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Hoy quiero hablar sobre el mundo urbano y la violencia actual y, particularmente acerca de los nuevos mecanismos represivos que están proyectando las clases dominantes mundiales, sobre todo la de Estados Unidos, para enfrentar la pobreza, para enfrentar la peligrosidad que tiene la acumulación de población pobre en la ciudad, la amenaza que representa para su dominio y su hegemonía; proyectos que no resuelven el problema de la pobreza si no es matando a los pobres. Haré unos comentarios sobre el mundo urbano en el que vivimos para terminar analizando tales proyectos mundiales.
Nosotros vivimos prácticamente en un mundo urbano caracterizado por grandes ciudades, más bien monstruos urbanos llamados megápolis, verdaderas ciudades inmensas. Hace un año –quizás- el organismo de Naciones Unidas dedicado al estudio de la población emitió una información según la cual se demostraba que la población urbana mundial había rebasado por primera vez en la historia a la población rural, es decir, que la mayoría de la población actual -que ronda los 6.500 millones de habitantes- vive en ciudades y, una parte importante de ella, vive en las megápolis. (Si la población mundial ronda los 6.500 millones de personas, habría que calcular que unos 1.800 millones viven en ciudades y una parte importante de esos millones de personas viven en inmensas ciudades).
Ocurre que nosotros vivimos en un mundo de profunda ignorancia histórica. Y los últimos veinte años de liberalismo, como hemos dicho muchas veces, han convertido esa ignorancia histórica en una especie de norma impuesta a las grandes mayorías y han tendido a mostrarnos que el mundo actual es el que estuvo siempre. Así como quieren hacer ver al capitalismo como el único sistema, el definitivo, que no tiene alternativa alguna y por lo tanto hay que resignarse a él, así vemos que el mundo de grandes ciudades donde vivimos pareciera ser el que ha existido siempre, que las sociedades humanas siempre han vivido en grandes ciudades.
Si queremos tener una visión histórica a largo plazo y de mira amplia para comprender el mundo donde vivimos, empecemos por entender que éste no fue siempre como lo vemos ahora y que el mundo de hoy responde a unos profundos cambios sociales, culturales, tecnológicos, políticos, construidos a partir fundamentalmente de los últimos dos siglos.
Toda la historia humana anterior es una historia rural, una historia campesina en la cual la casi totalidad de la población humana vivió en el campo. Las ciudades -que existieron hasta hace poco menos de dos siglos con alguna excepción- eran pocas y pequeñas. Esas pocas y pequeñas ciudades en buena parte dependían del mundo rural. La integración entre campo y ciudad, vale decir, la dependencia directa de esas ciudades respecto el mundo rural era muchísimo más clara. Sin embargo, durante muchos milenios hubo una contradicción profunda entre mundo urbano y mundo rural porque el primero era el que explotaba al segundo y se notaba muy claramente porque a pesar de ser pocas y pequeñas ciudades, esas ciudades ejercían su explotación, hegemonía y dominio sobre todo el mundo campesino, que formaba la mayoría aplastante de la población en el planeta.
I. Recuento de la historia humana
Esta perspectiva puede mostrarnos mejor la brutal incidencia del mundo urbano sobre la vida de los seres humanos en los dos últimos siglos. Veamos el panorama histórico como hacen los historiadores de la tecnología y de los grandes cambios operados en la historia humana para encontrar que, más allá del plano sociopolítico de las revoluciones políticas (la Revolución Francesa, la Revolución Rusa o antes la Revolución Inglesa y alguna otra revolución del pasado), si examinamos la historia en un plano mucho más profundo que vea la relación de los seres humanos y las sociedades con el ambiente y con los cambios tecnológicos que incidieron prácticamente sobre el mundo a lo largo de muchos milenios, encontramos que a lo largo ese inmenso recorrido de la historia humana sólo ha habido dos grandes revoluciones: la revolución agrícola y otra reciente, moderna, la revolución industrial. Empero, algunos historiadores han planteado que entre la revolución agrícola y la industrial (y mucho más cercana a la revolución agrícola en el tiempo y en los contenidos), hay un tercer hito histórico: la revolución urbana.
Aclaro en qué sentido se trata de “revolución” y mostrar en qué estas son las verdaderas revoluciones de la historia humana. (Repito: no se trata de revoluciones políticas -que son desplazamientos de una clase social por otra para construir una sociedad distinta- sino que se trata de cambios que ocurren a un nivel mucho más profundo, más hondo de la historia).
Se trata de revoluciones totales que afectan la relación del ser humano (de nuestras sociedades) con la naturaleza, con el ambiente y que van generando cambios en todos los planos partiendo de una tecnología que les sirve de base. Ciertos descubrimientos, ciertos avances técnicos comienzan a operar sobre la sociedad, la transforman y esas transformaciones se van difundiendo, aparte de que también afectan lo económico, lo social, lo político, la cultura, los valores ideológicos; es decir, a partir de esos cambios que se han dado en determinados momentos, se han producido cambios profundos en toda la estructura, en toda la concepción, en la capacidad de relación con la naturaleza que antes no habían tenido las sociedades humanas. Se habla entonces de revoluciones totales.
