Señalé en el artículo anterior, primero, que al conmemorarse la fecha del 23 de enero de 1958 no es dable referirse a “cincuenta años de democracia”, por cuanto ello significa falsificar la verdad de cuatro decenios de traición y frustración; segundo, que el suceso fue resultado de una prolongada acción de resistencia contra una dictadura impuesta por el imperialismo del Norte; tercero, que hacia mediados de aquella década había en la práctica dos partidos AD: el tradicional devenido en derechista y uno de izquierda nacido al calor de los combates, sobre el cual fue recayendo, en lo fundamental junto a los comunistas, la responsabilidad de la lucha.
El gobierno perezjimenista, amparándose en las Fuerzas Armadas y mediante la coartada de un llamado “nuevo ideal nacional”, por un lado realizaba una febril actividad de construcción, que generaba empleo y bienes infraestructurales, producía el enriquecimiento acelerado de una ávida burguesía en desarrollo, recibía el apoyo de los amos del valle y las cúpulas eclesiales, generaba la complacencia de las cada vez más expansivas transnacionales y con ello las bendiciones de Wáshington, y colmaba los corruptos bolsillos del dictador y sus validos; por otro, borraba todo vestigio de estado de derecho y plenaba de obreros, campesinos, estudiantes, profesionales, comerciantes y militares desafectos, hombres y mujeres, adeístas y comunistas la mayoría (y así hasta el final, negarlo es pecado de lesa verdad) las cámaras de tortura y los recintos carcelarios, incluyendo los campos de concentración de Guasina y Sacupana. El país era baile y dolor.
Sectores campesinos, aunque sin cambiar todavía la correlación poblacional, empezaron a rodear con los “ranchos” nacientes las grandes ciudades, en busca del baile, pero ello, en las condiciones de la inmigración europea masiva que privilegiaba el dictador, sólo consiguió potenciar el desempleo de mano criolla o el trabajo precario; los programas de construcción fueron sobrepasando la capacidad financiera del Estado, el cual se vio obligado a recurrir al pago en bonos, que la burguesía colocaba en Nueva York y en Europa; los tenedores de esos bonos comenzaron a presionar a sus clientes; el gobierno tuvo algunos atrevimientos nacionalistas, sin fuelle, pero su actividad se fue inevitablemente reduciendo; la acción política clandestina va recibiendo aportes de nuevas procedencias y ganando estratos de población antes adversarios o indiferentes; el agotamiento de la dictadura se va haciendo visible, ya no sirve ni a los obreros, ni a los campesinos, ni a las capas medias, ni a las cúpulas eclesiales, ni a las élites militares menos comprometidas, ni a la burguesía, ni al imperio, que empezaba a temer la acción de los pueblos contra las dictaduras y dar pasos hacia la preferencia de dirigidas y programadas “democracias”. Hacia 1957 se han anudado todas las contradicciones, la crisis política es global.
La dirección del Partido Comunista traza la línea de la unidad nacional contra el focalizado enemigo Pérez Jiménez–Vallenilla–Pedro Estrada e instrumenta la Junta Patriótica, que recoge la necesidad unitaria y se convierte en dirigente del proceso final. Triunfo de pueblo civil y pueblo armado. Fue un brillante acierto táctico, pero carente de proyección estratégica. ¿Después de Pérez Jiménez, qué? La pregunta ni se formuló ni se respondió, tácitamente se dio como buena una simple democracia formal. El pueblo y los revolucionarios en la calle, celebrando, y el poder o una parte de él sin mano firme que lo asiera, pero los burgueses metiéndose en Miraflores para recuperarlo y asegurarlo. Como dijo el Dr. Edgar Sanabria, el pueblo sembró y la burguesía cosechó. La unidad del Country Club y La Charneca sirvió a la postre para que el primero se tragara a la segunda, comenzando con la eliminación de la Junta Patriótica mediante el truco de ampliarla. Y luego, en lugar de prohijar una reforma agraria que ganara al campesinado, todavía mayoritario, se dio el espaldarazo a unas elecciones inmediatas, lo cual significaba abrir las puertas a Rómulo Betancourt, ya en cuerpo y alma entregado al imperio. Vino a aislar y segregar a los revolucionarios y supo hacer a fuego y sangre esa tarea. Lo cual costó al país, tras un año de democracia real, cuarenta de tragedia e ignominia.