Mi padre sembró en nuestra conciencia todo el rechazo que sentimos desde hace tiempo hacia la pretensión del gran imperio por controlar todo lo existente. El pueblo norteamericano merece atención aparte. De sus dirigentes conocemos sus perversas motivaciones. Y cuando hablamos del todo nos referimos a la vida humana, animal y natural en sus diversas manifestaciones. TODO debe estar bajo su dominio: aire, agua, fuego y tierra a su entera disposición.
Poseer la maquinaria bélica más poderosa del planeta, otorga amplias posibilidades de someter libremente a quien se le antoje. Inventar enemigos a cada rato y en los sitios más insospechados, permite mantener una de sus industrias más rentables. A costa de los demás, ha logrado importantes avances científicos. Algunos lo consideran país perfecto. Democracia ideal. Sistema de gobierno insuperable. Nosotros lo dudamos.
Empero, no siempre la mona deja de serlo, aunque se vista de seda. Su sociedad resume todos los males conocidos y desconocidos, debilidades e imperfecciones de los mortales. Droga, violencia, muerte, exclusión, pobreza, marginalidad, sexo como industria, racismo, terrorismo, tráficos variados y un largo etcétera.
Con su capacidad militar, económica y mediática amedrenta a la humanidad entera sin consideraciones de ninguna especie. Su desarrollo viaja a la par del deterioro progresivo y generalizado del ambiente natural renovable y no renovable. Mientras más recursos invierte en viajes espaciales y guerras, más contaminación aparece en nuestro planeta.
Para ellos no existe orden internacional. Pactos, Tratados, ONU, OEA y OTAN, entre otras, sólo siguen disposiciones del gran amo. Como la “verdad” está en televisión, ellos la utilizan para mostrarnos lo que conviene a sus intereses supraterrenales. Pretenden ser la expresión de Dios entre nosotros. Ser jueces y parte. Desde sus centros de poder se decide quién es “malo” y quién no.
Y lo más triste de esta realidad, es que transcurre normalmente. Todos la reconocemos, pero pocos se atreven a denunciarla y enfrentarla. La aplaudimos sin pensar en lo que nos espera si ellos continúan imponiendo sus criterios sobre la inmensa mayoría. Ejemplo: muchos venezolanos sueñan con vivir como norteamericanos. Anhelan ser colonia yanqui para así poder respirar su sistema pleno de “libertades”.
Consumo y más consumo. Derroche y más derroche. Acumulación de riqueza y más falsas necesidades aparecen. Más confort… más consumo eléctrico. Más vehículos… más energía agotada. Ellos malgastan lo que a otros les falta.
Siempre creímos en las “perfecciones” de su democracia. Su esplendor. Su apogeo. Su perseverancia. Su capacidad y entrega hacia el trabajo. Pero esa época ya pasó. Y prevalecieron intereses mezquinos sobre las ideas de Washington, Lincoln o Jefferson. Y los Roosevelt, Truman, Nixon, Carter, Reagan, Clinton, Bush hicieron de las suyas.
Las dos guerras mundiales aceleraron el desarrollo agrícola e industrial del país norteño. Resumimos: Quien se oponga a sus crueles designios, corre el riesgo de caer en desgracia. No tienes opción: sucumbes y bajas la cabeza o desapareces. América Latina, Centroamérica, África y parte de Asia se han visto obligados a recibir “protección” del poderoso gigante (gran parte de la sociedad europea sabe dónde está el enemigo a vencer.) Y ese amparo no ha sido gratuito. El Imperio nunca da puntada sin dedal. Cualquier “apoyo” del rico hacia el pobre responde a utilidades bancarias. ¿Será cierto que el imperialismo es la fase superior –y final— del capitalismo? Si esa sentencia se cumple, estamos bien cerca del final apocalíptico. Otro mundo será posible. ¡Aleluya!
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