Ahora, si uno examina varios millones de años de la historia humana y particularmente los últimos diez o quince mil años que son los que más interesan, uno se encuentra con que esos procesos revolucionarios no han sido procesos de corto plazo. Todo lo contrario. Han sido procesos que se han generado en varios sitios determinados y se han ido difundiendo –a partir de esos sitios- hasta convertirse en lo dominante en todas las sociedades durante muchos siglos o muchos milenios.
Es más. La propia transformación no es una transformación inmediata sino una de esas que, basadas en los cambios tecnológicos que empiezan a traer implicaciones sociales, comienza a difundirse e incluso se puede difundir a lo largo de varios siglos o milenios. No se trata de revoluciones en el sentido de cambios bruscos o totales, pero sí en el sentido de que, ubicadas en un marco histórico inmenso en los que dos mil, tres mil o quinientos años representan unos cortes importantes; al mismo tiempo esos cortes son importantes en la medida en que sean difundidos y transformen completamente todas las sociedades y después, durante siglos, marquen la pauta.
Por eso se trata de ubicarlas como hitos, como momentos fundamentales en la historia humana y dentro de los cuales se circunscriben por supuesto los cambios sociales, políticos, culturales, que por ocurrir a más corto plazo en un nivel más superficial de lo que cambia, son más fáciles de apreciar y transcurren en un tiempo mucho más rápido, como pasa con las revoluciones políticas. Recordemos que las revoluciones políticas se producen en unos pocos años pero son resultado de fuerzas profundas que se mueven, se acumulan y se expresan a ese nivel de cambios más captables; con todo, el tipo de sociedad permanece siendo el mismo en cuanto a su relación con la naturaleza, en cuanto a sus estructuras más sólidas, más duraderas, más reacias a la transformación, que son las estructuras más profundas.
La revolución agrícola . Los grupos humanos que empezaron a hominizarse, a convertirse prácticamente en seres humanos a través de una secuencia de modelos o de formas hasta lograr lo que se puede considerar una suerte de hominización plena. Por muchos milenios las sociedades humanas fueron únicamente recolectoras. No tenían ninguna capacidad de transformación ni de incidencia sobre la naturaleza. Constituían prácticamente un componente de la propia naturaleza en cuanto a que, para alimentarse (condición fundamental de todos los seres vivos, humanos o no), esas sociedades eran recolectoras de alimentos, de plantas y cazadoras de animales vivos o muertos.
Las sociedades recolectoras se apropiaban de la energía de las plantas y de los animales (energía que es fuente vital para los seres humanos y por lo tanto como sociedades, para sobrevivir) con unas técnicas elementales de piedras afiladas, huesos, para cortar el pellejo, la carne o para cazar los animales con flechas.
La revolución agrícola justamente es el cambio que sacudirá y transformará en un par de siglos a esas sociedades recolectoras para convertirlas en sociedades agrícolas, es decir, en sociedades capaces de utilizar las fuentes de energía controlándola en cierta medida. Todos los historiadores están de acuerdo en que este cambio empezó a operarse en el octavo milenio antes de nuestra era, hace unos diez mil años. Y diez mil años no son nada comparados con la historia de la tierra, comparados con la historia de la vida y con la historia humana, que es mucho más corta (si “veinte años no es nada” en el tango de Gardel, diez mil años tampoco lo son en la visión general de la historia humana).
La revolución agrícola se produjo en el Cercano Oriente, en la India y China. A partir de esos lugares se fue difundiendo y llevó a las sociedades humanas a controlar la energía de las plantas y de los animales, es decir, a poder sembrar las plantas (lo cual significa que fue una revolución que implicó el descubrimiento de la agricultura: aprender a sembrar las plantas y, por lo tanto, a controlarlas para poder cruzarlas, para poder saber cuándo sembrar, cuándo cosechar, etc., y garantizar por esa vía un alimento más seguro, más estable, porque ya no dependía fortuitamente de encontrar las plantas sino de sembrar, cultivar y extraer el alimento). E implicó también la domesticación de los animales: se comenzó a controlarlos para poder regular su crianza (y ya no sólo para cazarlos), para poder obtener leche, carne, pieles, etc., matándolos ocasionalmente pero al mismo tiempo criándolos para que se reprodujeran. (Esa revolución fue muy buena para los seres humanos pero pésima para los animales).
También fue posible utilizar la fuerza de los animales para convertirla en fuerza de tracción, en fuerza utilizable para la producción y esto garantizó por varios miles de años un crecimiento demográfico más seguro pues había más seguridad de alimentación. Salvo que hubiese hambrunas o enfermedades o catástrofes, había crecimiento demográfico. Las sociedades comienzan a hacerse sedentarias porque ya tienen el alimento asegurado, apareciendo entonces los primeros núcleos urbanos, las llamadas aldeas neolíticas. Esta revolución se difundió muy lentamente, en algunos casos duró hasta milenios. Pero por donde se iba difundiendo, iba transformando la relación de los seres humanos con la naturaleza.
