El caso de Nixon Moreno, independientemente de si es culpable o no (constituido como un problema de la justicia venezolana), trae al seno de la opinión pública, un viejo debate que devela la parte extraterritorial de la iglesia católica, ya que esta tiene la posibilidad, a través del Nuncio Apostólico, de otorgarle a él o a cualquier otro individuo que lo solicite, y que por supuesto, califique para ello, protección o asilo político. Es una potestad que contempla el derecho internacional. Con este componente exógeno del catolicismo, es que el hombre común, valga decir, el pueblo, mantiene una relación incómoda y desventajosa.
La estructura del miedo, que quinientos años de dominación católica han impuesto en el alma del venezolano a través de la fe, se ve distorsionada en sus recovecos abstractos, cuando el origen de las directrices doctrinarias son tan distantes como el latín con que se oficiaban las antiguas misas. Nos referimos al Vaticano para más detalles, distante en la geografía, en la lengua, la cultura, la historia y cuantas otras distancias. Pero todos estos tramos de separación, podrían diluirse en la dimensión espiritual, como bien lo hizo el cristianismo originario, si de por medio no terciara una relación tan cínica y astuta como la diplomática. Relación que exige un rigor y unas disciplinas para la pugna de intereses, tan sutiles y agudas como incisivas, definiendo así dos partes antagónicas, cuyo agotamiento en las crisis, degeneran en soluciones militares, nada espirituales ni cristianas. Decimos esto en lo formal claro está. No se tiene conocimiento de un desenlace de este tipo entre el Vaticano y ningún otro país en la era moderna, como sí sucedió en antaño con las cruzadas o las bulas, sobre todo, en América latina.
La relación pueblo-iglesia se ve perturbada por una dualidad jamás reconocida por las partes, y que en el pueblo se manifiesta por medio de la fe (el opio de los pueblos) por un lado, que bloquea al individuo y no lo deja ver con claridad esa otra parte que es la desconfianza, sumergiéndolo en un vinculo de sumisión sin capacidad para diferenciar entre el apóstol y el representante de un gobierno extranjero (los curas y la jerarquía eclesiástica), que no discrimina entre el ejercicio ritual del cristianismo y la franquicia de una transnacional religiosa (la iglesia católica). Y esa dualidad la padecen de alguna forma los representantes del catolicismo también (la jerarquía eclesiástica), unos con mayor conciencia que otros, algunos con alevosía manifiesta, tanto que rayan en el delito de traición a la patria, cuando ponen por encima de los intereses nacionales, la rígida e inequívoca política del Vaticano, que no es otra que la imposición de los intereses de los poderes de turno bajo cuya sombra siempre se ha guarecido el poder papal.
Es tan distante y ajena esta otra parte de la iglesia católica, que mantiene una embajada en cada país en donde actúa para representar y defender los intereses del Papa y su entorno (la cuna de este emporio económico). Y son tan diestros y versátiles estos representantes (los Nuncios Apostólicos) que se convierten en los decanos del cuerpo diplomático del país donde se establecen. Pero poco sabe el pueblo de esto, y casi nada conoce el hombre común de los vaivenes de la diplomacia católica que por lo general le son adversas. Y es que el obrero o la obrera, el campesino o la campesina, casi nunca llegan a enterarse de esto, y mucho menos conocer donde está la embajada de un país que se llama el Vaticano, que es el país de la iglesia católica, tan absurdo como decir que hay un país de las maravillas.
Sin embargo, el interés de estas reflexiones no es, de ninguna manera, atacar a la iglesia católica, muy por el contrario, nuestro ánimo es el de fortalecerla proponiendo su nacionalización. Así como lo han asumido muchos de sus curas, cuales patriotas antes que romanos, han sabido conjugar el pastoreo espiritual y el sentir nacional, que no es otro que el sentir del pueblo, el sentir de los pobres, el sentir de la sal de la tierra, el ejercicio de la justicia, la paz, el amor y la alegría, así como lo hicieron, y lo siguen haciendo, los compañeros curas de La Teología de La Liberación, que no es otra cosa que el apostolado del cristianismo combativo y liberador.
Caracas 28 de marzo de 2007