Hasta el momento en que Zapatero le sugería al presidente Chávez más moderación en sus comentarios respecto de un hombre elegido por todos los españoles como presidente de la república, paso y digo que el presidente Chávez no las tenía todas consigo, pues hasta ese punto se veía constreñido por el inapelable paradigma del arte de la diplomacia, que ensalza otros procedimientos de guerra diferentes a decir la verdad crudamente, aun cuando esta sea flagrante y de indignante repercusión, como es que Aznar es un fascista y que la tiene cogida contra el pueblo venezolano. Todo en el espíritu de un protocolo que, prototípicamente, ha servido nomás para que los más poderosos sigan abusando "educadamente" de aquellos a quienes pretenden mantener bajo control, maquillando siempre las realidades.
Pero cuando el señor feudal, Juan Carlos de Borbón, abrió las fauces en la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, señalando bélicamente con su dedo índice al presidente venezolano, y chillando "¿Por qué no te callas?", la tortilla se volteó inmediatamente y dio la oportunidad para que Hugo Chávez, ya no en nombre de Venezuela sólo, sino de la América independentista toda, obtuviera una brillante victoria dialéctica, rematada con el martillo de las ideas luminosas, en palabras de José Gervasio Artigas: "Con la verdad ni ofendo ni temo". Acaudilló el monarca sus anacrónicas huestes del vasallaje, que hacen del recuerdo de la opresión colonial un concepto de nobleza; concitó el presidente venezolano en su entorno el aura y voluntad de los espíritus revolucionarios de todas las épocas, prestos a desembarazarse de cualquier subyugante dominio.
La jugada le salió redonda al presidente Chávez, porque la circunstancia le permitió propinar un estacazo doble al debilucho paradigma de la diplomacia como arte de la mentira, que cobra mayor expresión en estas reuniones de lenguajes torcidos, donde los mandatarios salen a dormirse entre sí con helénicas técnicas oratorias: esencia y forma recibieron lo suyo. Un problema de fondo, como la hipocresía del apoyo a un golpe de Estado suscitado en Venezuela en 2.002, reventó el ensogado de la "buenas maneras", y no precisamente a promoción de quien es víctima del atentado, sino por los victimarios mismos, es decir, el rey Juan Carlos de Borbón y el ex presidente José María Aznar, golpistas declarados.
De manera que el mensaje es simple, como bien se corresponde por quien intenta trocar la opresión por igualdad y libertad, y me refiero aquí todos pueblos cuyos liderazgos implementan cambios en sus vidas: el paradigmático arte de la diplomacia, que obliga a unos a la cortesía de oír de otros su sofisma sobre una realidad tan avasallante como indignante, parece andar herido de bala o con una pedrada en el ala. El presupuesto revolucionario de los cambios va más allá de invertir esencias y se extiende a los formatos, a los usos, viejos papeles extensivos del dominio opresor, del establishment, concretados en el evento de una cumbre, reunión de la OEA o la ONU. Sin hipocresía, háblese de los puntos –se diría-, lo cual no excluye el arte de la diplomacia, aunque en una nueva acepción, a saber: "Habilidad, sagacidad y verdad", en condiciones de igualdad durante la discusión.
La propuesta del presidente nicaragüense, Daniel Ortega, enfoca sin vacilación la linterna de las reformas cuando propone la creación de una organización "iberoamericana", sin la presencia de los EEUU y sin la exclusión de Cuba, que hable sólo de nuestros problemas e idiosincrasia, abogando por la sinceración de un discurso que tradicionalmente ha soslayado los problemas.
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