La revolución agrícola significó entonces sitios estables donde vivir, crecimiento demográfico más estable, poblaciones un poco más grandes y la posibilidad de crear un excedente económico con cierta regularidad. Y al crearse ese excedente económico empieza a producirse en las sociedades humanas una estratificación social. Comienzan a aparecer las clases sociales en la sociedad humana: sectores de la población se las arreglan para liberarse del trabajo directo de la producción para poner a otros a trabajar para ellos. Esos grupos pasan entonces a constituir las clases dominantes que se apropian del excedente, se apropian de la mayor parte de los recursos y comienzan a poner a trabajar a las mayorías en beneficio de ellos, que son la minoría. De tal manera que la historia de la explotación humana se cimienta en la revolución agrícola. Se produce un desarrollo de la división social del trabajo, van surgiendo sociedades más complejas, más estatificadas y caracterizadas por un proceso de aparición de la propiedad privada, las clases sociales y la explotación de las mayorías por las minorías.
La revolución urbana . En ese período de la historia es que se inserta la llamada revolución urbana y consiste en que esas propias sociedades agrícolas, a medida que se van desarrollando, difundiendo y perfeccionando, perfeccionan también la agricultura (por ejemplo, agricultura de regadío utilizando la energía de los ríos, uso de riegos, de canales, etc.), la ganadería y así, en los milenios siguientes, el resultado en muchos casos es que al profundizarse y enriquecerse los resultados de esa revolución (permaneciendo como una clase agraria porque depende básicamente de la agricultura), se garantizan unos excedentes mayores, una acumulación de riqueza y se va pasando de las pequeñas aldeas neolíticas a las verdaderas ciudades (recordemos: para los parámetros de entonces que no tienen comparación con los actuales).
Aumentan las riquezas acumuladas, aumenta la estratificación social. Y ya no sólo se usan como fuente de energía los animales sino que también se empieza a utilizar a los propios seres humanos como fuente de energía. Esas primeras sociedades urbanas generan otro nivel peor de explotación (que no es solamente la diferencia de clases y de quienes se apropian del excedente y de quienes trabajan para las minorías). Se hace necesario para el crecimiento y beneficio de esas minorías (disfrazado de beneficios de todos) utilizar como mano de obra, como fuerza de trabajo, a un sector de la propia población urbana.
Ese tipo de revoluciones urbanas se acompaña de la esclavitud y, más adelante, de la servidumbre. Una parte de los seres humanos pasan a convertirse en fuerza de trabajo plena para que las minorías se enriquezcan utilizándolos como esclavos o como siervos.
Por otra parte, la revolución urbana conlleva muchos cambios: se desarrolla la metalurgia; de la piedra se va pasando a los metales (bronce, hierro); se desarrolla el arte militar; al domesticar los caballos se pueden utilizar para la guerra o el combate (el caballo acompañó al guerrero a lo largo de muchísimos siglos); se crea la escritura porque es necesario empezar a controlar los ingresos y luego se le va dando un uso cultural; se comienza a generar el conflicto que opone a esas ciudades o núcleos urbanos al campo, que continúa siendo el sector más explotado. De tal manera que no sólo hay explotación dentro de las propias ciudades sino que continúa la explotación del campo por la ciudad.
Esa ha sido la historia humana prácticamente de los siete u ocho milenios que siguen a esa revolución agrícola, convertida luego en revolución urbana. Y esas revoluciones generan a casi todas las sociedades de la Antigüedad, las sociedades de la Edad Media y del Renacimiento, etc., hasta hace casi unos dos siglos.
A pesar de que las sociedades urbanas llegan a tener algunas grandes ciudades, comercio, desarrollo, intercambios internacionales, etc. (continúan siendo sociedades fundamentadas en el campo dependientes de la agricultura y de la ganadería) la mayoría de la población humana ha vivido en el campo y las ciudades, núcleos urbanos con una pequeña parte de la población mundial, cuando más con un 20%. Por ello casi todos los historiadores prefieren ubicar la revolución urbana como parte de la revolución agrícola porque en el fondo, a pesar de todo el desarrollo urbano que produjo la revolución urbana, las sociedades siguieron siendo rurales hasta hace prácticamente dos o dos siglos y medio, que es cuando se produce un cambio fundamental en la historia humana conocido como la revolución industrial.
La revolución industrial . En términos de clase, la revolución industrial expresa el triunfo del capitalismo, el triunfo de la burguesía. Pero ese dominio de la burguesía (que generará la clase obrera porque necesita a unos trabajadores libres asalariados) va generando en ese contexto industrial urbano la posibilidad de revoluciones anticapitalistas y la construcción de sociedades que apunten hacia el socialismo.
