de las mentalidades.
Según Acosta esta ofensiva religiosa esconde también una crisis del orden político:
…en el fondo de esto lo que se manifiesta es una profunda decadencia de la política, que en todas partes ha ido perdiendo sustancia y objetivos teóricos claros. Las derechas buscan tan sólo confundir, y a menudo lo logran porque esa confusión, creada por ellas, les conviene. Las izquierdas, por su parte, salen perjudicadas porque no se atreven a llegar más lejos o a proclamar planes de cambio sistemático. A veces no los tienen. O, en los pocos casos en que tienen esos planes de cambio y se atreven a proclamarlos, ocurre que no encuentran cómo conectarlos con la solución de problemas concretos que debería ser su sustento…
De modo que lo que ocurre es que no se tienen (o por lo menos no se ofrecen o no se hacen llegar) respuestas políticas concretas y convincentes a la profunda crisis que se vive y a los graves problemas que las masas pobres confrontan. Sólo propuestas vagas y genéricas. Y esto apenas en algunos casos. Cuando se puede, se trata de hacer ajustes a lo más grave de la crisis, lo cual es necesario, pero sin que se lo relacione, como debe ser, con los cambios sociales por los que se lucha... Las Iglesias evangélicas, en cambio, con los pentecostales a la cabeza, sí ofrecen respuestas. Respuestas que, pese a todo lo fantasiosas que puedan ser, como ocurre con las propuestas religiosas, prometen a sus nuevos fieles seguridad y respaldo firme en lo inmediato, ofreciéndoles una respuesta religiosa para todo, esto es, un nuevo proyecto de vida basado en la pura fe, y con ella, las debidas esperanzas de una felicidad eterna en la otra…
Si se quiere seguir la dirección anunciada por el presidente y superar la modernidad occidental, se debe reconocer que parte de su herencia también es esta forma de religión alienante y evasiva. También debe reconocerse que para superar la actual situación es necesario resolver la crisis ideológica y teórica que acosa al proceso bolivariano, porque llenar al proyecto de objetivos no basta para decir que tiene claro sus horizontes y mucho menos que es diverso o heterodoxo.
Reunirse un día con los empresarios y aclamarlos como los héroes de la recuperación, y al día siguiente inaugurar una empresa de propiedad social mientras se inyecta miles de millones de dólares en las mesas de cambio privada, resulta tan esquizofrénico como el hecho de asistir a fiestas paganas y cristianas en dos días seguidos. En el fondo, esto no supera la propaganda y poco tiene que ver con llenar el vacío de la claridad ideológica del proceso.
En esta línea está claro, como decía Paul Blanquart, que para construir un socialismo con valores religiosos no es necesario, ni que el ateo dejar de ser ateo, ni que el creyente se crea un militante de segunda. Es necesario encontrar en realidad puntos de encuentro para la lucha. Es pues la política, el lugar en que las ideologías diversas, incluso opuestas, deben conversar y debatir para establecer proyectos políticos comunes en el cuadro organizativo e institucional que son propios de la política, pero esto es imposible de hacer sin polémica y democracia.
La democracia no solo debe circunscribirse al voto, también debe permitir espacios de auditoría y autogobierno, y lo cierto es que hoy la auditoría y la transparencia de la función pública es la gran protagonista ausente de la política, pues desde el ámbito económico hasta el ámbito electoral es difícil seguir con certeza los procedimientos del Estado y del gobierno. Sería interesante en este punto, recordar unos versículos de Lucas, que dicho sea de paso podrían reivindicar al agnóstico Tomás:
Pero él (Jesús) les dijo: "¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo". Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. (Lucas 24: 38-40)
De la misma forma en que todos los apóstoles y no solo Tomás tenían dudas de la resurrección de su maestro, hoy gran parte de los venezolanos posee dudas sobre el accionar de su gobierno, en cuanto a los actos judiciales, las arcas nacionales y los procesos electorales recientes (incluyendo las consultas, pues de nada de esto hay números). Sin embargo, al igual que Jesús, el Estado tiene la posibilidad de dejar "palpar y dejar ver" porque no es espíritu y por lo tanto sí tiene "carne y huesos". Así, la fe no puede ser una excusa para sostener la turbación en los corazones, sobre todo si el propio maestro fue capaz de evitarla simplemente mostrándose.
Algunos peligros en el horizonte
Bajo la luz de lo señalado anteriormente, es necesario tomar con mucha atención lo dicho por el presidente Maduro sobre la construcción de la nueva modernidad humanista y socialista, con valores cristianos y bolivarianos. Aunque es imposible desarrollar todas mis observaciones acá, quizá dejándolas para un futuro artículo, me gustaría hacer una sola observación.
Creo que superar la modernidad occidental no significa ni hacer borrón y cuenta nueva, ni convertirnos en lo que llamaba Augusto Mijares, "enterradores de cenizas". Si queremos superar la democracia burguesa, no podemos superarla desarrollando sistemas más herméticos, menos participativos y con menos posibilidad de auditoría. En esta línea, concuerdo con el filósofo Santiago Castro-Gómez cuando dice:
Hoy día necesitamos de un republicanismo intercultural, pluralista y plebeyo que, de la mano de los criterios normativos desplegados por la modernidad, nos vaya llevando más allá de ella, pues me parece que la posición antimoderna que defienden muchos decoloniales no nos llevará demasiado lejos en el empeño.
Debemos ser muy cuidadosos en no encaminarnos por una vía antimoderna. Nuestra historia exige retomar al camino de la transmodernidad planteado por Enrique Dussel y meditado por el propio Chávez, en su momento. Esta transmodernidad debe tener como principal protagonista la comuna y los nuevos mecanismos de autogestión y autogobierno, pero no al margen de ciertos criterios de la modernidad que nos permitan ir más allá de la modernidad. Es en esta tensión donde debemos pensar el horizonte del proyecto que sostenemos, bajo la profundización de la democracia de carne y hueso, con la convicción de superar el agotamiento de la modernidad, atravesándola y no inmolándola.