Inicio este artículo dedicado a los oscuros jerarcas de la iglesia “Los Purpurados” –haciendo alusión a la palabra protervia (Perversidad, obstinación en la maldad)— porque de eso se trata cuando uno se refiere a estos dizque máximos jerarcas de la iglesia católica venezolana (CEV). Por cierto, indignos representantes del maestro Jesús, aquí en la tierra.
En recientes noticias provenientes de los EU, se dice que los egregios representantes del clero estadounidense pagaron la astronómica suma de 600 millones de dólares (Bs. 774.000.000.000.000), para indemnizar ‘o mejor dicho para acallar a las temibles usinas norteamericanas’ sobre el irreversible daño que se le ocasionó a aquellos ciudadanos (niños en sus tiempo de reclusión cristiano-educativa) que fueron marcados de por vida por sacerdotes pedófilo-pederastas. Y mas reciente por los noticieros, vemos con estupor, lo ocurrido en Argentina con el caso del ex capellán de la Policía Bonaerense Christian Von Wernich, quien es acusado de los delitos de «homicidios, torturas y privaciones ilegales de la libertad», ocurridos durante la última dictadura militar de ese país austral. A este ex sacerdote del clero bonaerense Von Wernich detenido por esta causa desde septiembre de 2003 se le acusa de siete homicidios y 41 casos de privaciones ilegales de la libertad y torturas, ocurridas durante la última dictadura militar (1976-1983).
Estas, y tantísmas muchas ignominias cometidas por los representantes de la iglesia católica en el mundo, son apenas la punta del iceberg, porque para citar alguna de ellas sólo me referiré al caso de Galileo Galilei, quien después de 360 años ( en noviembre de 1992), se publicó que la Iglesia católica había exonerado por fin a Galileo por su «herejía execrable»: asegurar que la Tierra no era el centro del sistema solar. La investigación sobre su figura, que culminó con su exoneración, había durado doce años y medio (¿?)
Una nueva línea de pensadores -Copérnico, Galileo y Kepler- cuestionó en forma directa el dogma de la iglesia en cuanto a la estructura del sistema solar, la matemática referida a las órbitas de los planetas y hasta el lugar de la especie humana en el universo. Como leemos en ‘The Structure of Evil’, de Ernest Becker, la cosmología medieval ponía a la Tierra en el centro del universo como un gran teatro religioso que había sido creado para un gran fin: como el escenario en el que la humanidad ganaba o perdía la salvación. Todo –el clima, el hambre, los estragos de la guerra y la enfermedad— había sido creado estrictamente para poner a prueba la fe. Y para orquestar la sinfonía de la tentación estaba Satanás. Él existía, según afirmaban los hombres de la Iglesia, para engañar nuestra mente, para hacer fracasar nuestro trabajo, para aprovecharse de nuestras debilidades y arruinar nuestra aspiración a la felicidad eterna.
Los que se salvaban pasarían la eternidad en la dicha del cielo. Para los que fracasaban, los que sucumbían a las tentaciones, el destino tenía preparada su condena en los lagos de fuego... a menos, por supuesto, que intervinieran los hombres de la Iglesia. Frente a esa realidad, los individuos de la época no podían recurrir directamente a Dios para pedir perdón o evaluar con exactitud si superaban esa prueba espiritual, pues los hombres de la Iglesia se erigían en guardianes exclusivos de lo divino y trabajaban incansablemente para evitar que las masas tuvieran acceso directo a cualquier texto sagrado. Si aspiraban a la eternidad en el cielo, los ciudadanos medievales no tenían más remedio que seguir los dictados a menudo complicados y caprichosos de los poderosos líderes eclesiásticos. Para empezar, la Iglesia logró presionar a la ciencia para que se concentrara sólo en el mundo material. Muchos de los primeros pensadores, incluido Galileo, fueron condenados o asesinados por los hombres de la Iglesia. Al avanzar el Renacimiento se produjo una tregua inestable. La Iglesia, herida pero todavía poderosa, se obstinaba en adjudicarse exclusiva competencia sobre la vida mental y espiritual de los seres humanos. Aprobaba la investigación científica apenas a regañadientes y los hombres de la Iglesia insistían en que la ciencia se aplicara sólo al universo físico: los fenómenos de las estrellas, las órbitas, la Tierra, las plantas y nuestro cuerpo.
Los excesos y extremos de los hombres de la Iglesia al fin socavaron la credibilidad de la Iglesia. La invención de la imprenta y la distribución entre las poblaciones de Europa tanto de la Biblia como de los libros de la antigüedad llevaron información directa a las masas, lo cual a su vez provocó la revolución protestante.
En la actualidad, estos seudo representantes de la palabra de Jesús ‘El Cristo’, quisieran seguir emulando la otrora iglesia medieval y seguir imponiendo sus deleznables métodos de dominación y subyugación, en un mundo donde la luz de un nuevo siglo ha hecho despertar –en conciencia— a todo un concierto de revolucionarios ciudadanos que se cansaron de aceptar tantas manipulaciones y mentiras, durante tanto tiempo.
No hay que ser muy ducho en acertijos de media noche, para inferir que la decadencia de estos purpurados con falsos crucifijos y falsa dialéctica, son a todas luces los anticristos que se han anunciado en muchas revelaciones para estos tiempos tormentosos de tribulaciones, purificación y limpieza espiritual. Y no hay duda que a la iglesia católica, sus sacerdotes –y más que todo a sus máximos jerarcas purpurados— les llegó su hora de renovarse, por que si no lo hacen los devorará irremediablemente el tremedal de la historia.
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