Lo que me interesa destacar por ahora es la base técnica como característica específica de la revolución industrial: la utilización de sistemas de máquinas. Antes ya se habían inventado algunas máquinas para algunas tareas pero no se habían utilizado sistemáticamente. Se trata ahora de la utilización de sistemas de máquinas, los denominados “convertidores de energía” que ya no utilizan la energía animal ni la energía humana como ocurría en las sociedades agrícolas sino que se trata de energía inanimada, energía liberada. Por ejemplo, el carbón, el petróleo, el gas, la electricidad o la energía nuclear, que mueven esos sistemas de máquinas.
Esto no excluyó la participación humana e incluso la participación de animales para mover las máquinas pero lo que deseo señalar es que el crecimiento inmenso que caracteriza el mundo industrial sería imposible si solamente dependiera de la fuerza de trabajo humana y de las tecnologías primitivas que existieron hasta hace dos siglos.
Aparte del hecho (avasallante) de que la revolución industrial genera y genera nuevas transformaciones, nuevos y nuevos cambios, día a día nuevas invenciones, nuevos y nuevos aparatos, lo que significa consumismo, explotación, saqueos y todo lo que sabemos. (Pero no me muevo en ese plano sino en lo que representó eso como cambio). El uso de una energía prácticamente inanimada no utilizada sistemáticamente hasta entonces es lo que permite un desarrollo tecnológico tremendo a través de esos sistemas de máquinas y hace posible una creciente capacidad de desarrollo tecnológico. Desarrollo tecnológico que hasta bien entrado el siglo XX se creía ilimitado. El hombre -como se repetía entonces- es el dueño de la naturaleza, la domina y la somete a sus deseos.
Desde hace casi medio siglo vemos el desastre en que se ha convertido esa revolución industrial tanto en su variante capitalista como en su variante socialista de la Unión Soviética. Una verdadera locura pretender que el hombre se había despegado de la naturaleza, olvidando que es parte de ella y que no puede destruir el ambiente (lagos y mares enteros por ejemplo) porque el ambiente en que vive es la garantía de que siga viviendo.
Pero regreso a la significación de los cambios tecnológicos rápidos que produjo la revolución industrial y a la posibilidad real –que se pensó- de crear una sociedad de abundancia de recursos en la cual desapareciera la escasez, la miseria, la hambruna, en la cual se eliminara la terrible posibilidad de que los seres humanos se mueran de hambre ya que hay capacidad de producir todo lo que necesitan, y más.
El problema de estas revoluciones es que no se han hecho para beneficiar a la humanidad sino siempre para beneficiar a una minoría. Es el capitalismo brutal, salvaje, el que controla esas riquezas y tenemos hoy un mundo donde la gente se sigue muriendo de hambre, de enfermedades prevenibles, donde la exclusión es terrible, la miseria sigue siendo espantosa, la desigualdad crece todos los días simple y llanamente porque las ventajas de esos cambios se las apropia una minoría, como ha pasado desde la revolución agrícola en adelante.
Ese es el cuadro. La revolución industrial comenzó en Inglaterra a fines del siglo XVIII, se expandió por toda Europa, a Estados Unidos, a Japón en el siglo XIX y, en el siglo XX, prácticamente se expandió por el resto del mundo generando nuevos procesos, nuevas tecnologías. Lo que quiero destacar es que esa revolución industrial es la que ha hecho posible el movimiento masivo de la población del campo a la ciudad; la revolución industrial cambió la relación entre población urbana y población rural, haciendo que la población urbana vaya creciendo cada día y la población rural vaya disminuyendo cada vez más.
En realidad, ese movimiento masivo ha sido un fenómeno espantoso, monstruoso desde el punto de vista humano porque tuvo como condición previa la ruina de los campesinos, la destrucción de sus culturas, el destrozo y saqueo de sus medios de producción, de sus recursos. Los volvieron miserables y entonces, al convertirlos ya en miserables, les ofrecían las ciudades donde los esperaban los capitalistas con las empresas, con los medios de producción, para convertirlos en esclavos en las fábricas como obreros asalariados.
Este es el fenómeno que desde el punto de vista del crecimiento capitalista denominó Marx en El capital como “acumulación originaria de capital”.
De tal manera que en medio de esos profundos cambios sociales y políticos la población se fue desplazando del campo a las ciudades y fue acumulándose en las ciudades. Se desplazó justamente porque la revolución industrial estuvo ella misma precedida por otra revolución agrícola, es decir, por unos cambios tecnológicos importantes en la agricultura que permitieron que, con menos mano de obra, se produjeran más alimentos para las ciudades. No olvidemos que las ciudades son sitios parasitarios porque no producen alimentos. Las ciudades producen mercancías de cualquier tipo, pero no alimentos. Continúan dependiendo del campo y seguirá siendo así (a menos que ellas mismas se vuelvan campesinas). ¿De dónde vienen la carne, los cereales, la leche? Del campo. Las ciudades simplemente se lo comen, lo consumen. Y la monstruosidad del mundo actual es que hay países donde la mitad de la población está metida en una ciudad consumiendo lo que produce la otra mitad de la población –o menos de la mitad- en el campo.
