El hecho de que las masas se hallen poseídas mas que nunca por el deporte y sus campeones, prácticamente obliga a los Científicos Sociales (Sociólogos y Antropólogos) a introducirnos en estos temas tan apasionantes y hacer un esfuerzo para llegar a su comprensión como fenómeno socio-cultural. Actualmente, se habla de una industria del deporte como grupo diferenciado de actividades productoras de distracción, salud, entretenimiento, espectáculo, pasatiempo y, en general, bienes y servicios relacionados con el ocio y la actividad física competitiva y recreativa.
El deporte es capaz de suscitar emociones, entusiasmo e incluso pasión. Como conjunto de representaciones colectivas, el deporte se ha convertido en un sistema de mitos sólidamente estructurado y coherente: el mito de la perennidad del deporte a través de los tiempos (el deporte es ahistórico); el mito del origen primitivo del deporte y de la naturaleza humana (el hombre es un animal deportivo) y el mito del deporte pervertido (el puro deporte neutro ha sido descarrilado, corrompido, confiscado). El espectáculo deportivo alberga también muchos símbolos con los cuales los aficionados y fanáticos se identifican y lo idolatran. Cada conjunto, equipo o campeón tienen un emblema, un banderín, sus cánticos, y hasta firmas comerciales que se apropian de sus proezas. Los estadios, las camisetas de los deportistas, los suelos de los gimnasios, los instrumentos deportivos, todos o casi todos, son asechados por las empresas, las cuales no escatiman el más mínimo esfuerzo para asentar sus firmas en cualquier espacio que sea rentable.
Se comparan a los campeones con dioses, semi-dioses, ángel, príncipes, reyes y superhombres. Por otro lado hay una asimilación hombre-animal a nivel de comparaciones metafóricas, como por ejemplo: Spitz (el tiburón olímpico); Galárraga (el gran gato); Di Stefano (la saeta rubia; Marlene Ottey (la gacela); a un esgrimista (el zorro astuto) Pelé (el rey). En ese sentido, la mitología deportiva lleva a pensar irresistiblemente en un mundo de seres híbridos, superhombres y semidioses que luchan entre sí.Así, estos “dioses” de la vida cotidiana, tienen una poderosa maquinaria industrial que vende su producto (espectáculo) y constituyen parte de una cultura de mercado. El campeón es excepcional porque en su origen no es nada; nada más que nuestro semejante: un individuo cualquiera que se singulariza al arrancarse asimismo de las masas de sus iguales, anónimos y uniforme. Para que el deportista se haya convertido en estereotipo del héroe popular ha sido necesario que su imagen cristalice en una historia que todos puedan contar, una forma de acción a la que cualquiera se podría referir; la epopeya ideal del hombre ordinario y anónimo que, careciendo de todo privilegio de nacimiento, se sustrae al destino colectivo de la masa indiferenciable de sus semejantes y para construirse una historia por si mismo.
Los campeones son héroes populares porque casi siempre proceden de origen modesto. Además, triunfan por procedimientos leales y que parecen asequibles para todos: buenos músculos, destreza, tenacidad y, también, claro está, suerte. Esta elite es punto de referencia, la seducción que ejerce sobre las masas es de tan gran magnitud que se les observa, les sigue, se les imita en sus gestos y hasta en su forma de vestir.Sin embargo, diversos especialistas coinciden en señalar que como espectáculo y mercancía, el campeón es un artículo más que se fabrica, se comercializa e intercambia cuando ya no produce los dividendos que de él se esperan. Asimismo, se recalca que los máximos rendimientos de estos campeones son cortos, aumentando el nivel de riesgo. Por otro lado, se le exigen al campeón nuevas acrobacias, espectacularidad del movimiento o jugada y dificultades extremas por encima de lo humano, lo que pone el peligro su propia vida.
El lema que inspira es el de la moral de competición: esfuerzo, sacrificio violencia y el espíritu mercantilista; el sistema deportivo capitalista detecta, selecciona y manipula a las futuras estrellas, imponiendo valores propios de la sociedad de consumo como: elitismo, la sumisión la obediencia y la privación. Después de haber sacrificado su vida y su salud a ese monstruo devorador que es el deporte de alto nivel, su destino es incierto, en espera de algún favor o en último caso que recuerden sus hazañas. La estrella ha concluido su viaje desde la fama y la gloria hasta su misericordia.
Ante este drama que refleja la vida del campeón en este podrido sistema capitalista, en donde los antivalores (el individualismo, egoísmo, la competencia desleal, el profesionalismo, el éxito asociado a la acumulación de bienes materiales, entre otros) así como la apropiación privada y explotación del deportista, se mantienen también intactas en nuestra estructura deportiva nacional. Negándose a desaparecer por complicidad de funcionarios que ven en esta forma de organización mercantilista más acumulación de capital. El reto que se plantea entonces a nuestros nuevos dirigentes eficientes, eficaces y efectivos, comprometidos con este proceso de cambios en todos sus niveles, es el de romper con esa tragedia impulsando nuevos valores humanistas, queremos un campeón con una riqueza espiritual descansado en la moral, el patriotismo, la solidaridad, el compañerismo, la disciplina; formado íntegramente e incorporado como miembro activo y reproductivo de estos principios en nuestra patria socialista.
Son estos pues, algunos de los desafíos del deporte venezolano en estos nuevos tiempos de revolución. Por ahora, sería importante preguntarle a nuestros dirigentes deportivos, sin son compatibles la dimensión del campeón mercantilista (capitalista) y la dimensión humanística (socialista), sin mencionar ni los derechos de los deportistas como hombres, ni las expectativas de los hombres como deportistas
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