Los pollos que está enumerando el oposicionismo con miras a las próximas elecciones para alcaldes y gobernadores, la llevarán a otra segura decepción. No sólo por contar los “píos píos” antes de nacer, sino por partir para sus cálculos de los engañosos resultados del referéndum del 2 de diciembre. No es lo mismo votar por un cargo que por un concepto, por una persona que por una norma, por un cambur que por una reforma. Ya Ramos Allup se lo dijo bien claro: dejen de estar fantaseando, no sean ilusos.
Sobre las causas de su derrota los chavistas han lanzado las más variadas como insólitas hipótesis, desde las dialécticas y conceptuales hasta las paranoicas y frigoríficas. Para unos, la política comunicacional carga con la culpa. Otros la endilgan a la falta de una organización política y electoral, pues aunque el MVR murió, el PSUV no ha nacido. Hay quienes cargan todo el barranco a la cuña del carnicero, en una suerte de aproximación frigorífica al asunto. Y no faltan los que asoman un oxímoron, esto es, el chavismo sin Chávez.
A lo mejor hay de todo un poco para sumar un pocote, pero ninguno de esos factores hizo que tres millones de chavistas dejaran de concurrir a las urnas electorales. En una reforma o cualquier texto legal sometido a consulta popular, la apuesta entre bolivarianos y oposicionistas está en su capacidad para movilizar a sus votantes duros. En esta oportunidad, la oposición logró ese objetivo y, lo que es peor, al No se sumó una buena cantidad de electores chavistas.
Los tres millones de bolivarianos ausentes el 2-D tampoco se movilizarán todos para las elecciones de alcaldes y gobernadores, pero sí los suficientes como para torcer los eufóricos cálculos de la oposición. Si se le ocurriera, como se ha declarado por allí en un exceso de optimismo, convocar a un referéndum en 2009 contra el Presidente, entonces sí lograrían movilizar, como un resorte que se dispara, la totalidad de esos tres millones de chavistas.
No entraré en consideraciones teóricas en cuanto a si el pueblo está o no maduro para el socialismo o para dar el gran salto adelante. Lo que sí ha quedado demostrado numéricamente, es que el país sigue siendo presidencialista y su interés electoral va mermando en la medida que los cargos a disputar se van alejando del centro del poder o si así lo percibe el elector.
La abstención en el referéndum para la reforma constitucional fue de 43 por ciento. En 1999, para aprobar la nueva constitución de la República Bolivariana de Venezuela, rondó el 60 por ciento. Ha habido desde entonces un alto grado de politización de la sociedad, pero la cultura electoral de medio siglo sigue pesando.
Mucho más cuando a partir de 1998, el voto se hizo un derecho y dejó de ser un deber y una obligación con sus respectivas sanciones.
Si hoy mismo se presentara un proyecto de reforma por iniciativa popular, los reclamos del presidente Chávez harían movilizar a muchos chavistas abstencionistas, los suficientes para ganar, pero la abstención seguiría rondando el 40 por ciento. Si en el país las elecciones para alcaldes, concejales y parlamentarios, en algunos casos para gobernadores, alcanzan altas cotas de abstención, para una reforma la apatía se repotencia. Todavía no nos entusiasma mucho votar por un texto.
La dirigencia roja (y amoratada) debería centrarse en analizar por qué tantos chavistas votaron por el No. Y la oposición, en poner pie en tierra y dejar de estar contando con esos desviados votos bolivarianos para las venideras elecciones regionales. Los pollos que están enumerando no llegarán a ver la luz. Se lo estamos diciendo con bastante anticipación para que después no estén chillando fraude. Aunque, de todas maneras, pegarán los mismos lecos.
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