La revolución industrial estuvo precedida por cambios revolucionarios en la agricultura que permitieron –con tecnologías más avanzadas- producir lo que las ciudades necesitaban y por tanto que hubiera mano de obra sobrante de la gente que, al no poder sobrevivir de la agricultura en el campo, se vio obligada a ir a las ciudades a convertirse en mendigos y miserables.
Pero en todo caso es el gran hito último de la historia: una revolución industrial que ha transformado a fondo por completo el mundo y que es lo que la mayor parte de los seres humanos del mundo creen ahora que siempre ha sido así, olvidando milenios de historia. La revolución industrial permitió la transformación tecnológica con todas sus implicaciones sociales, culturales, políticas, ideológicas, que construyó el mundo moderno, ese mundo conflictivo y contradictorio donde vivimos y hizo posible finalmente que surgieran verdaderas grandes ciudades, los verdaderos monstruos urbanos.
Y así llegamos a las sociedades de hoy mayoritariamente urbanas.
El crecimiento urbano fue considerado por los políticos, los historiadores, los ideólogos, durante todo el siglo XIX y una parte del XX, como expresión y símbolo de la revolución industrial (concretamente del capitalismo), de las nuevas sociedades industriales. Y así de las pequeñas y pocas ciudades del pasado se pasó a las grandes urbes industriales. Europa y Estados Unidos se convirtieron en los centros donde se encontraban las ciudades más grandes, más importantes y más ricas del mundo. Esas ciudades en el siglo XIX y el XX fueron por supuesto centros de desigualdad y de violencia y de miseria; y particularmente lo fueron en el XIX.
Y ese desarrollo humano significó arruinar el campo, arruinar la artesanía y obligar a los artesanos y a los campesinos arruinados a convertirse en mano de obra asalariada, a concentrarse en las ciudades, a vivir en tugurios, a pasar hambre y las situaciones más espantosas.
Los pensadores, políticos y escritores del siglo XIX nos han mostrado datos y ofrecido descripciones, relatos, sobre cómo era aquella espantosa miseria que acompañó el triunfo del capitalismo, el desarrollo industrial (que continuó siendo beneficioso para una minoría, pero arruinó, aplastó y condujo a las grandes mayorías hacia la miseria más injusta).
Los informes del Parlamento Británico por ejemplo sobre la vida de los pobres, de las clases trabajadoras en Londres durante la primera mitad del siglo XIX, son impactantes. El libro de Engels, Situación de la clase obrera en Inglaterra en 1845 (que utilizó muchos de esos informes del Parlamento) es un documento terrible que vale la pena leer para informarse sobre las verdaderas condiciones de miseria en que vivía la mayor parte de la población en Inglaterra, y eso se proyectaba a otras partes de Europa. Marx, en El capital, dejó varios capítulos impresionantes (tomando como base también los informes del Parlamento Británico) sobre la miseria de los trabajadores. Charles Dickens dejó varias novelas que muestran ese terrible mundo urbano, entre otras, Oliver Twist; Gustavo Doré dejó unos impactantes grabados sobre los barrios de Londres hacia los años sesenta y setenta del siglo XIX y Emilio Zolá dejó novelas inolvidables, como Germinal, documentos realistas acerca de la terrible miseria en que vivían las masas trabajadoras, desempleadas y marginales en aquella Europa del siglo XIX.
Esa injusticia por supuesto se tradujo en violencia y en revolución o conflictos violentos: la Revolución de 1830, la Revolución de 1848 en toda Europa, la Comuna de París y otras revueltas urbanas que llevaron incluso a modificar la topografía de las ciudades, eliminando los tugurios para construir grandes avenidas (no sólo para embellecer las ciudades sino también para que pudieran circular las tropas con más facilidad, como dijo Engels en una ocasión).
El hecho es que esas ciudades llenas de miseria, de profundas desigualdades entre una minoría de ricos y una mayoría de pobres rebeldes, inquietos, fue calmándose poco a poco. A fines del siglo XIX comienza un proceso de transformación urbano en Europa y en Estados Unidos que se basó en el colonialismo capitalista, sustentado en que los centros grandes del poder dominan como colonia la resto del mundo, lo saquean, le roban las materias primas, lo explotan, sacan la riqueza; y esa riqueza concentrada por la vía del colonialismo y el imperialismo en las grandes potencias europeas y en Estados Unidos, crece sin cesar acumulando una riqueza enorme. Y los capitalistas inteligentemente entienden que si quieren evitar la revolución en Europa y en Estados Unidos, tienen que ceder una parte de esa riqueza acumulada y robada en el Tercer Mundo y la periferia, a los trabajadores del centro, a los obreros asalariados de sus propias ciudades, para no perderlo todo.
