Hay un sector de la clase media de nuestro país que no entiende que su nivel de bienestar tiene que ver más con su situación de clase privilegiada en Venezuela que con sus méritos y esfuerzos personales. Entiende que su apartamento en una urbanización del Este, su automóvil renovable cada dos años, sus vacaciones en Miami y el pago de colegios exclusivos para sus hijos son conquistas ganadas de acuerdo a sus méritos personales, válidos en cualquier parte del mundo y que si decidide irse al exterior, quien pierde es el país y no él, que en cualquier parte del planeta tendría su futuro asegurado.
Pero ocurrió que envenenado por la propaganda antichavista decidió ir a otro país y, de inmediato, el nivel de bienestar desapareció: Ni apartamento propio, ni dinero para pagar las clínicas, ni colegios privados. Ni resulta fácil conseguir trabajo de acuerdo a estudios y aspiración. El salario hay que pagarlo con abundantes gotas de sudor. Se consiguen que quienes en un principio los recibieron con muestras de afecto y solidaridad, después terminan escamoteando los encuentros y olvidando los mensajes, quizás embebidos en la dura batalla de sobrevivencia que libran cada día para cubrir sus propias necesidades.
Entonces es el momento de la añoranza. El clima, los pequeños gustos, las arepas, los torontos. La realidad, ese hecho inclemente y despiadado que destruye ilusiones y percepciones torcidas, termina por colocar, aunque sea a medias, los pies sobre la tierra. Y, con ello, las maletas, el retorno, el rayo de lucidez momentáneo que resume la expresión “de ahora en adelante, ningún falsante va a convencerme de que abandone mi país”. Luego, toda la capacidad de racionalización desbordada: “No hay país como mi país; el sol, las playas, la gente, las oportunidades”. Sin embargo, retorna al mismo círculo fuera de realidad: “Con mi rctv no te metas”, “Vamos hacia el comunismo”, “Vivimos una dictadura”, etc.
En las últimas semanas me he topado con cuatro de estos retornados, envueltos en sus contradicciones y ambivalencias: Un abogado, una odontóloga, un ingeniero y un organizador de eventos. Sus cuentos se resumen en un sólo párrafo: Me fue mal. He vuelto con las tablas en la cabeza. En este país, con todos los problemas que pueda tener, es el único país del mundo en donde tengo futuro. Uno de ellos incluso dijo: Lo que más lamento es todo lo que dejé de progresar durante cuatro años de mi vida por hacerle caso a irresponsables.
¿Siempre es así? No. Hay casos en que a los emigrados de Venezuela les va bien, después de un largo camino de esfuerzos y privaciones. Hay casos en que les va bien desde el primer día porque se van del país con abundantes recursos para vivir bien en cualquier parte. Pero, para la masa gruesa de la clase media no hay otra experiencia que la que cuentan estos maltratados por la realidad.
La luna no es pandehorno.
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