Los liderazgos perdurables se maceran en condiciones difíciles, adversas. Para los universitarios de hace 15 años y más ejercer la rebeldía era un asunto serio, peligroso, de vida o muerte. Había televisión y prensa en los alrededores, sí, pero no para cantar tus hazañas sino para criminalizarte. Esa es la diferencia con los agitadores de ahora: antes se agitaba bajo riesgo de la propia vida; hoy la agitación es material para películas disfrazadas de noticias. Hay desobedientes genuinos, para quienes la rebeldía es un modo de vida, una actitud, un asunto tan íntimo y natural como las vocaciones o la forma de caminar. Y hay desobedientes que sólo pueden serlo cuando en los alrededores hay una cámara de televisión y un un equipo de producción que ordena aplaudirte, glorificarte.
El discurso de los Stalin González de 1991 era, en las formas, el mismo de ahora: libertad, autonomía, abajo el Gobierno de mierda. Sólo que antes el Gobierno de mierda te ametrallaba y los medios de comunicación te llamaban vándalo, vago, subversivo que hace peligrar el semestre. Ahora, el Gobierno de mierda atiende exigencias que antes se veían como exóticas o estrafalarias: quiero hablar con el Fiscal y con el Defensor, quiero un derecho de palabra en la Asamblea Nacional, quiero marchar y hacer mítines y me importa una verga si me dan permiso o no; los medios te llaman paladín de la libertad y si un tombo echa unas lacrimógenas vendrá una gafa de Globovisión a decir que eso es un genocidio.
A muchos de los nuestros los mataron y después de muertos los humillaron, llamándolos delincuentes. Así despedazaba a los ciudadanos rebeldes la seudodemocracia a la que quiere regresar la derecha. Hoy la Asamblea le cede un espacio a los manifestantes para que hablen y éstos se dan el lujo de cagarse en ese espacio, de despreciarlo.
¿Pa qué coño lo exigieron entonces?
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A propósito de la inevitabilidad del desgaste de ciertos movimientos políticos compulsivos (o no principistas), he estado recordando con unos viejos panas una vaina que nos pasó en la escuela de Historia de la UCV, en el año 91. Los militantes de la Desobediencia decidieron un día secuestrar al director y tomar (paralizar) la Escuela, en procura de una reivindicación de avanzada: queríamos que estudiantes y profesores eligieran en comicios libres al director de la escuela, que no lo nombrara a dedo el decano de la facultad. Se formó el predecible verguero, unos compas se declararon en huelga de hambre, la escuela estuvo sin clases más de un mes. Hacíamos varias asambleas a la semana, en las cuales la mayoría de los alumnos nos apoyaba: a la hora de la alzadera de manos, la mayoría votaba por la continuación de la toma. Hasta que sobrevinieron el desgaste, el agotamiento, la desesperación de los estudiantes no militantes por esa perdedera de clases. Y sucesió lo inevitable.
En la última asamblea de la crisis quienes nos habían apoyado se nos voltearon, la mayoría comenzó a pedir el reinicio de las clases y se acabó la toma. Derrotados, por no entender la ley básica de la rebeldía y la comodidad: algunos están preparados para rebelarse y resistir largos años e incluso toda la vida, pero las rebeldías que no son producto de la formación y la conciencia políticas, sino de las hormonas y de la emoción del momento, se agotan cuando la realidad muestra las uñas. Todos somos o nos sentimos rebeldes cuando muchachos, pero 99 por ciento de los jóvenes siente que "madurar" significa amoldarse al sistema, terminar la carrera, ejercer una profesión y dejarles a los muchachos del futuro eso de andar batiéndose una de líder. Pasa, por ejemplo, con aquellos que aprovechan sus labias y magnetismos para impresionar carajitas. Hay que ver cuánto impresiona a las carajitas eso de decir cualquier mariquera y que Globovisión te la celebre y repita varias veces al día: "O sea, qué lindo se ve Orlandito en televisión, sabes, qué arreeeeecho, o sea".
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La actual agitación estudiantil perdurará un rato más y al final se apaciguará. Da un poco de lástima con los profetas que anuncian que esos estudiantes derrocarán al Gobierno, pero el liderazgo de quienes se dedican a hacer televisión creyendo que están haciendo política no tiene mucho tiempo de vida útil. Ellos han anunciado que su espacio de debate y de discusión es la calle. Veremos qué entienden por "calle". El set de Globovisión puede ser móvil y portátil, pero como "calle" no califica, ni de vaina.
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