Y mataron dos pájaros de un tiro porque justamente al redistribuir una parte de esa riqueza, bajó la conflictividad de los trabajadores, de los sindicatos, de los partidos revolucionarios, y además en Europa y aún más en Estados Unidos el reformismo empezó a desplazar a la revolución. Y entonces la revolución tuvo que desplazarse hacia la periferia de las ciudades porque en la periferia fueron acumulándose con el capitalismo dependiente, con esa caricatura de capitalismo que generó la dominación imperialista en estos países, fueron acumulándose en la periferia cada vez más la desigualdad, la miseria, el saqueo del campo y la acumulación de pobres.
De tal manera que el fenómeno que se ha ido perfilando hasta ahora, sobre todo en el curso de la segunda mitad del siglo XX, es que las ciudades del mundo desarrollado de Europa y Estados Unidos lograron controlar su crecimiento tanto el crecimiento urbano propiamente dicho como el crecimiento demográfico general con mecanismos de control de natalidad para evitar un aumento desproporcionado de la población. Estabilizaron su crecimiento demográfico y así redujeron la conflictividad social.
Europa siguió estando poblada de grandes ciudades pero ya no demasiado grandes salvo algunas excepciones que se habían convertido -desde antes- en grandes ciudades como Londres, París (Nueva York o Tokio). La mayor parte de las ciudades europeas resultaban ser más pequeñas, con más o menos dos o tres millones de habitantes y no pasaban de ahí; es decir, ciudades bastante controlables no sólo por ser más pequeñas sino sobre todo porque en ellas se había atenuado la desigualdad social. Los sectores populares vivían ahí un poco mejor volviéndose reformistas al poco tiempo y no queriendo revolución ni demasiado problema al tener unas condiciones de vida más aceptables.
Todo ello fue producto del colonialismo, del imperialismo, del saqueo de estos países. Y continuaron con el modelo de que las ciudades eran símbolo de la revolución industrial, del industrialismo, del capitalismo, pretendiendo presentarlo como el modelo a seguir.
Pero ocurre que en la segunda mitad del siglo XIX la situación comenzó a invertirse. Con la expansión mundial del capitalismo, habiendo destruido por completo las economías de los países más pobres de Asia, África y América Latina (regiones donde además se estaba desbordando el crecimiento demográfico porque la medicina había logrado erradicar algunas enfermedades que mataban a mucha gente, y así en la natalidad propia de esos países más pobres -con una tasa de natalidad mucho más alta- al bajar la mortalidad, ese Tercer Mundo logró un crecimiento poblacional muy grande. Entonces, mientras que la población en los países ricos crecía de una manera controlada, en los países más pobres la población se desbordaba. Así, donde había más pobreza y miseria, había también más crecimiento demográfico y con ello más pobreza y más miseria todavía.
Y como había ruina del campo por el saqueo y atracción de las ciudades porque había más esperanza de vida, las ciudades del Tercer Mundo empezaron a crecer sin parar de forma brutal. Las grandes masas campesinas se desplazaron hacia las ciudades, el crecimiento demográfico aumentó todavía más la población de las ciudades, y en la mitad de siglo que acaba de terminar, el urbanismo (que en centro estaba controlado y más o menos regulado) se desbordó en la periferia. De esta forma las ciudades dejaron de ser el símbolo de la prosperidad, el símbolo del progreso y del capitalismo y se convirtieron en grandes problemas.
II. De las diecinueve ciudades más grandes del mundo, quince de ellas pertenecen al Tercer Mundo
Las ciudades del Tercer Mundo son ciudades de campesinos arruinados, de pobres, de miserables; y se convirtieron en las ciudades más grandes del mundo, verdaderos monstruos urbanos incontrolables. Los datos del año 2000 de Naciones Unidas -con una proyección para el 2015- son escalofriantes. Concretamente datos de 2000: la primera ciudad más grande del mundo sigue siendo Tokio pero la segunda es México, con 18 millones de habitantes; la tercera, Bombay, con 18 millones; la cuarta, San Pablo, con 17.8; la sexta, Lagos en Nigeria, con 13.4; octavo lugar, Shangai, con 12.9 y Calcuta, 12.9; Buenos Aires con 12.6; le sigue Dhaka, capital de Bangladesh, con 12.3; después Karachi, en Pakistán, con 11.8; Delhi, capital de la India, 11.7; Jakarta, capital de Indonesia, con 11; Manila con 10.9; Pekín con 10.8; Río de Janeiro con 10.6 y El Cairo con 10.6.
De las diecinueve ciudades más grandes del mundo, quince de ellas son ciudades del Tercer Mundo. De tal manera que hoy el mundo urbano es el mundo de la pobreza, del atraso, de la conflictividad y no es ningún mundo de la prosperidad como lo pintan. Encima de todo, con la globalización que ha difundido la miseria, la injusticia y la desigualdad, también se han difundido mecanismos internacionales que permiten y facilitan la circulación (al menos desde el punto de vista técnico porque políticamente la reprimen), se ha producido un fenómeno adicional: el desplazamiento de los pobres del Tercer Mundo hacia el Primer Mundo para tratar de vivir mejor allá. Como gran parte de estos países fueron colonias del Primer Mundo, los pobres de ese Tercer Mundo se movilizan hacia las antiguas metrópolis. Encontramos entonces que no solamente las ciudades del Tercer Mundo están llenas de conflictos, desigualdades, miseria y explosiones sociales latentes, sino que una parte importante de la población creciente del Tercer Mundo se desplaza hacia el Primero. En consecuencia, a los explotadores del centro se les echó a perder el negocio porque ahora sus ciudades tan bonitas, tan limpias y acomodaditas, tan reguladas, se les están ensuciando, se les están echando a perder por los pobres que ellos mismos atrajeron en un tiempo pasado.
