Reformulaciones económicas

La ley de la Oferta-Demanda es una connotada categoría económica de mercado. Ha sido tradicionalmente lanzada al mundo con características de diagnóstico, de tal manera que si entre esas dos acciones surge algún desbalance cuantitativo, los precios responden de inmediato. Si la D supera la O , los precios suben, y si la O baja, estos también suben, y viceversa.

Ortodoxamente, es decir, según la literatura económica marxista y no marxista, cuando la demanda sobrepuja la oferta, además de provocar una suba del precio, supuestamente podría estimular adaptaciones empresariales medioplacistas para cubrir el faltante con una mayor producción de la mercancía correspondiente. Esto supondría nuevas inversiones o mayor empleo de todos los componentes técnicos intervinientes en dicha producción.

Tal es el marco teórico inspirativo de la denominada Economía de Escasez (de la que hemos hablado en artículo anterior), y forma parte ineludible en todos los pensa de Ciencias Económicas en todas las academias y universidades del mundo. Los desajustes entre oferta y demanda representan el termómetro microeconómico más tomado en cuanta en materia de prospecciones y proyecciones económicas y de mercadeo. Hasta los gobiernos más liberales suelen intervenir con importaciones eventuales o emergentes para evitar desabastecimientos críticos, o para incentivar la producción de las mercancías sobredemandadas.

Sin embargo, no siempre la praxis guarda correspondencia biunívoca con la teoría del caso. Cuando ocurre una falta en la oferta los precios suben y suben, independientemente de que algunos consumidores queden insatisfechos. A ningún empresario le quita el sueño tales insatisfacciones. Pero resulta invariable que cuando aumenta el precio de una mercancía sus productores aumentan sus ganancias con menores esfuerzos, con menor capital, con menores riesgos y hasta con mayor velocidad circulatoria. Se comprende que ante estas perspectivas son pocos los industriales que incrementarían su producción, habida cuenta que bajarían los precios y con ello sus ganancias. Por el contrario, se conoce casos de destrucción deliberada de parte la sobreproducción a fin de contraer la oferta para mantener los precios, y las inflaciones se suavizan o detienen pero difícilmente se revierten en deflaciones.

Los únicos incentivos para invertir son las perspectivas de nuevas o superiores ganancias, de un mejoramiento en la tasa de ganancia del ramo involucrado, con la particularidad de que si bien aumenta la oferta en el sector insatisfecho, baja en aquel de donde emigran los capitales, y en este mejora la tasa, con todo lo cual la economía general de un país permanece constantemente desequilibrada porque las mayores producciones y ofertas de una mercancía tendenciosamente van con cargo a reducciones en otra. Sólo una Economía macroeconómicamente planificada daría cuenta de tales desequilibrios, cuestión que de partida se halla vedada en una sociedad movida por el interés del microempresariado.

Estos hechos, estas contradicciones a la ortodoxia económica, nos hacen pensar que debemos reformular la ley que nos ocupa. No se puede seguir formulando una categoría económica estereotipada que contrasta abiertamente con las inclinaciones de cada empresario. Y así, diremos que si sube la demanda los empresarios pueden ganar más a costa de aumento en la producción sin saturar aquella, y dejaremos sobreentendido la suba de precios si la oferta resulta minimizada. Debe evitarse el postulado: *A mayor demanda mayores precios* .



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Manuel C. Martínez M.


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