El problema que intentaremos abordar en esta entrega está relacionado con un tópico que consideramos político-estratégico: la identidad cultural. Es cierto que tan atestado propósito nos viene con el séquito con las matemáticas y las funciones biológicas. Ya Parménides lo asomaría con sapiencia: “del ente es ser; del ente no es no ser”. El marxismo, en su frustrado anhelo por alcanzar ser una teoría científica, tipo cartesiana, nos asomó la Ley de la Identidad: A es A y no puede ser B. Engels , que era biólogo, estuvo preocupado por el asunto.
La cotidianidad se encargaría de darle más consistencia a la premisa. Una fémina molesta por los devaneos de su príncipe sentencia, de manera precisa: o corres o te encaramas. Un problema de identidad tan bien planteado no se puede soslayar. Quizás no exista otra más contundente expresión, con el mismo espíritu del filósofo citado, que aquella soltada por el mismísimo Jesús de Nazareth: o eres frío o eres caliente porque si eres tibio de mi boca de vomitaré.
Evocamos, un problema de identidad, planteado por el entonces diputado Moisés Moleiro cuando le pregunto a la señora Gonzalo Barrios: diputado, sáqueme de una duda histórica. Dígame diputado. ¿Es usted márico o no es márico? Ante el asombro y las gesticulaciones atropelladas del increpado respondería el recordado Moleiro: Perdone, diputado, es una duda histórica.
Unas de las vicisitudes de la identidad es que excluye al otro, a la otra identidad, que, en resumidas cuentas, es y define la diversidad. En consecuencia, aparece aquí, histórica y inapelablemente, su opuesto antagónico y a la vez complementario: la diversidad. La primera propuesta que nos atrevemos hacer es que se considera y aborde el tema desde un binomio: identidad-diversidad.
En asuntos culturales, que implica el ser social en un contexto históricamente determinado, no es posible, per se, hacer referencia a la identidad sin considerar, inmediatamente, la diversidad. En otras palabras, es posible hacer consciente nuestra identidad cultural sólo en la medida en que nos encontramos con la diversidad cultural del otro. Uno de los errores de nuestra Constitución del año 1999, es precisamente pretender refundar la República multiétnica y pluricultural. Eso es un hecho histórico. Si no hubiesen llegado Cristóforo Colombo y su combo también tendríamos tal condición. La misma realidad étnica-cultural de las comunidades originarias nos los dice: más de 34 comunidades indígenas en 10 estados con su cosmovisión, su lengua materna y su personalidad cultural. Estamos haciendo referencia a la Venezuela del siglo XXI con 500 mil indígenas.
El otro problema de la identidad-diversidad está relacionado, por lo menos, con el Campo Industrial-Masivo y el Campo Cultural Residencial. Las tradiciones, expresiones orales, manifestaciones y fiestas, prácticas sociales y conocimientos, todos, populares pertenecen a este último campo. No obstante, es indudable que los imaginarios colectivos populares están siendo afectados por los Mass Media. “El modelo televisivo norteamericano predomina muy ampliamente; Estados Unidos exporta cada año doscientas mil horas de programación, lo que representa aproximadamente el 75 % de la totalidad de las exportaciones mundiales de emisiones televisadas” (Ramonet, 2006).
El proceso de aculturación, “imposición de una cultura dominante sobre una cultura dominada”, constituye una realidad que compromete a las culturas populares. Experimentamos cotidianamente el atropello de la cultura de los satélites de difusión directa. Estamos ante la nueva ofensiva cultural norteamericana.
“La americanización de nuestras mentes ha progresado tanto que para algunos denunciarla parece cada vez más inaceptable. Para hacerlo, habría que esta dispuesto a prescindir de una buena parte de las prácticas culturales, (vestuario, deportivas, lúdicas, de entretenimiento, lingüísticas, alimentarías, etcétera) que hemos adoptado desde la infancia y que no cesan de acosarnos; muchos ciudadanos europeos somos ya una especie de seres “transculturales”, híbridos irreconciliables, que poseen una mentalidad norteamericana con un cuerpo europeo” (Ramonet, 2006).
Tal afirmación le queda como anillo al dedo a nuestro país. Sin embargo, volvemos al Campo Cultural Residencial. Una Venezuela que realiza anualmente 96 mil fiestas populares tiene un potencial en la cultura de la resistencia que puede dar respuesta a la ofensiva, la nueva ofensiva, cultural del imperio norteamericano. Allí está la cultura revolucionaria. El problema, grave por demás, es que la gestión pública del ejecutivo cultural nacional no ha trascendido el eventismo-extensionismo. Si de teoría cultural revolucionaria se trata; entonces tenemos una Carta Magna que contiene un conjunto de categorías, desde la cuales es posible construir tal conceptualización. La pereza mental no trasciende los dibujitos.
A propósito de ser bolivarianos, si alguien asomaría el tópico de la identidad-diversidad cultural con acertada puntería sería Simón Bolívar: “Séame permitido llamar la atención del Congreso sobre una materia que puede ser de una importancia vital. Tengamos presente que nuestro pueblo no es europeo, ni americano del Norte; que más bien es un compuesto de África y de América que una emanación de la Europa; pues que hasta España misma deja de ser europea por su sangre africana (árabe), por sus instituciones y por su carácter. Es imposible signar con propiedad, a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado, el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y éste se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres, diferentes de origen y en sangre, son extranjeros y todos difieren visiblemente en la epidermis: esta desemejanza trae un reato de la mayor trascendencia”. Esta obligación heredada, aún liberados del pecado social del Imperio Español, tiene, en la actualidad, múltiples formas étnicas y se caracteriza por ser pluricultural. Es necesario no olvidar que el contexto histórico social en que se asoma ese planteamiento nuestro Libertador se ubica en los inicios del siglo XIX. Año 1819. Congreso de Angostura. El Concilio Vaticano II lo llamaría para la década de los años sesenta: unidad dentro de la diversidad. Nosotros nos atrevemos a decir: cultivar las diferencias para desarrollar la tolerancia. Si el tópico de la identidad-diversidad cultural no resulta político estratégico para el proceso de construcción del socialismo bolivariano; entonces la revolución cultural no existe o andas extraviada. La diría Chávez: no hemos encontrado el camino de la cultura.