Recordemos que la población europea dejó de crecer mucho tiempo por el control de la natalidad, que hubo un envejecimiento de la población (pasa también en Japón) y eso significó que necesitaban mano de obra barata porque los trabajadores europeos ya no querían hacer los trabajos “sucios” como barrer las calles, destapar cloacas, etc., y para esto atrajeron a los negros africanos, los musulmanes del norte de África, a pakistaníes, hindúes, filipinos, chinos o vietnamitas. En fin, atrajeron inmigración que controlaron al principio pero después se les comenzó a desbordar a medida que crecían por una parte la miseria en el Tercer Mundo y por la otra, las posibilidades de desplazarse hacia Europa y Estados Unidos; y esa población fluyó masivamente hacia los centros urbanos.
Hoy es un fenómeno prácticamente imparable que ha llevado al egoísmo de los europeos y al racismo y arrogancia de Estados Unidos a rodearse de muros, de fortalezas y alambradas. Estados Unidos construye actualmente un muro en la frontera con México para impedir que los mexicanos y los centroamericanos fluyan hacia allá. Los europeos (que tuvieron el muro de Berlín) más bien controlan el flujo por distintas vías como la represión (todos los días vemos imágenes de africanos cruzando el estrecho de Gibraltar para llegar a España).
III. El problema urbano se convierte hoy en un problema central para la humanidad.
Las grandes ciudades del Tercer Mundo y también las del Primer Mundo se han convertido hoy en centros de una alta conflictividad social. Hace dos años vimos una explosión popular en los barrios de París y hemos visto explosiones similares en otras grandes ciudades, hemos visto conflictos sociales en Londres, en Italia, un racismo profundo contra los turcos en Alemania, contra los africanos y latinoamericanos en España, contra los africanos en Italia, contra los argelinos, marroquíes y tunecinos en Francia...
Hoy el mundo urbano es el mundo de la conflictividad, de la injusticia, de la desigualdad repito y, en el caso de los países ricos, el mundo de racismo y la represión contra la población de los países que ellos colonizaron, que ellos saquearon durante siglos y que ahora fluye masivamente hacia sus mega centros urbanos con la esperanza de vivir un poco mejor de como viven en sus países de origen, arruinados y destrozados por el colonialismo. (un ejemplo entre centenares: los centroamericanos huyen hacia Estados Unidos, siendo éste el país que los ha saqueado durante un siglo). Ahora Europa y Estados Unidos se cierran, reprimen y tratan de impedir esa afluencia poblacional.
Lo que quiero decir es que las ciudades hoy son un problema por todo el planeta. Y nuestras ciudades llenas de pobres y de conflictividad, a veces generan procesos revolucionarios. En Venezuela, el Caracazo fue punto de partida para la Revolución Bolivariana; en Ecuador, las movilizaciones indígenas fueron parte del proceso que condujo al triunfo de Correa; los movimientos indigenistas urbanos y rurales, particularmente El Alto, fueron un elemento fundamental en el triunfo presidencial de Evo Morales. Ciertamente mucha de esa conflictividad urbana ha permitido, ha servido de base, a cambios revolucionarios.
Pero al lado de esa conflictividad, hay otra conflictividad desbordada que no tiene principio porque el liberalismo acabó con los partidos, con las ideologías, y entonces la violencia (que antes se canalizaba hacia la revolución por vía de los partidos revolucionarios) se desbordó en violencia inmediatista que trata de matar a la mujer que cruza la calle porque es un blanco fácil para robarle la cartera o matar a alguien para quitarle el celular. Esa violencia criminal desatada, ciega, es uno de los componentes trágicos de nuestro mundo moderno y está presente en esta Revolución Bolivariana porque nuestra Revolución, a pesar de que ha hecho esfuerzos, todavía no ha logrado el control de esa violencia desbordada que genera inseguridad y conflictos de todo tipo.
Aunque en menor grado, lo mismo sucede en las grandes ciudades europeas y estadounidenses. Por ejemplo, Nueva York, que aparece en quinto lugar y Los Ángeles, en séptimo, esas dos ciudades no son ya del Primer Mundo sino del Tercer Mundo porque son ciudades llenas de pobres, de conflictos y de explotación. Es decir, las mega ciudades del Primer Mundo se tercermundizaron también. Y si se toma en cuenta que Londres, París y otras ciudades europeas también tienen esos conflictos, el problema urbano se convierte hoy un problema central para la humanidad.
