La oposición no tuvo que trabajar demasiado, esta vez, para “ganarle una Chávez”. El miedo al socialismo fue la causa de la primera gran derrota electoral que recibe el presidente Hugo Chávez en nueve años, desde las elecciones presidenciales de 1998. Y la abstención de los chavistas fue la manifestación pública de ese miedo.
Noventa años de publicidad contra el socialismo, contados estos desde el inicio de la revolución rusa, en 1917, han surtido hoy efecto en Venezuela; así como los casi cincuenta años de propaganda “negra” de Estados Unidos contra Cuba, y el fracaso de los socialismos reales en Europa Oriental y en otros países. También habría que contar el ataque sistemático de la clase dominante en Venezuela durante el primer ensayo de gobierno popular de los adecos, (acusados de comunistas) entre 1945 y 1948, al que le pone fin la dictadura de derecha de Carlos Delgado Chalbaud y de Marcos Pérez Jiménez. Lo interesante de esto último es que los mismos adecos del 45, ya envejecidos, ya derechizados, ya al servicio de Estados Unidos, propiciaron a partir de 1958 el miedo al comunismo y a los militares.
Desde niños somos amansados con el miedo a lo desconocido, a lo “malo” y a lo “feo”. Ya de adultos, la administración del miedo se ha convertido en la manera más eficaz para controlarnos en las democracias hechas a la medida del capitalismo, la llamada “democracia occidental”, donde desde el poder se fingen todas las libertades con la misma entereza que se ocultan todas las sutilezas con las que se domina el pensamiento.
Más de tres millones de chavistas se quedaron en casa. No votaron a favor de la reforma constitucional. Tampoco votaron contra Chávez. Surtió efecto la baratija que escuché a algunos amigos de la oposición: “votando contra la reforma, no votan contra Chávez”, decían con ese tono “conciliador” que, sin duda, agarró a más de uno.
Quienes queremos vivir en una sociedad más justa que la sociedad capitalista, tenemos que salir en busca de una de las empresas más complejas: el titánico esfuerzo por desenmarañar la confusión. A Chávez lo derrotó la guerra de cuarta generación. Ése es el enemigo, para allá hay que apuntar.