Justamente las clases dominantes de Europa y en particular las de Estados Unidos, frente a ese problema de que la pobreza y la desigualdad en las ciudades crece sin poder ser controlado, que la violencia se desborda por todos lados (culpa de sus propias políticas neoliberales hambreadoras y de la disolución de las luchas políticas), esas clases dominantes están reaccionando como sólo saben hacerlo: preparando una violencia mucho más brutal contra los pobres de las ciudades.
Esas clases dominantes están preparando mecanismos tecnológicos y militares para reprimir precisamente a la población conflictiva de sus propias ciudades, y no solamente a la población conflictiva de las mega ciudades del Tercer Mundo.
Alberto Piris en un artículo titulado “La guerra en los suburbios” (rebelión, 19 de octubre de 2007), me dio la idea de hacer este repaso sobre el mundo urbano actual. En esencia, lo que trata de mostrar Piris es que las próximas guerras van a tener mucho que ver con ese mundo urbano, con ese mundo de injusticia que caracteriza a las grandes ciudades. Escribe Alberto Piris:
“(...) Más de mil millones de personas (acoto yo: en realidad más de mil ochocientos millones) habitan ya en los degradados cinturones suburbiales de las grandes capitales del mundo, cifra que crece al ritmo de unos 25 millones al año. Si a esto se une el hecho de que son esos suburbios el lugar donde con más facilidad anidan y se multiplican algunos modernos factores de inestabilidad que afectan a toda la humanidad (fanatismo, miseria, opresión, explotación, etc.), las perspectivas que esto presenta son harto preocupantes.
En Estados Unidos se estudia ya cómo hacer frente a este nuevo tipo de guerra. El investigador estadounidense Nick Turse escribe: El Pentágono ha decidido prepararse para cien años más de guerra contra los diversos núcleos de los inquietos y oprimidos pueblos de los suburbios. Sus expertos —afirma— se disponen a afrontar una lucha interminable que la Historia les indica que nunca podrán ganar, pero que producirá enormes destrucciones, desestabilizará naciones enteras y acarreará más y más muertes de personas inocentes.
Su famosa DARPA (Agencia para Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa de Estados Unidos) ya estudia los nuevos instrumentos necesarios. Vehículos aéreos de observación, muy pequeños y no tripulados, que puedan cubrir el cielo de las ciudades y transmitir información instantánea a los mandos militares. Instrumentos para observar a través de muros y paredes y permitir penetraciones rápidas en todo tipo de edificios. Armas que en vez de afectar solo a individuos aislados produzcan simultáneos efectos paralizantes en grandes aglomeraciones. La imaginación no tiene límites.
No hay que ser muy suspicaz ni mal pensado para sospechar que el desarrollo de tácticas e instrumentos para controlar multitudes suburbiales hostiles en países extranjeros puede tener también aplicaciones de índole puramente local, al servicio de la seguridad de los Estados. La dinámica investigadora en este campo procede, por tanto, no solo de los ejércitos sino también de las fuerzas policiales, en una peligrosa sinergia multiplicadora, sin olvidar los intereses de las grandes corporaciones prestas a fabricar y vender los nuevos instrumentos bélicos de tan universal aplicación.
(y termina Piris con esto):
Que la guerra en los suburbios pueda ser la sucesora de la guerra nuclear en las preocupaciones humanas es un claro síntoma del desquiciamiento que parece aquejar hoy a vastos sectores de la humanidad”.
Particularmente a las clases dominantes de Europa y de Estados Unidos, agrego yo, dispuestas a cualquier cosa para garantizar su poder. Y me permito corregirlo aquí porque Piris sostiene que la guerra de los suburbios pueda ser la sucesora de la guerra nuclear; pero se estará refiriendo a la guerra nuclear en grande como Hiroshima y Nagasaki, y no a la guerra nuclear en pequeño (ya que Estados Unidos ha desarrollado unas pequeñas bombas nucleares que se pueden lanzar en sitios urbanos produciendo una matanza mucho más restringida, no será ya de centenares de miles de personas sino de unos cuantos miles, pero eso sí, difundiendo una radioactividad que operará durante siglos o milenios en contra de la población viviente.
Esa es la perspectiva planteada por los organismos represivos de Estados Unidos en combinación con las grandes corporaciones para defender el poder de éstas, para seguir haciendo dinero con los armamentos, para inventar armas cada vez más destructivas y nocivas –y sobre todo localizadas- y para intentar enfrentar un fenómeno espantoso que ellos mismos produjeron con su explotación, su injusticia y su miseria humana. (Insisto: hoy la humanidad hubiera podido estar libre del hambre y de la miseria y, sin embargo, hoy es más miserable y desigual que nunca).
He comentado cómo esas clases dominantes han provocado graves injusticias y desigualdades que han acarreado una conflictividad que (recordemos el caso del aprendiz de brujo) se les fue de las manos y actualmente no tienen cómo controlarla y apelan a lo único que saben hacer: la represión, la violencia y la matanza contra los pobres de las ciudades.